Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna Parte 2

Capítulo 13 Matar o morir

Inició su camino hacia a mí, pero se movía lentamente, mientras los perros emitían esos atemorizantes ladridos. No tenía opción. Tomé las armas aún sin la plena convicción de pelear. Sin embargo, debía estar preparado para enfrentar a aquella mujer enmascarada que estos tipos habían traído para mí. Me rehusaba a aceptar el hecho de que uno de los dos debía morir. Quitarle la vida a alguien a costa de la mía era algo que no podía concebir. Ser el verdugo o ser la víctima. "Matar". Tal vez era mejor morir. El hombre de la otra jaula se colocó junto a la orilla. En lugar de tomar las armas, las dejó ahí mismo, y su acción fue tratar de escalar pero una descarga eléctrica al tocar la jaula que lo aprisionaba lo sacudió dejándolo tirado en el suelo, y debido a su condición física y el inmenso miedo que lo llenaba estallando en gritos y en llanto, terminó por ser abatido por los caninos. Aquello me recordó a la valla electrificada y los perros San Bernardo del orfanato Hamelín de los cuales pude apenas sobrevivir. Mientras tanto, los perros en la jaula de Eskhol comenzaron a acercársele poco a poco pero él solamente yacía sentado de rodillas sin hacer ningún movimiento como si estuviera meditando o rezando, sabía que no sobreviviría. El otro hombre en su instinto por sobrevivir recogió el escudo y lo lanzó en contra de uno de los pitbulls, logró golpearlo en el hocico pero sólo provocó aumentar más la furia del animal. Sorpresivamente los pitbulls, que parecían una versión de pumas en forma canina, se abalanzaron sobre aquel hombre derribándolo por completo, y de una manera espantosa comenzaron a morder y desfigurar su rostro. Era algo irreal el que yo estuviese presenciando aquella escena tan espantosa, el grito de dolor del pobre hombre aún se escuchaba mientras su cara iba siendo devorada por las bestias, bañándose en un festín de sangre, los perros siguieron comiendo cual llenas hambrientas y el cronómetro se detuvo en el minuto 1:02, el cual fue el tiempo que tardaron en quitarle la vida al sujeto. Después comencé a exclamar gritos y palabras de repudio hacia esa gente por el crimen atroz que estaban cometiendo. Nadie me hacía caso. Nunca lograría borrar de mi mente la manera en como los perros iban devorando la carne de aquel hombre. Mi mente ahora debía estar enfocada en cómo poder sobrevivir. Recordé aquellos entrenamientos con Miklós y esperaba que me ayudara, ya que dependía únicamente de mí el poder salir con vida de ese infierno.
-¿Acaso no especifiqué que no mataría a niños?- Le escuché decir a la mujer.
-Lo sabemos perfectamente bien. No obstante, el sacrificio que esta frente a ti no es ningún niño. Pues se ve que ya a pasado la pubertad. Todos saben que a partir de los 15 años uno deja de ser un niño. Así que puedes matarlo sin objeciones. Adelante, ya no hagas esperar más a la audiencia, a tú audiencia, que sólo han venido a verte a ti, a la letal y despiadada mariposa negra que no discierne a infantes de adultos-. Repuso el maestro de ceremonias.
-De acuerdo. Pero esta será la primera y última vez que asesino a alguien que no pase de los 18 años-. La mujer me miró fijamente a los ojos, con aquellos ojos grises que habían de haber visto decenas de veces abandonar la vida de los ojos de aquellos quienes les dio muerte por mano propia. -¿Quién eres?-. Inquirió la mujer.-Skoll. Soy Skoll Lykaios-. Contesté. Skoll era el nombre con el que me había registrado Miklós. -Dime Skoll, ¿a qué clan perteneces? -¿Clan? ¿A qué te refieres?-No lo has notado pero desde hace unos segundos he tratado de acabar contigo rápidamente para evitar que sientas dolor al morir. Sin embargo, posees una especie de inmunidad a mi poder. Eres el primero que sobrevive a mi Supekutoru. En estos momentos hay algo que no puedes ver pero que intenta acercarse a ti para asesinarte, no obstante, la energía que irradias repele su estructura impidiéndole tocarte. ¿Acaso perteneces a algún clan?. Bueno... De ser así, tal vez sólo seas un Omega. De lo contrario no estarías aquí. Como sea. No tengo más remedio que asesinarte con mis propias manos.
