Eshkol y Zamná habían auxiliado al agente Sirhan. Después de haberse puesto la ropa de los miembros de la Doble S, haber ocultado sus rostros con pasamontañas y abierto las jaulas de los animales para liberarlos de su cautiverio, decidimos huir por aquella trampilla por la que había entrado Sirhan, ya que afuera, el perro guía de Eshkol los esperaba. Su propósito ahora era detener el incendio que la Doble S había generado según habían dicho los arcontes. Sin embargo, al salir de la cueva hacia el exterior, no había ningún incendio. En su lugar, un grupo de hombres con varias heridas en el cuerpo se encontraban tirados en el suelo de tierra, inconscientes, dispersados por todas partes, como si una bestia los hubiese atacado. Y a lo lejos, junto a uno de ellos, se hallaba un gran felino con algunas manchas rojas de sangre que contrastaban en su hermoso pelaje blanco. Aquel extraño animal era una mezcla semejante entre un puma con leucismo y un leopardo de las nieves. Nos miró fijamente por unos instantes y luego se marchó. Aquella bestia al parecer había detenido sola a los miembros de la Doble S quienes iban a generar el incendio. Todas las demás bestias exóticas, las cuales habían sido liberadas, corrieron hacia el exterior y desaparecieron junto con el felino blanco entre la maleza nocturna de la reserva donde el ave fantasma volaba vigilante custodiándonos de los demás peligros. El agente era ayudado a caminar recargándose sobre el hombro de Eshkol mientras era guíado por Zeév, y detrás los seguía Zamná con la criatura cargada entre sus brazos rumbo al auto del agente Sirhan. Antes de abandonar el lugar, metí las manos en los bolsillos de la chaqueta esperando no haber perdido ninguna de mis valiosas pertenencias, sentí el reloj de Miklós, el relicario de la doncella de hierro, el rosario de Valentina y su alma junto a él, hasta que sentí la prótesis de Gema. Aquella mano artificial era tan suave como la porcelana, y junto a ella, esa textura metálica, pude sentir con los dedos aquella llave con forma de vinagrillo que había tomado de la iglesia. Supe en ese momento que debía de volver a la cueva y subir al vehículo para regresar por aquella ruta que anteriormente había visto a unos kilómetros antes de llegar a la guarida de la Doble S esperando revelar algún misterio. Les comenté antes de dejarlos sin dar muchas explicaciones que tenía que hacer algo importante. Ya en marcha, me encontraba en aquel camino sinuoso rumbo al final de aquella escabrosa gruta. Al llegar, había una puerta similar a la de la iglesia por la cual había entrado al túnel. Pensé que debía tratarse de otro edificio por el cual el túnel pasaba por debajo. Al girar el pomo de la puerta, ésta por fortuna, cedió ya que se encontraba sin cerradura. Entré con precaución, tratando de no hacer mucho ruido, cuidando de no llamar la atención de algún sádico villano. Sigilosamente pasé por el umbral y enseguida me encontré en una sucia y oscura habitación. Inspeccioné cada rincón del lugar y me percaté de que se trataba del sótano de alguna casa. Subí las crujientes escaleras del sótano y abrí la puerta que daba acceso al resto de la residencia.
Al lugar al que había llegado, era nuevamente un corredor bien alumbrado por unos candiles de techo. Del lado izquierdo se encontraban muebles con ornamentos de porcelana, cerámica y orfebrería. Y la pared estaba tapizada con un papel de adornos cuadrados de color pastel en diferentes tonalidades.
Del otro lado, la pared contaba con ventanas con arco de medio punto y marco de madera, cortinas blancas que daban al exterior del inmueble y una ligera capa de polvo en los vidrios. El corredor doblaba hacia la izquierda unos metros más adelante. Avancé con lentitud, pues, la sensación de la batalla aún no se disipaba de mi psique y cuerpo. La atmósfera era desagradable, tensa, incluso algo surrealista. El desasosiego era enorme pero también mi determinación y valentía lo eran.
Empecé a caminar más rápido para girar en la esquina del corredor.
