Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 2 Delirios siniestros

Cuando regresé de la guerra jamás hable con nadie de esto, ni de lo que presencié en la guerra ni de lo que vi en el Bohemian Collyseum. Construí una muralla sicológica alrededor de mí para no dejar escapar mis sentimientos y emociones. De lo contrario sería como una presa que resquebraja y de allí todo se vendría abajo sin control. Quedaría sumamente sensible a los abismos de la locura a causa de toda la violencia y carnicería que presencié en Irak.

Yo había cambiado mucho. Hubo momentos en los que parecía ser dos personas. En un momento era el tranquilo y calmado Ulysses de siempre y al otro ocurría algo que me hacía perder el control de mí mismo, dejándome arrastrar por la furia y la violencia. Sólo tenía el deseo incontrolable de reclusión y aislamiento para no lastimar a nadie. Era una lucha entre dos Ulysses. El lobo negro contra el lobo blanco, el negro queriendo devorar la luna de mi mente que contenía mi poca cordura y paz mental y el blanco fieramente se lo impedía. Comencé a ver con malos ojos las píldoras que me recetaban, pensando por breves momentos en que odiaba mi vida y que deseaba tener una vida normal. Estaba hastiado, fastidiado, harto de todo y de todos. Luego pensaba que era una tremenda estupidez pensar el sólo hecho de atentar contra mi vida. Comencé a lucir terrible. Después de la guerra quede sin empleo y comencé a perder mucho peso. Comencé a ser más dependiente del alcohol. Perdí la casa del lago por problemas financieros con el abogado de Miklós. Para esa época en la que me encontraba prácticamente en la ruina y al borde del suicidio, ya que la mezcla mortífera de la depresión, soledad, el alcohol y las píldoras pusieron en peligro mi vida, conocí a alguien muy especial. Una mujer bonita tocó el timbre de mi casa, la cual debía entregar dentro de dos semanas. Aquella mujer que llegó como un Ángel oriental, era mi antigua compañera y amiga del último año de la preparatoria, Miyuki Ishikawa. Ella se había enterado de mi regreso a Praga. Aquel toque de timbre como una campana celestial me salvó la vida e iluminó posteriormente mis días sombríos ya que comenzó a visitarme con más frecuencia. Al principio quería que se fuera de la casa, pero ella muy sonriente y terca parecía no escuchar. Mi estado violento y hostil parecía no importarle. Ella muy apacible, no le temía al lobo feroz. Al contrario, estuvo conmigo en los momentos en los que más necesitaba compañía como una alegre niña cuidando de un cachorro de lobo que sólo intentaba dar miedo. A los quince días más tarde recibí una llamada. Fui contratado como ayudante auxiliar en el área de psiquiatría por el Departamento de Asuntos de Veteranos de Guerra en Colombia y por añadidura me otorgaban una beca para la universidad en la facultad de psicología para poder ayudar a los veteranos discapacitados y los que sufrían de estrés postraumático. Era sin duda una oferta que no debía rechazar y cualquiera que haya hecho los movimientos para que sea posible le estaba inmensamente agradecido. Miyuki, mi ángel oriental, cuyo nombre significaba "bella fortuna" me ayudó a dejar el alcohol. Tal vez fue su presencia alegre y serena de chiquilla de diecisiete años que me hizo sentirme joven y alegre por la vida otra vez. Su llegada había sido sin duda una bella fortuna.
Miyuki era como yo, de padres adoptivos, tenía una familia acomodada en la República Checa. Ella decía que eran muy especiales y que era mejor no hablarles y que sólo esperaba a cumplir la mayoría de edad para librarse de ellos. Yo le decía que era afortunada al menos de tener personas a las cuales decirle padres y que no sabía lo que tenía. Sea como sea siempre terminaba cambiando de conversación con algo chistoso y vergonzoso de su vida. Ella parecía una niña malcriada pero era a la vez muy divertida, y aunque disimuladamente, sabía siempre cómo hacerme reír. Era como la hermanita que nunca tuve.