La mariposa negra sacó de su chaleco un par de cuchillas navaja tácticas de mariposa de acero negro, y atacó sin vacilar. En la jaula de Eshkol ambos perros lobos checoslovacos también habían saltado al ataque. El espacio entre la mariposa negra y yo había desaparecido inmediatamente. Con cierta habilidad apenas pude esquivar su primer y veloz ataque al tiempo que bloqueé su segundo ataque tan potente como el primero con el escudo que traía en la mano. En ese instante intenté embestirla con el escudo. Planeaba acorralarla y empujarla contra la reja para electrocutarla y de esa manera dejarla inconsciente. Sin embargo, era tan veloz que apenas podía seguir sus movimientos y tan fuerte pese a su delgada y pequeña figura que cada golpe suyo me obligaba a disponer de toda mi fuerza en las piernas para no caer y que sería mortal si no tuviese el escudo protegiéndome de ella. Uno de los dos perros lobos se apresuró y derribó con sus patas a Eshkol quien había permanecido sobre sus rodillas e inmóvil todo ese tiempo. En ese instante, la reja que cubría el ring donde me encontraba se elevó con un mecanismo que apartó la reja de nosotros al tiempo que aparecieron unas llamaradas que emergían del suelo, como si fueran cuerdas candentes alrededor del ring, ascendieron volviendo más peligrosa la lucha entre los dos. Ahora debía cambiar de planes. Algún plan que no significara el tener que acabar con su vida. Puse la daga en el suelo cerca de mis pies y sujeté el casco con mi diestra y el escudo con la izquierda. Ella comenzó a girar y mover sus cuchillas con sus dedos con suma destreza y volvió a correr directo hacia mí. La mariposa negra impactó la cuchilla en mi escudo con el cual me cubría, en ese momento dirigí el casco a estamparlo contra su rodilla, no obstante, ella fue más veloz previendo mi ataque al detener el golpe del casco con la segunda cuchilla clavándola en él. Acto seguido, sentí una fuerte patada a través del escudo que esta vez pudo derribarme y caí sentado. Desesperado le arrojé el escudo directo a su rostro pero ella lo evadió con gran facilidad al inclinarse hacia atrás cual hábil contorsionista. Mientras tanto, en la otra jaula una batalla de bestias estaría por librarse. Uno de los dos perros lobos checoslovacos saltó y con sus fauces mordió el cuello del otro perro que comenzó a atacar a Eshkol. Aproveché en tomar rápidamente la daga mientras ella corría hacia mí nuevamente. En el calor de la batalla, dirigí la daga contra su estómago pero ella elevó su pierna pateando mi brazo está vez y desviando la trayectoria de mi ataque. Sin embargo, aún no había soltado la daga. Ella dirigió su cuchilla contra mi estómago, la cual logré anticiparme en detener a tiempo con el choque de la daga contra la hoja de su cuchilla. El choque de las armas resonaba en el ambiente augurando un desenlace fatal. Los entrenamientos con Miklós habían dado como resultado el que yo tuviese agilidad, fuerza y velocidad de reacción superior a la media. No obstante, no se comparaba en nada a la habilidad de lucha que poseía la mariposa negra. El filo de su segunda cuchilla se dirigió velozmente para encajarse en mi cuello, logré evadirla al intentar copiar su anterior movimiento inclinándome con la cabeza hacia atrás para después recibir en el acto un fulminante golpe con su codo en la boca del estómago que me dejó sin aire e inmóvil sobre el suelo. Me había desarmado por completo. Ella se había apropiado con la daga en una de sus manos y pronto también tendría mi vida en sus manos. De repente, en ese preciso instante, de entre las llamas que rodeaban el ring, como un ave fénix en pleno vuelo, apareció entrando abruptamente en un veloz salto, una mujer en un traje extravagante y ajustado con coderas y guantes metálicos que descubrían una hermosa piel de porcelana en hombros y cintura. Era como un traje de cuero negro con incrustaciones de metal, como una bella y peligrosa noche llena de brillantes y filosas estrellas, su traje que se asemejaba al de los guerreros de la era medieval también estaba complementado con una máscara metálica de color gris de un rostro femenino sin expresión que mostraba únicamente unos ojos color miel tan bellos y expresivos en contraste con la máscara. Y aquella mujer cargaba consigo en el brazo derecho a un pequeño perro lobo checoslovaco. Pronto lo reconocí. Era el mismo perro, aquel que me había robado el reloj.-¡Damas y caballeros, con ustedes... La Doncella de Hierro!