Mi respiración era muy agitada y la tensión en mis hombros aumentaba cada vez más.
Doblé la esquina con cautela y al hacerlo, pude ver un cuadro y volví a notar que el pasillo angosto giraba otra vez hacia la izquierda.
Caminé y di vuelta para encontrarme otra vez con un pasillo que giraba de nuevo a la izquierda.
"¿Qué demonios? Esto parece un laberinto" pensé un tanto molesto e intrigado.
Corrí esta vez hasta la esquina desde donde se notaba un cuadro enorme de acuarelas en tonos rojos; era un atardecer y casi enfrente de él había una puerta. Me acerqué hasta ella y noté que el pomo giraba sin problemas. Pero antes de adentrarme, volteé hacia atrás y logré ver una puerta doble de color negro.
-Revisaré ésta primero y luego iré por aquella- dije para mis adentros con nerviosismo. Abrí la puerta y avancé.
Me encontré tras la puerta la nueva habitación que era un elegante bar.
El piso estaba cubierto por una alfombra roja con figurillas hechas con hilo de oro. Había un barandal de caoba con balastras de hermoso acabado. Las pequeñas pero elegantes lámparas en la pared le daban un fino toque al ambiente de ese bar tan elegante. Podía ver a su izquierda una barra con plancha de mármol que, aunque tenía una ligerísima capa de polvo, aún hacía notar que se trataba de un lugar de élite.
Las sillas de la barra eran altas y de cubierta de piel en tono rojo escarlata. Atrás de la barra había una estantería, repleta de botellas de toda clase de bebidas alcohólicas: Brandy, Ron, Whisky, Vodka, Tequila y diferentes clases de vino.
La cristalería también se hallaba en la estantería; eran unas piezas muy bellas, copas elegantes de un color extraño que nunca había visto, pero me parecían hermosas.
Eran copas de cristalería valenciana, que tenían un bello tono violáceo cuando se ponía a contraluz de la incandescencia de la luz semidifusa de las lámparas. A un lado había un pequeño living con unos sillones muy bonitos de color blanco.
Avancé hacia el centro del bar y ahí pude ver un gran piano de cola de color negro. Me acerqué al gran instrumento que tenía escrito en un costado "Giovanni Bragolin" con letras doradas y en tipografía cursiva.
Pisé a continuación con mi dedo índice en la tecla de "Mi quinta"; y una sonrisa con mucho candor infantil creció en mi rostro.
-Esta afinado- murmuré con la sonrisa que me transportaba a cuando era niño y tomaba clases de piano con Miklós.
Estuve tentado a sentarme en el banco de aquel extraordinario instrumento, pero en ese preciso momento recordé mi objetivo al ir a ese lugar.
Miré que en la esquina del lado derecho del bar había una repisa atestada de libros y una pequeña ventana con arco de medio punto que asomaba a la penumbra de la noche.
También al lado había una pared de color oscuro que no tenía ningún adorno; más que dos macetas con unos pequeños árboles de bambú, y un cuadro con la foto de una mujer de vestido negro al óleo.
Todo el lugar era muy bello y elegante. Sin embargo, el aire estaba viciado y el olor a salitre residía y predominaba.
Me acerqué a la repisa y comencé a revisar los libros. Había libros tan viejos que ya no se podía entender ni el título, y el polvo no hacía más fácil la tarea.
Puse mi atención en un viejo álbum de fotos que había ahí. Lo tomé, pero éste resbaló de mis dedos, cayó y rodó hasta quedar en medio de los dos bambú; a la latitud del cuadro al óleo. También cayó a mis pies una hoja amarillenta. Estuve a punto de ignorar la hoja, a no ser por lo que alcancé a ver escrito en ella. Era una partitura: "Sonata de Claro de Luna" en Mi menor del gran Ludwig van Beethoven. Pero el título de la canción no fue lo que realmente me llamó la atención, sino lo que estaba escrito con bolígrafo negro en la esquina superior izquierda de la hoja:
"Giovanni Bragolin"
Nuevamente ese nombre aparecía por la casa. ¿Coincidencia? No, definitivamente no. Sabía que esa palabra no existía en mi vocabulario.