En esos días en los que faltaba poco para irme de Praga no quería salir de la casa. Aún aquella maravillosa ciudad me parecía un lugar tenebroso. Estuve varios días encerrado en la casa del lago. Pero debía salir de nuevo si tenía la intención de ir a Colombia. Así que Miyuki me propuso algo y como última diversión sana para chicos en la ciudad. Miyuki me alentó o mejor dicho me obligó a que fuéramos a la muy conocida caminata zombie más grande de la República Checa que tendría lugar dentro de un par de días. Aquel evento era una caminata donde miles de personas disfrazadas de zombies recorrían las calles de la ciudad espantando a las personas de los locales, asi como a turistas desprevenidos. Nunca había tenido la oportunidad o el interés de acudir como Miyuki que amaba tanto ese tipo de eventos y espectáculos como el teatro de marionetas del teatro negro, al igual que amaba las compras. La ciudad era un festín de tiendas en ese aspecto. Me rehusaba a seguir su plan, pero el entusiasmo reflejado en sus grises ojos rasgados y mi deseo por abandonar la casa y enfrentar mis miedos me alentaron a hacerlo.
Y en aquel día, estuve rodeado de rostros pálidos y sangrantes que predominaban en la mórbida comitiva, en la que se veían también numerosas cabezas rotas o mandíbulas salientes y quebradas emulando los movimientos de los zombies. Todo era como una especie de glorificación hacia los muertos. Eran como más de 300 jóvenes de edades entre 16 y 25 años en una convocatoria festiva. Estos centenares de jóvenes desfilaban en dirección a la Plaza Vieja, hacia el monumento del teólogo checo Jan Hus, que murió quemado tras ser condenado por herejía en 1415. Era impresionante el grado de realismo de los disfraces, como algunos a base de látex que daban la sensación de estar despellejados, además de estar rociados con sangre artificial.
Sin embargo, en ese mismo día del evento, entre zombies ficticios, en medio de la calle de la ciudad, caí presa de mis miedos y traumas cuando veía en los zombies los rostros ensangrentados de aquellos que entre explosiones y disparos me pedían ayuda. De repente, temblando, con las manos en mi rostro, comencé a escuchar risas. La gente se reía a mi alrededor diciéndome "tranquilízate amigo, es sólo un disfraz". Y sin darme cuenta, mi rostro yacía húmedo por las lágrimas que había derramado por montones. Veía a Miyuki con una expresión de tristeza y preocupación por mí. La presa se había venido abajo. El lobo negro había devorado una parte de la luna. Mi muralla psicológica se había derrumbado finalmente y había colapsado en medio de rostros desconocidos y llenos de sangre falsa.
Miyuki me preguntó si quería regresar a casa pero entre sollozos, tratando de mantener la calma, mientras me secaba las lágrimas que se rehusaban a dejar de salir como si hubiera una hemorragia en alguna parte de mi ser. Le quería hacer creer a Miyuki que estaba feliz, que mis lágrimas no eran de tristeza sino de felicidad y comencé a reírme y luego a carcajearme frenéticamente haciéndole ver a todo el mundo que me había vuelto loco de felicidad y que si no me había caído en llanto en medio de la guerra, mucho menos lo haría en medio de zombies falsos en una ciudad tranquila. Miyuki se me acercó sonriente, me tomó de la mano y me brindó un profundo y tierno beso en los labios semihúmedos, silenciando cualquier llanto o cualquier risa eufórica de mi parte.
-Calla tonto, no tienes por qué ser fuerte todo el tiempo. Sabes... las lágrimas a veces no siempre significan debilidad, sino que, pueden ser derramadas por alguien valiente de vez en cuando. Es cierto que si eres paciente en un momento de irá escaparás a cien días de tristeza pero si escapas a un segundo de tristeza tarde o temprano te encontrará aún siendo la persona más fuerte, de alguien que lleva mucho tiempo siendo fuerte, los sentimientos reprimidos tarde o temprano ahogan por dentro. Algún día me contarás a mí o a alguien más aquello por lo que lloras y cuando tengas la oportunidad de hacerlo sin derramar ninguna lágrima sabrás entonces que aquellas ya no te impedirán ver las estrellas nunca más y podrás ser feliz. Mientras tanto ¿que te parece si vamos por un helado?-.