-. Presentó el maestro de ceremonias. La doncella de hierro apenas dejó el perro en el suelo al aterrizar, se movió velozmente de su sitio para ir en contra de la mariposa negra quien se disponía a terminar con mi vida con el filo refulgente de la daga. La punta de la daga se impactó contra el guante metálico de la doncella de hierro que utilizó como escudo para inutilizar su ataque que iba dirigido hacia mi pecho. La mariposa negra levantó su mirada mortífera y chispeante que desbordaba aquella intención asesina de la cual tenía una gran experiencia y de la que se complacería en ejecutar a quien se atreviese a desafiarla, y amedrentó con ella a su nuevo adversario. El pequeño perro lobo se acercó a mí y comenzó a lamer mi mejilla como si quisiera curar mi dolor. En un abrir y cerrar de ojos en medio del ring rodeado por llamas incandescentes se desató un furioso intercambio de golpes, patadas, y movimientos ágiles, rápidos y coordinados, con una velocidad y destrezas tales que sólo podrían provenir de unas asesinas profesionales con una larga experiencia en lucha de artes marciales en aquel ring de la muerte, aunque ambas, pese a estar ocultas detrás de una máscara, se les podía ver en sus juveniles ojos que no pasaban de la mayoría de edad y, así como yo, han de haber visto a temprana edad el rostro de la muerte cara a cara. Inclusive han de haber sido obligadas a pelear en una batalla sin fin dónde su único propósito sería sobrevivir cada día para volver a pelear una vez más. Sea cual fuese su historia, al menos, una de ellas estaba dispuesta a sacrificar su vida por la mía. No sabía la razón pero era seguro que debía levantarme y ayudarle a salir con vida de aquella cueva de lobos. Mientras Eshkol permanecía de pie confundido por escuchar aquella pelea de violentas y mortales mordidas de aquellos perros lobo checoslovacos que se daban entre ellos, hasta que por fin lo reconoció. Reconoció aquel ladrido. Mientras tanto, la mariposa negra había logrado sujetar entre sus brazos, en una llave, el cuello de su adversario y la mantuvo inmóvil durante unos segundos acercándole poco a poco la daga que era detenida con ambas manos por la doncella de hierro en un intento por evitar que se encajara en su cuello. La guerrera con la máscara metálica hizo un brusco movimiento de cabeza con el cual asestó un golpe en el rostro de la vil asesina al tiempo que logró arrebatarle la daga con un hábil movimiento de manos, para después zafarse de su llave tan fácilmente que pareciera que se hubiese dejado atrapar sólo para apropiarse de la daga. La mariposa negra enseguida sacó de sus bolsillos una cuchilla en cada mano y lanzó ambas en veloces giros en el aire con destino al corazón de su hábil adversario. La doncella de hierro bloqueó una cuchilla con la daga robada al tiempo que eludía la otra cuchilla apartándose de su trayectoria. Sin embargo, aquello resultó ser sólo una pequeña distracción de parte de su atacante, ya que en breve, aquella se encontraba abalanzándose en un veloz ataque con otras dos cuchillas sujetas en mano para derramar la sangre de su rival. La Doncella de Hierro reaccionó a tiempo y elevó ambas piernas en el aire para enroscarse en el cuello de la mariposa negra y ejecutó un giro concéntrico en el aire logrando estampar a la cruel asesina contra el suelo manteniéndola sujeta de su brazo, al momento de caer, en un agarré con las piernas aún en el cuello. La mariposa negra comenzaba a quedarse sin aire. La pelea de perros lobo parecía haber dado fin. Uno de ellos yacía inmóvil en el suelo mientras el otro se dirigía lentamente hacia Eshkol, quien acercó su mano hacia el animal el cual estaba sumamente herido. Aquél perro se trataba de su fiel amigo y guía. Aquél era su perro. A quien habían obligado a matar a su propio amo, a su propio amigo. El perro cayó entre sus brazos pues había derramado mucha sangre de una mortal y desgarrante herida en su cuello. De repente, aquel otro perro comenzó a jadear y a levantarse y a gruñir nuevamente. Y corrió lanzándose contra Eshkol quien, con lágrimas en sus ojos cegados, decidió por fin tomar la daga y encajársela en la frente del perro asesinándolo en el acto. La esfera volvió a ser lanzada una vez más en la ruleta por aquella fría mujer apenas se detuvo el cronómetro en el minuto 1:55 al morir ambas bestias. La esfera se quedó en una de las 36 secciones de la diabólica ruleta y la pantalla mostró el resultado. "Engel".Enseguida Eshkol escuchó como se abrió aquella jaula para dejar pasar a aquel maligno adversario con el que se enfrentaría.