Dirigí mi vista hacia el álbum de fotografías, que se había abierto tras resbalarse de mis manos. Ví que sólo había dos fotos: una como de los años sesenta, en donde se veía que se empezaba la construcción de la residencia. Y la otra estaba rota a la mitad; desde la esquina superior derecha hasta la punta inferior izquierda; sólo le faltaba la parte de arriba. Al parecer se trataba de un retrato familiar pero como a principios de los ochenta enfrente de la residencia ya terminada y se veía a un bebé de un par de meses mientras los brazos de una mujer, a la que le faltaba parte del tórax y la cabeza; (debido a la parte removida y faltante) lo cargaba con ellos y vestía un elegante vestido azul marino, y en la esquina inferior derecha de la foto yacía escrito "Ania 1986".
A 10 minutos del centro de Pana, Santa Catarina Polopó, se encontraba ésta casa maravillosa, en forma de Octágono, con una entrada y balcón en el primer nivel. Esta casa estaba construida con hermosos detalles creados con Ciprés y Pino dentro y fuera de la casa. Jardines amplios en la orilla del lago con árboles llenos frutas y flores. El entorno en apariencia era muy tranquilo y aislado. Esta casa contaba con 5 dormitorios perfectamente ambientados para vacacionar o vivir cómodamente. Contaba también con una piscina rodeada de hermosos jardines, exquisitamente cuidados. La casa contaba con un extenso jardín privado, alrededor de terrazas en ambas plantas. Contaba con extensa terraza en la azotea con espectaculares vistas al lago de Atitlán y sus volcanes. Se accedía a la primera planta de la casa a través de amplias puertas francesas, y a una amplia sala de estar con chimenea. Esto llevaba a enorme cocina totalmente equipada, que también tenía puertas francesas al jardín. En la segunda planta se hallaba el espacio de oficina, biblioteca, que conducía al extenso dormitorio principal con balcón con vistas al jardín y un baño con ducha y bañera. El acceso a la azotea era a través de un pasillo y contaba con fabulosas vistas de los volcanes a través de los árboles. Un sitio perfecto para nadar por las mañanas en compañía de alguien, con copas de vino, viendo el atardecer hacia Santiago Atitlán y los tres volcanes del lago.
Luego de admirar la casa, antes de incorporarme, posé mi mano derecha cerca de la pared y sentí como una leve corriente de aire brotaba desde la base de la pared por un diminuto resquicio, apenas perceptible si uno ponía mucha atención. Me incorporé y empecé a dar pequeños golpes en la pared. Me impresioné al oír ese hueco tras la pared. Luego, una revelación me vino a la mente.
"Y si eso quiere decir esas..." Me agaché para tomar la hoja amarillenta y revisé de nuevo las palabras en bolígrafo.
-¡Quizá si tocó la Sonata... el pasadizo se abra!---- pensé con cierto entusiasmo. Fui hasta el banquillo del piano y coloqué la partitura sobre el instrumento. Llevaba bastante tiempo sin tocar, esperaba no estar tan oxidado, entrecrucé los dedos y giré ambas manos para que estos tronarán. Luego, tomé aire y comencé a leer las notas.
Las teclas se sentían tan suaves y el sonido de las cuerdas al ser golpeadas por el martillo era tan hermoso que, sin darme cuenta, comencé a hacer una interpretación "a tempo".
Estaba por la mitad de la canción, cuando de pronto, la puertas ocultas en las paredes se abrieron con violencia y revelaron los diminutos y sucios cuartos con cadenas en el suelo que eran utilizados como calabozos para mantener prisioneros a varios.
Era extraño que ninguna de las puertas de las habitaciones se hallaban bajo llave excepto las que se hallaban ocultas revelando su horrible secreto, y, extrañamente, no se encontraba nadie adentro. La casa parecía estar vacía. Había recorrido cada rincón del lugar sin encontrar a nadie. La casa yacía pulcra y me hacía recordar de alguna manera a la residencia Kedward.