Entonces salí corriendo como pude, no importando que se me abrieran las heridas, metiéndome entre las calles y sin rumbo fijo. Dejaba atrás a Miyuki como si intentara alejarla de mí para no hacerle daño, otra vez quería alejarme de todos. Otra vez quería estar solo. No podía decirle cuanto odiaba que mi impotencia, frustración y rabia se convertían en ácidas lágrimas y mi insomnio en terribles recuerdos. Pero ella tenía razón. Tenía que sacar todo esto que me ahogaba por dentro de alguna forma. Corrí y corrí preso de una ansiedad poderosa que no dejaba que se detuviera, hasta que comenzó a dolerme la herida de aquella parte de mi cuerpo. El lobo negro se sentía tan cerca. Luego me detuve y me di cuenta de que Miyuki seguramente estaría sola y muy preocupada por mí intentando buscarme. Me encontraba en ese momento en un lugar muy familiar donde había mujeres semidesnudas. La calle yacía solitaria y fría, dando un aspecto deprimente y febril. Sí, la ciudad era un festín de tiendas y también existían lugares donde se podía elegir a las mujeres, cómo se elige cualquier producto en un aparador. En Praga la prostitución era perfectamente legal y permitido por el gobierno. Debido a la belleza de sus mujeres, esa ciudad se había convertido en uno de los principales centros del "turismo sexual" del mundo. Se trataba en su mayor parte de mujeres de escasos recursos, establecidas en estas zonas de pocas oportunidades laborales, y que en muchos casos se veían arrojadas a la prostitución para poder dar de comer a sus hijos. La edad promedio de las prostitutas checas era de 26 años. No tenían de otra. Para ellas era conveniente porque durante el día podían dormir con sus hijos, jugar con ellos en el parque y por la noche regresar al trabajo. Había recordado que... había guerras internas que algunos sufrían por sus seres queridos que a simple vista no parecían tener y que al igual que yo, sangraban por dentro. Y había recordado también que estaba muy cerca de Bechynova. El lugar donde se encontraba aquel infierno.
Praga era una ciudad aterradora. El mundo en sí era un lugar aterrador. Había recordado que el infierno podría encontrarse a la vuelta de la esquina. En Praga, en el Parque de Petrín, antiguamente se emplazaba un altar utilizado por los curas paganos para la quema de hermosas jóvenes vírgenes como ofrenda a los dioses. Ahora esos dioses estaban ocultos pero aún exigían sacrificios. Aún clamaban derramamiento de sangre. Y la guerra... la guerra sólo era una de varias formas en las que se saciaban de la sangre de los sacrificios y los humanos cual fieles sacerdotes aún se la otorgaban. El altar era el campo de batalla y los caídos de guerra eran la ofrenda a esos dioses que como el sol de Irak se complacían en observar para luego consumirlos poco a poco. Consumían nuestro miedo, nuestro sufrimiento, y así una vez más los ricos y poderosos eran los únicos que se beneficiaban de ello al ser lo sumos pontífices de su bestial culto.
No sé cuánto tiempo estuve de pie en ese lugar en el cual recordaba haber estado antes, cuando huía del infierno en la tierra por haber perseguido a un perro que había robado mi cartera cuando era tan sólo un escuálido muchacho de diecisiete años. En eso escuche una dulce voz.
-¡Onii-chan! ¡Onii-chan!-.
Era Miyuki que había logrado encontrarme.
-¡Onii-chan! Realmente sabes moverte con eso, aunque aún así es fácil alcanzarte ¿Por qué te fuiste? ¿Qué haces aquí? Este lugar es horrible. ¿Sabías que aquí existen espacios que al igual que en el cine, los hombres pagan una entrada para hacerlo con chicas a las que no ven, pues están amarradas y ocultas en las paredes? Vámonos ya por favor. No quiero estar aquí-.
Abandonamos el lugar rápidamente, ya que unos hombres comenzaron a ver de forma muy sospechosa a Miyuki. Era un lugar muy peligroso para ella. Y lo menos que quería era que le ocurriera algo malo por mi culpa. Fuimos por unos helados. Ella saboreaba como una niña su helado de chocolate entre sus blancas y pequeñas manos mientras me mostraba las fotos que se había tomado con algunos zombies. El sabor del helado de café y su compañía me tranquilizaban de una manera sobrenatural como la música de piano en una noche lluviosa.