Y así como la Doncella de Hierro apareció en mi ayuda, un hombre alto y corpulento, de entre llamaradas gruesas como muros de concreto atravesó raudo el aire calcinado, irrumpiendo en el ring, saliendo de las llamas cual temible demonio. Tenía el aspecto característico de un luchador fornido y despiadado, con un pantalón de cuero negro ajustado, con el torso desnudo lleno de incontables cicatrices de cortadas que surcaban cada parte de su cuerpo y enmascarado con la cabeza disecada de un feroz tigre con las fauces abiertas donde se asomaban un par de ojos, los ojos de un cruento asesino.
-¡Cada corte en su piel infligido por él mismo por cada muerte en su haber, damas y caballeros, desde la unión soviética para ustedes... El tigre Ruso!-. Volvió a presentar el maestro de ceremonias. El tigre Ruso entró como un toro embravecido corriendo hacia donde se encontraban las dos enmascaradas, cerró su mano derecha para impactar con su enorme puño el rostro de quien tenía sujetada a la mariposa negra. No obstante, la Doncella de Hierro, decidió a tiempo soltar a la asesina y apartarse lejos con una voltereta hacia atrás, eludiendo la trayectoria del golpe que iba dirigido brutalmente hacia ella. La mariposa negra, pese haberse quedado sin aire en un tiempo considerable, se levantó dispuesta a seguir con la pelea, y se movió endemoniadamente contra la Doncella de Hierro, con el par de cuchillas entre sus manos. La Doncella de Hierro esta vez apenas pudo esquivar el ataque de su adversario recibiendo un pequeño corte en su hombro izquierdo y uno más en su mejilla derecha. Sin embargo, el segundo golpe del tigre Ruso, que fue dirigido bestialmente contra su pecho, no pudo preverlo, recibiéndolo sin poder hacer nada, y la potencia de aquel bestial golpe la mandó a estamparse al suelo boca-arriba cerca del fuego, haciéndole escupir sangre de la boca y obligándola a permanecer en un aparente estado de inconsciencia. La mariposa negra y el tigre Ruso corrieron hacia ella para acabarla de una vez y para siempre, sin percatarse de mi presencia, y me arrojé en un ataque contra el tigre Ruso mientras la mariposa negra seguía su curso en contra de su enemigo. Sin embargo, de alguna forma, el tigre Ruso pudo verme a tiempo, y con sus enormes manos me sujetó del cuello y me levantó a pocos centímetros del suelo. Entre tanto, Eshkol podía escuchar como algo venía corriendo hostilmente hacia él e impulsado por una mezcla entre miedo, odio y coraje; sujetó con fuerza la daga y, con un movimiento de tajo, eliminó a la amenaza que venía hacia él. La sangre escurrió entre sus manos. Eshkol cayó de rodillas y estiró la mano para tocar aquello que había matado, quería cerciorarse de que estuviera muerto. Al principio no podía discernir lo que era, esperaba sentir el pelaje de alguna bestia, o siquiera la piel de un hombre. Sin embargo, comenzó a llenarse de un inmenso horror al descubrir poco a poco que aquello poseía un pequeño cuerpo. Eshkol estalló en un grito de pánico y horror al descubrir que había matado a un niño.
Matar o morir, no existían villanos ni héroes, sólo había piezas en el tablero tratando de sobrevivir a fuerza de matar a sus adversarios en feroces luchas, en el fragor de la batalla. No éramos más que bestias acorraladas en el ring de batalla, ateniéndose a una consigna, un lema, una ley el cual era imposible no obedecer. No debía pensar en la naturaleza humana del enemigo. Había que odiarle con profundidad, con profusión. De lo contrario, no podría matarle. Y moriría definitivamente a merced de su próximo ataque. ¿Esta pelea era necesaria? Ya no importaba. Ya era demasiado tarde para la paz. Matar era lo único que podía salvarnos la vida. Matar para no morir. Matar sin piedad. Matar sin misericordia. Matar sin consideración. Cada aliento es valioso, cada hálito de vida es sagrado en nosotros y superfluo en los odiados adversarios. Para matar debía dar muerte a mi serenidad, muerte a mi cordura, muerte a mis sentimientos, muerte a mis emociones, muerte a mis esperanzas, muerte a mí misma fe...