Después de comprobar que la residencia estaba limpia, barrí el lugar con la mirada y comencé mi travesía en esa habitación, en la única en donde se produjo un pequeño ruido. Era un cuarto completamente azul: las paredes eran azul claro; aunque no era azul cielo, ni azul cobalto, era un tono entre ambos. El piso tenía una loseta de color azul grisáceo y el techo seguía la tendencia monocolor del lugar.
Lo único que cambiaba de tonalidad en todo el cuarto eran las pinturas al óleo y acuarela que adornaban las paredes; iluminadas por unas lámparas pequeñas, que se hallaban sujetas al del techo y puestas en ángulos adecuados para que se pudieran apreciar mejor las pinturas. Y al centro de la habitación, se encontraba una escultura de una mujer con un cántaro sobre su hombro de color verde jade.
Al parecer, aquella habitación era una galería de arte personal.
Seguí caminando mientras admiraba esas pinturas, me acerqué a la estatua y pude leer en una placa de color cobre en la cual se hallaban inscritas las palabras:
"Mujer sacando agua"
Seguramente, ése era el nombre de la obra.
Caminé por la izquierda y vi una entrada cubierta por una tela roja cerca de la esquina, al lado de ésta, en la pared; había un retrato. Aquel cuadro se trataba de uno de los famosos cuadros de los niños que lloran. Era cierto lo que decían sobre él, transmitía tristeza pero a la vez un desasosiego indescriptible. Posado sobre la lágrima del niño yacía un insecto, era una termita que comenzó a caminar hasta desaparecer en el interior del ojo izquierdo de aquel retrato. Sin embargo, en aquel punto donde desapareció no había ningún hueco por el que pudiera haber entrado.
Sentía que otra vez estaba delirando. De pronto, algo más en el cuadro me llamó la atención. Aquello se trataba del fondo detrás del niño. Justamente en el lugar donde se hallaba parado y en donde se dice que los demás niños de las pinturas fueron retratados en el mismo lugar, pude percatarme de que se trataba de un sitio que había visto antes, ése sitio se hallaba en el sótano por el que había pasado. Pensé en algo increíble pero que podía ser cierto. Me dispuse a regresar al sótano para comprobar lo que había visto.
Al girar, le dirigí una mirada más a la estatua, me había parecido una obra excelente. Y al hacerlo, un destello plateado se hizo notar. Un destello que no había visto cuando entré.
El destello provenía del cántaro que tenía la escultura verdosa.
"Qué será eso? Acaso será un efecto para que parezca que tiene agua de verdad?" pensé.
Pero deduje rápidamente que no podía ser, pues sólo era un pequeño destello en un solo punto.
"No. Esto parece ser puesto para que alguien lo notará al entrar" dije en mis adentros.
Me acerqué de nuevo hasta la figura en el centro de la galería. Pero esta medía como dos metros y medio hasta el cántaro.
Me encontré con una llave.
Luego, revisé la llave.
Tenía apariencia de ser una llave vieja de un color plateado.
Bajé apresuradamente de las escaleras del sótano y busqué la puerta secreta cerrada que había visto en el cuadro. Hallé la cerradura que parecía ser solo un hueco más camuflado en una pared vieja, introduje la vieja llave plateada, la giré y oí un sonido que me hizo sentir un regocijo en todo mi cuerpo. Las barretas de la cerradura se habían abierto. La puerta oculta se había abierto.
El dolor en mi cabeza era punzante; y los pensamientos fluían lentos y densos, como si estuvieran contaminados de bloqueo mental.
Al llegar ahí, descubrí un gran complejo. Era como un laboratorio de investigación, encontré varios documentos y algunas bitácoras que hablaban acerca de un gran descubrimiento en 1967, algo a lo que llamaron "La Poción Alfa".
Estaba desconcertado por la avalancha de información técnica que había encontrado.
Al cerrar la puerta tras de mí, agudicé mis sentidos, sentía como cada folículo capilar en mi cuerpo se erizaba.
No era adrenalina.