Había llegado el tiempo de partir. En el aeropuerto, me despedí de Miyuki con un fuerte abrazo, sabiendo que tal vez jamás la volvería a ver. Me entregó un sobre como regalo de despedida y la compañía de Tanuki "mi nuevo amigo" un cachorro de raza Huski Siberiano que llevaba unas curiosas manchas alrededor de sus azules ojos que Miyuki me había obligado a llevar conmigo para no sentirme solo en Colombia. Aunque Miyuki decía que el nombre de Tanuki era porque se parecía mucho a un perro mapache, yo en cambio lo veía más bien como un cachorro de lobo. Y al entrar al avión le dije adiós a esa niña malcriada, recordando los felices momentos que pasamos juntos. La perdí de vista y ella a mí para irme al otro lado del mundo.
Tomé el vuelo sin escalas de Praga a Bogotá Colombia que duro aproximadamente 14 horas. Suficiente tiempo como para darme cuenta que aún en las alturas, a miles de metros de la tierra, podía ser capaz de tener pesadillas. Y en el transcurso del viaje pensaba ¿Qué más me podía pasar si ya me había pasado todo?. Ahora sólo me dedicaría a construir mi vida de nuevo e intentar ser feliz. Qué iluso fui al pensar en eso.
Por fin había llegado a Colombia. Me sorprendió la amabilidad con la que me recibieron. Por una extraña razón comenzaba a sentirme en casa. Empecé a asistir a clases y a mis capacitaciones pagadas como auxiliar en un centro de ayuda a personas mayores, discapacitados y veteranos de guerra colombianos. En aquél lugar había pacientes con estrés postraumático, con cuadros clínicos asociados a la depresión, la ansiedad y el trastorno bipolar de personalidad y por falta de tratamiento la mayoría tenían el riesgo de volverse en una situación crónica. Aquella pequeña institución estaba financiada por un rico empresario anónimo así como por donaciones, con la intención de brindar un servicio gratuito para atender la salud mental de sus habitantes y con el fin de mejorar los procesos de atención y prevención del suicidio en veteranos de guerra. Aquel era el único instituto dedicado a tratar ese tipo de problemas. En Colombia no tenían leyes ni políticas para llevar a cabo acciones a favor de los veteranos. Y en Colombia como en varios países se rehusaban a reconocer la importancia de la salud mental de quienes habían peleado en la guerra.
Miyuki me había dado la dirección de su correo electrónico además de 500 euros para que le diera de comer a Tanuki en el sobre que me había entregado. Al no tener mucho dinero con el cual poder comenzar, los 500 euros me habían venido muy bien. A través del ordenador de un cibercafé le contaba cómo era Colombia. Platicaba con ella a través de una red social llamada Fivedegrees. Platicábamos con diferentes seudónimos. Miyuki se había puesto el seudónimo "Izanami" y el mío era "Lobizone" por el cuento de Miklós. Y esa misma red social me llevó a conocer a alguien más con el seudónimo "Iron Maiden".
Miyuki se había desconectado. De pronto, aquella usuaria, con un seudónimo que me hizo recordar a mi salvadora. Aquella que llevaba la faz oculta bajo una máscara con el color del hierro. Su máscara era como la historia del hombre francés de los siglos XVll - XVlll que fue prisionero injustamente en la cárcel de la Bastilla y el cual fue obligado a usar una máscara de hierro. Obligado a usar un segundo rostro que no sudaba, no se azoraba y jamás se ruborizaba.
¿Quién podía enamorarse de una faz falsa?.
No hay piel falsa que supla la cálida piel humana.
Aquel recuerdo me motivó a enviarle un mensaje. Era un simple "hola ¿qué tal?". Tenía pocas esperanzas de que me contestara. Sin embargo, un minuto más tarde, Iron Maiden respondió con otro hola. Así inicio nuestra plática. Decirle que trabajaba en la institución de veteranos de guerra le motivó a preguntar sobre las prótesis, ya que según ella necesitaba una de buena calidad pero a la vez económica para su mano izquierda ya que en el país donde ella vivía no tenía muchas opciones para elegir. Me contó que ella había perdido la mano en un accidente, al intentar salvar a un niño que había caído en la jaula de un oso en un zoológico. Su historia me motivo a querer seguir hablándole todos los días, cada día. Quería saber más de ella. Quería conocer sus gustos, sus miedos, sus sueños, sus deseos, sólo para darme cuenta de que tal vez nunca llegaría a conocerla en persona. Aquello fue el inicio de una bella amistad a través de la web.