No había lugar para súplicas, no había lugar para la compasión, no había tiempo para la simpatía, no había tiempo para sentimientos, y el amor ... sólo un mero cuento de hadas tan lejano y tardío como las rosas en el invierno. Ya no importaba quién tenía la razón; quién actuaba conforme a la justicia, quién actuaba conforme al mal. La pelea nos igualaba al igual que la muerte. La muerte no preguntaría si era vil o era honesto así como las armas no discernían al infante del adulto. La batalla nos igualaba como a bestias asesinas. Pero... ¿no sentían ellos lo mismo contra mi persona? ¿no era mi adversario tan humano como yo? pensar así, ¡me costaría la vida! El adversario era mi enemigo, era un ser vil y asqueroso, un salvaje, un desalmado, ¿cómo lo mataba si no me convencía de ello? ¿Y cómo sobreviviría si no mataba a quienes querían asesinarme? ¡Dios mío! ¿Por qué nos abandonas?¿Es que acaso...existes? ¡Devuélveme mi mal parida FE!
De esta manera, cultivé el odio que me llevó a creer en la falacia de que mis adversarios eran los villanos de la historia. Los descalifiqué, denigré, deshumanicé; para regar así el rencor que germinaba en mi alma y para acrecentar el resentimiento que me permitiría matar sin escrúpulos, sin remordimientos, sin pensar siquiera; y para; así, sobrevivir un día más, una hora más ,un segundo más...¿Quién se atreve a preguntar cuál es la fiera más despiadada del planeta?
El hombre que ha perdido su humanidad junto a su piedad.
El pequeño perro lobo mordió el calzado de cuero del asesino como si quisiera salvarme. El tigre Ruso bajó su fría mirada para ver al perro y a continuación lo lanzó lejos con un fuerte puntapié. Aprovechando su distracción, tomé la cuchilla que yacía oculta bajo mi manga y que había tomado del suelo en el momento que la mariposa negra la había dejado caer. La empuñé firmemente en mi mano y antes de perder el conocimiento y las fuerzas por el estrangulamiento de mi atacante, la encajé de golpe en dirección a su ojo izquierdo. El tigre Ruso logró eludir una vez más mi ataque, moviendo su cabeza rápidamente, sin embargo, no fue lo suficientemente a tiempo. La cuchilla logró enterrarse en alguna parte de su rostro, no obstante, su máscara de tigre evitó que la cuchilla se enterrara profundamente. Dirigí la cuchilla esta vez hacia su brazo para que me soltase, sin embargo, me soltó del cuello antes de clavársela. La mariposa negra se abalanzó sobre la doncella de hierro que yacía inmóvil en el suelo y dirigió ambas cuchillas a su pecho. De repente, la doncella de hierro despertó y elevó ambas piernas deteniendo el cuerpo de su atacante al tiempo que la impulsó con gran fuerza y la catapultó hacia las llamas y fuera del ring. El pequeño grito de la mariposa negra atrajo su atención. El tigre Ruso volteó hacia dónde se encontraba la doncella de hierro, distrayéndose en el acto. Momento en el cual encajé la cuchilla en su espalda baja. El tigre Ruso apartó su vista de su adversario y volteó a verme. Momento en el cual la Doncella de Hierro se acercó a él con gran velocidad con la daga en su mano en dirección a su estómago. Imprevistamente el tigre Ruso logró detener su ataque agarrándola de la muñeca con la cual traía la daga. Le di vuelta a la cuchilla dentro de su piel esperando que penetrara algún órgano vital pero aquello sólo lo hizo gritar de dolor. La doncella de hierro soltó la daga y en el aire la tomó con la otra mano que tenía libre y procedió a clavarla en el estómago del tigre Ruso. La daga atravesó su carne. Aquél asesino cayó de rodillas con amabas armas dentro de su cuerpo derramando aquel rojo escarlata que nos volvía uno más como él. La Doncella de Hierro dio un salto y con un hábil movimiento le asestó un golpe con la rodilla en el cuello del enemigo, dejándolo de lado e inmóvil sobre el suelo. De repente y sin previo aviso, hubo una explosión, la luces se apagaron y el fuego se desvaneció. A continuación me sentí jalado del brazo. Sabía que era ella. Le supliqué que esperara un segundo, para cargar entre mis brazos al pequeño perro lobo que parecía estar herido. Enseguida la seguí en la oscuridad. El tronar de los disparos de las Ak-47 aturdía mis oídos. El grito de los espectadores me hizo saber que aquello no era parte del espectáculo. De pronto, un mensaje por altavoz reveló quiénes eran; -¡Somos del FBI, bajen las armas y pongan las manos arriba!