No, la adrenalina sí causaba cierto mareo, ansiedad y emoción; ese sentimiento era algo extraño y llanamente aterrador. Era como si estuviese siendo observado, acechado por algo o alguien desde el instante en que pasé la puerta oculta.
Trataba de respirar levemente, quería controlar ese sentimiento que me estaba carcomiendo mi tranquilidad. Apreté la quijada y tragué un poco de saliva.
Giré mi cabeza hacia enfrente y agudicé mis oídos. No se escuchaba nada, ni nadie más que mi respiración.
Hasta ahí, sólo podía ver una pared tapizada de un papel color mostaza y figurillas de hojas de árbol color amarillo canario, que le daban un toque psicodélico al lugar. También había una hilera de balastras de madera talladas finamente al rededor; a excepción del paso de entrada hacia las escaleras. Había una gran mesa de piedra en forma de pentagrama en el centro del lugar.
Por las rendijas de las balastras, vislumbraba un pasillo con una puerta hasta el fondo.
Tragué un poco de saliva, mientras unas gotas de sudor recorrían mi piel desde las sienes hasta el cuello.
Me puse enfrente de la puerta y vi que se trataba de un cierre electrónico. Había un pequeño panel con números con letras a un lado del marco de la puerta del lado derecho.
Comencé a apretar números al azar y el panel mostraba los números en color rojo. Pero al llegar al límite de letras y dígitos, el panel se apagaba; dando a entender que esa no era la contraseña correcta.
Después de varios intentos fallidos deduje que la contraseña debería ser Giovanni Bragolin. Pero otra vez había fallado. Entonces recordé la fotografía con el rostro de aquella niña, e introduje el nombre "ANIA 1986".
De pronto, el panel descubrió un cerradura con la forma de la llave del vinagrillo, introduje la llave en la cerradura y
la puerta se abrió revelando lo que había detrás.
Aquello era una bóveda que resguardaba tres objetos de valor inconmensurable. El primero se trataba de una pequeña caja de madera para almacenar vinos, el segundo era una especie de ánfora plateada y el tercero se trataba de un huevo. El huevo no era normal, era una joya distinta a todo lo que había visto, un huevo de oro amarillo que se asentaba sobre su propio pedestal dorado de piedras preciosas con patas de león. Me apresuré a sustraer los objetos valiosos con la intención investigarlos más a fondo. Sin embargo, al momento de tocarlos, tuve una visión que me apartó una vez más de la realidad.
Una mujer joven, que rondaba los treintas, inquilina de una hermosa casa, yacía sentada en el sofá de su habitación frente a la TV degustando de un helado que había sacado previamente de una nevera grande. Con el control remoto cambiaba los canales sin encontrar nada interesante, hasta que un canal le mostró un documental sobre anfibios. La mujer se sobresaltó al ver a las criaturas que saltaban. Y aquello que vió provocó que decidiera apagar la TV y correr al baño a vomitar. Sin embargo, al estar con la cabeza baja junto al retrete, aquello que había salido de su boca y que se encontraba flotando en el agua del escusado no era nada que fuera comida antes sino una bola negra conformada por cabellos que se movían y se retorcían cual lombrices o renacuajos unos con otros. Mientras que a la misma hora, en otra habitación dentro de la misma casa, un hombre joven que rondaba los veintes de edad, había terminado de ejercitarse en su banca de pesas y se había ido al baño a darse una ducha. De pronto, algo extraño entró por su oído derecho. Intentaba sacárselo con el agua de la regadera pero aquello parecía deslizarse más hacia adentro. Enseguida, un ruido como de cristales rompiéndose distrajo su atención. El joven salió rápidamente del baño con sólo una toalla en su cintura, pues temía que fuera un ladrón, pero no había nada ni nadie en la habitación con él. Entonces, miró por la ventana que de alguna manera se había roto, y lo que vió lo dejó ensimismado. Frente a él se hallaba la criatura más letal del mundo. Aquello se trataba de una nube oscura conformada de millones de insectos.
Era la plaga mortal del mosquito negro denominada Aedes taeniorhynchusun. Transmisores de varios virus mortales y otros parásitos causantes de patologías devastadoras, así como la encefalitis que puede provocar la muerte.