Un año después conocí a Valentina, la mujer con la que estuve a punto de casarme.
Valentina, una bella mujer con tres años mayor que yo, era enfermera en el instituto donde yo trabajaba. Comenzamos a salir como amigos, luego como novios y un año después en una joyería le escogía un anillo de compromiso. Teníamos muchas cosas en común. Valentina era huérfana y estuvo un tiempo en servicio en el cuerpo médico en la guerra de Corea. Su alma bondadosa había decidido ayudar a los demás. Tanuki la adoraba incluso más que a mí. Al dormir con ella todas las noches custodiaba los sueños que me atormentan.
Pero después de apenas un año de conocerla, tanta felicidad tendría que acabar.
Un día, llegó un caso especial. Un veterano de guerra fue internado en la institución. Había sido capturado y torturado por fuerzas enemigas. Aquel soldado fue encerrado en una celda y obligado a permanecer en la más absoluta oscuridad durante semanas para luego ser trasladado a otra celda donde una luz artificial muy densa tenía la función de privarlo de dormir durante días, acompañado además de ruidos estridentes semejantes a la frecuencia producida por las turbinas de un avión e inyecciones que le eran suministradas cada determinado tiempo que le imposibilitaban caer en letargo. El suplicio prolongado que fue obligado a soportar durante un lapso de cuatro meses, al fin terminó.
Después de ser auxiliado por las tropas de rescate y apenas poder contar su aterradora y traumática experiencia, cayó en coma. Había transcurrido cerca de dos semanas después de despertar de aquel coma que lo mantuvo en cama por ocho meses. El hombre fue internado en uno de las habitaciones para casos especiales en la tercera planta. Comenzaron a transcurrir los días y pese a que la habitación contaba con algunos elementos como distracciones ya sean de libros, revistas, tv y una pequeña ventana hacia el exterior, el paciente extrañamente no reaccionaba a ninguno de ellos. Ignoraba todo lo que lo rodeaba. Sólo se limitaba a permanecer de pie o caminar de un lado a otro sin mirar por la ventana, sin sentarse en la silla, sin acostarse siquiera en la cama. Se veía siempre, cansado y somnoliento. Se le realizaba pruebas y se le hacía preguntas acerca de su extraño comportamiento pero los resultados sólo arrojaban que sufría de pesadillas.
Decía que una enorme y peluda mano con largas uñas lo quería arrastrar de la cama y hacerle daño. También decía haber visto a una bella mujer cerca de un río en sus sueños, con una penetrante mirada en lo más oscuro de la selva y con una voz muy atrayente que lo llamaba por su nombre. Al acercársele, su hermoso cabello se desgreñaba y su apariencia se volvía aterradora. Sus pies tomaban la forma de raíces, su cabello se llenaba de lianas y su hermosa voz cambiaba a lastimeros y desgarradores gritos que eran acompañados con un viento gélido. Y su bello rostro se transformaba en uno huesudo y provisto de una enorme dentadura que la hacía ver como un extraño ser con el rostro de un caballo con los ojos perlados que devoraba todo lo que se le atravesaba. Pesé a su condición, los análisis no arrojaron nada neurológico y fuera de lo normal. Todo continuó igual hasta que un día por la tarde, la enfermera en turno entró a la habitación del paciente para dejarle la comida y las píldoras correspondientes en la mesa junto a la lámpara. El paciente se encontraba como siempre de pie, con la cabeza baja, recargado a la pared cerca de la puerta. La enfermera comenzó a toser hasta sacar un pañuelo para cubrirse la boca. El sujeto se descontroló abruptamente. Cerró la puerta del cuarto y tapó la ventana con la sábana. Rompió la lámpara y comenzó a cortarse en todo el cuerpo por encima de la ropa rasgándola completamente hasta mostrar su desnuda piel mientras se le escuchaba decir en voz alta: "Sanguinis hostia expiabit" una y otra vez. La enfermera gritaba y lloraba presa del pánico y terror a causa de la locura y violencia del paciente que se encontraba frente a ella. De repente, se escuchó aquel fuerte y temible estruendo a través de los parlantes y por todo el pasillo de la tercera planta. Se observó a través del monitor aquella desconcertante escena. El sujeto se encontraba desnudo y cubierto de sangre de las cortadas que se había infligido y que bañaban su lastimada y pálida piel. De pronto, comenzó a arrojar los objetos de la estancia con una impetuosa, bestial e impresionante fuerza como si se tratasen de livianas almohadas, un acto imposible de realizar debido al estado pobre e insomne que supuestamente se encontraba.