- Los enmascarados hicieron caso omiso y siguieron abriendo fuego en contra de la policía. El intercambio de balas parecía eterno. Nos alejamos de la lluvia silbante de balas que me recordaba una vez más la fragilidad de la vida. -Yo los llamé, pero no podemos quedarnos o de lo contrario acabaremos con alguna bala incrustada en la cabeza-. Ella me guío hacia una de varias puertas que se encontraban detrás de unas cortinas rojas situadas en varias partes alrededor del anfiteatro y que se trataban de pasajes subterráneos utilizados para el escape de sus asociados. Avanzamos lo más pronto posible a través del sinuoso corredor iluminado por tenues luces rojas de lámparas situadas en el techo a lo largo del camino. Salimos por una estrecha y tortuosa red de acueductos donde las ratas y cucarachas era lo menos aterrador, ya que lo más terrorífico hubiera sido nunca lograr escapar de ese infierno. Volteamos a la derecha, luego a la izquierda, una vez más a la derecha, esperando no toparnos con un enmascarado al doblar cada esquina. Y ahí, al final de un largo túnel, estaban aquellas escaleras de acero que nos llevarían a la tapa metálica de la alcantarilla por la cual subiríamos y lograríamos salir por fin hacia la libertad. De pronto, antes de escalar el primer travesaño, la Doncella de Hierro me lanzó una pregunta.-¿De dónde sacaste este reloj?-.Me cuestionó al tiempo que me mostró aquél reloj de bolsillo en su mano metálica por el cual arriesgué mi vida. -Es el reloj de mi padre.-Sólo existe una razón por el que te haya salvado la vida, y esa es porque era menester saber, al escuchar a aquellos verdugos comentar lo que hiciste, el por qué entraste a ese lugar en busca de este reloj. ¿Acaso eres hijo de...-.De repente, un sospechoso ruido entre los recovecos de la cloaca de algo o alguien acercándose nos interrumpió, me entregó el reloj y procedimos en escalar rápidamente las escaleras. Pronto nos encontrábamos fuera en medio de la calle, las estrellas nocturnas aún se cernían sobre la ciudad de Praga. Aún faltaba algunas horas para amanecer. Un camión de la basura se acercó en el momento que nosotros salimos de la alcantarilla y nos apartamos cada uno en dirección contraria para evitar ser aplastados. El camión se detuvo un breve momento ocultando a la doncella de hierro de mi vista, para cuando el vehículo reanudó la marcha, la Doncella de Hierro había desaparecido. Se había ido. Y sólo había dejado en el asfalto, un collar relicario ovalado de plata que tal vez había dejado caer por accidente. El pequeño perro lobo volvió a lamer mi mejilla y enseguida saltó de mis brazos y corrió temeroso perdiéndose entre los oscuros callejones. Las sirenas de la policía, de la ambulancia y de los bomberos se escuchaban a lo lejos. Una nube de humo se cernía sobre la ciudad ocultando las estrellas con la gris tragedia que comenzaba a dar fin. Quería regresar a rescatar a Eshkol y a todas las víctimas enjauladas del Bohemian Collyseum, quería liberarlos así como quise liberar a todos los huérfanos de Hamelín, pero mi miedo era más imponente que mi deseo de ayudar. Y los abandoné una vez más. Mis manos manchadas de sangre y el fuego de la discoteca RYM, que comenzaba a morir y a colapsar cual dragón muerto por espada, teñían el cielo nocturno dando paso al resplandor de una hermosa aurora.




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