Levantó la cama del suelo y la arrojó hacia la puerta. Así mismo arrojó la silla, la mesa, la televisión y el librero arrumbándolo todo contra la puerta mientras se le oía decir vociferando "¡no se llevarán a mi hija!". Cuando los guardias llegaron no pudieron acceder al interior del cuarto a causa de la puerta que había sido bloqueada. En seguida, comenzó a correr como si tratara de adornar con aquel carmesí enfermizo toda la habitación manchando todas las paredes de sangre. Había sangre en todos lados. Había sangre hasta en la cámara que lo había estado vigilando durante días y era el único testigo de su locura. Y en una área en la pared cerca de la ventana, había pintado con su sangre una gran barca. La cama yacía en posición de uso frente a la puerta. El sujeto se acercó a la cámara ensangrentada y la miró fijamente como si supieran que lo estaban vigilando. Después una interferencia eclipsó todo durante un breve instante y el sujeto apareció de pie sobre la cama y enseguida se dejó caer hacia el frente dirigiéndose contra el suelo. Parecía que se rompería el cráneo con el golpe pero increíblemente sólo se suspendió en el aire. Quedó así durante diez largos segundos. Hubo más interferencia, y de repente, sólo desapareció. Eso fue lo último que se vio. O al menos eso fue lo que creyó ver el encargado de vigilar las cámaras antes de ser despedido para posteriormente ser ingresado a una institución mental por dar locas y falsas declaraciones. Lo interrogué y casi fui despedido al obligarlo con violencia a tratar de sacarle la verdad. El lobo negro casi devoraba toda la luna esta vez pero por sólo por ella logré contenerme, no obstante, todo fue en vano, él no parecía estar más loco de lo que yo estaba. Pero lo que más me aturdió fue que dijera que aquel paciente parecía haber hecho todo eso mientras estaba dormido. Parecía haberse quedado dormido con los ojos abiertos, y en estado de sonambulismo haber hecho todo eso. O al menos eso es lo que pudo notar cuando lo miró estupefacto fijamente a los ojos a través de la cámara. Dijo que al principio parecía tener los ojos en blanco ya que no se había percatado del movimiento de sus pupilas. Aquel paciente había entrado en un estado de REM (Random Eye Movement), sus ojos se movían rápidamente hacia todos los lados. Y eso sólo pasaba cuando alguien estaba soñando o teniendo una pesadilla. Le pregunté que qué había pasado con la grabación, si en verdad había olvidado poner el vídeo como todos decían. Él sujeto sólo decía que jamás nadie creería lo que vio así como jamás nadie creería que no olvidó poner aquel vídeo que serviría como única prueba de lo que ahí ocurrió pero que alguien más robo y probablemente destruyó o guardó en algún oscuro y secreto lugar evitando que esa clase de cosas jamás salgan a la luz pública. Decía que querían ocultarlo todo. Y que temía por su vida. Decían que sabían que eso iba ocurrir y que no hicieron nada por impedirlo. Que todo era parte de un desquiciado experimento o algo así. Que el fundador que financiaba la institución tenía mucho que ver, que si era listo dejaría las cosas como estaban y que por mi vida no indagara más.
Salió la nota en el periódico, en la radio y en las noticias de la tv: "Un paciente que había sido internado en la clínica de salud mental del departamento de asuntos de veteranos de guerra sufrió un ataque de ansiedad lo cual derivó en un agravió contra su persona y el fallecimiento de una enfermera que ahí laboraba. Los hechos ocurrieron a las 3:15 pm. La causa de las muertes fue un corte horizontal profundo en el cuello en ambos casos, hecho al parecer con el cristal de una lámpara rota que había en la habitación. La occisa presentaba múltiples golpes en el estómago y matriz y no se sabe todavía a ciencia cierta si fue golpeada antes o después de habérsele hecho el corte en cuello y esperemos nos lo hagan saber después de la autopsia".
El examen post mortem había confirmado que Valentina había sido golpeada después de ser degollada y no sólo eso sino que además tenía 5 meses de embarazo. Las enfermeras atestiguaban en sus declaraciones que aquel paciente era víctima de recurrentes pesadillas y que la mayoría de esas pesadillas se trataban solamente de leyendas Colombianas y de regiones de Centroamérica que el paciente creía que eran verdad. Todo lo demás fue archivado en el expediente y jamás se volvió a mencionar nada sobre lo ocurrido.
Necesitaba saber la verdad. Me costaba creer que aquel hombre había confundido la fantasía con la realidad y que por esa razón había asesinado a Valentina. Desconocía las leyendas Colombianas y sólo conocía las de la República Checa y de los países aledaños. Así que decidí investigar más a fondo en la web sobre ello. Habían varias leyendas. Y descubrí que en todas ellas tenían muchas características en común. Estas leyendas tenían un gran parecido a las de la república Checa con la única diferencia de que allá les decían "brujas" o "banshees". De repente, encontré una peculiar leyenda que se trataba de una mano que según llegaba a tener el triple del tamaño de la mano de una persona promedio, muy velluda y con uñas largas. Aparecía en el desierto de la candelaria en Boyacá.
Tenía la particularidad de que no se encontraba añadida a un cuerpo, sino que andaba independiente. Solía arrastrar a los niños de sus camas y causarles heridas semejantes a cortes que podían causar que se desangraran y murieran. Aquello me recordó a las arañas camello del desierto de Irak porque sus mordidas eran realmente dolorosas, aunque no eran mortales y eran fáciles de advertir por el enorme tamaño que poseían. Sin duda su tamaño podía ser capaz de causar pesadillas. Todo comenzaba a tomar sentido. Tras varias horas de mitos y leyendas, al final encontré algo que dio por concluida mi investigación. Encontré una leyenda la cual contaba sobre una mujer que fue acusada de brujería, y fue juzgada y condenada a muerte por el tribunal de la santa inquisición. Se cuenta que la noche anterior a su muerte, pidió como último deseo un pedazo de carbón, velas y rosas blancas. Hizo una especie de altar con aquellos artilugios y realizó una hechicería. Con el carbón pintó en la pared una gran barca mientras recitaba conjuros y según se dice que se presentó ante ella el diablo. Ella se puso de pie en la cama de su celda y después saltó abordando una barca invisible que enseguida se hizo visible y que la sacó de su prisión montada en ella, en la barca que había pintado en la pared y se dice que todavía se le podía ver en los días que llovía, en grandes aguaceros en los ríos y fuentes. Los antecedentes de esta leyenda provenían de la mitología maya de la leyenda de la diosa Chimalmat. Era obvio que no había nada sobrenatural implicado en la muerte del paciente y que había confundido la realidad con la fantasía igual como me había pasado a mí. Me había negado a creerlo por aquel extraño y aterrador suceso que me había ocurrido en Irak. Me negaba a creer que ambos habíamos quedado locos por la guerra. Él había revivido las leyendas de Colombia y yo las leyendas de la República Checa. Sólo espero algún día dejar de tener estas pesadillas o algún día terminaré como él.
Se suponía que sería una sorpresa. Pero nunca pudo nacer y llamarme padre. Aquel espíritu en forma de mujer se lo había llevado entre sus espectrales brazos con tan sólo cinco meses y aparecía de vez en cuando en mis pesadillas. Todo se había roto dentro de mí. Mis deseos, mis anhelos, mi corazón todo en mil pedazos. Quería renunciar a todo o lo que aún me quedaba, quería renunciar a mi trabajo, a la universidad, a la vida. Pero le había prometido que no renunciaría tan fácil. Pero ¿Qué haría con esta vida sin ella?. Ahora me arrepiento de haber hecho esa promesa.




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