Los mosquitos entraron volando a través del hueco roto de la ventana persiguiendo al hombre que decidió correr a ocultarse en el baño.
Mientras tanto, en la habitación continua, un hombre ya anciano que rondaba los sesentas, se despertaba de su siesta vespertina. Aquel ruido en las otras habitaciones lo había alertado. Sin embargo, fuera de eso, comenzó a sentir una sed insaciable, como si hubiese corrido durante horas. Fue al fregadero por un vaso con agua, no obstante el agua se había ido. En la cocina sólo había varias botellas de vino tinto. Buscó en el refrigerador, en el dispensador, en el baño por un poco de agua, pero no había ninguna gota que alcanzase a mojar su seca lengua. Se sentía ansioso.
Caminó rápidamente hacia la puerta de salida de su habitación para ir en busca de ese tan ansiado líquido, pero al llegar se encontró con la puerta cerrada con llave. Lo extraño es que no podía abrir la puerta ni con sus llaves. Era como si algo la estuviera deteniendo desde afuera. Comenzó a quitarse la ropa esperando a sentirse fresco y así detener un poco la sed. De pronto, del marco de la puerta comenzaron a emerger líneas de sangre que tomaban forma de arterias a través de las paredes, techo y piso de la habitación.
La mujer que había vomitado salió del baño pasmada. De repente, escuchó el croar de una y otra y otra y cientos de ranas más que tapizaban el piso de su habitación. Saltaban por todos lados emergiendo del escusado. Lo aterrador y peligroso de eso era que... No eran simples ranas, sino que eran de la misma especie de las coloridas y venenosas ranas del amazonas. Su toxicidad era mortal y la mujer lo sabía muy bien. Las ranas habían saltado hasta bloquear la ruta hacia la salida y hacia el baño. La mujer encendió al máximo el aire acondicionado de su habitación y saltó cual rana hasta una silla, de la silla saltó hasta el sofá, del sofá a una mesa, de la mesa al fregadero de la cocina y de ahí pasó hasta llegar a la nevera de helados donde cabía muy bien. Desconectó la nevera y luego se metió ahí y posteriormente cerró la puerta cristalina.
El hombre que se encontraba resguardándose de los mosquitos, que ya comenzaban a entrar por el marco de la puerta y comenzaban a picarlo en varias partes de su cuerpo, corrió a la tina, la llenó con agua hasta el tope y se sumergió en ella. La puerta del baño se abrió de golpe dejando pasar la plaga de mosquitos; al igual que la puerta de la habitación del anciano que, al abrirse abruptamente hacia dentro, dejó pasar lo que se encontraba afuera. Aquello se trataba de sangre en gran cantidad que, como una gran ola, cayó sobre el anciano hasta sumergirlo completamente en sangre. Los mosquitos que habían entrado al baño se encontraban volando por encima de la tina en espera del hombre que se encontraba sumergido en el agua de la tina y que observaba la plaga como una mancha negra y mortífera. Los segundos pasaban y el hombre comenzó a sentir que se ahogaba. Tenía que decidir si soportar las picaduras de millones de mosquitos o morir ahogado. Sin embargo, aunque decidió lo primero, sentía que ya no podía moverse. Su cuerpo se había paralizado por el aguijón de los mosquitos que lo habían picado adormeciendo sus extremidades.
La mujer comenzó a sentir cada vez más frío, de alguna manera la nevera aún seguía funcionando y llegó al punto que el que también tenía que decidir si enfrentar a las ranas venenosas o morir congelada, después de un tiempo intentó salir de la nevera, pero ésta se encontraba con la puerta atorada. No se abría por más fuerza que le impusiera. Su temperatura corporal empezó a bajar drásticamente de los 35 grados, sentía escalofríos, se le entumecían las manos, sus vasos sanguíneos comenzaban a congelarse. Sus brazos y piernas comenzaban a helarse y comenzaba a sentir unos dolores atroces, comenzaba a sentir confusión, irracionalidad, incoherencia y estupor, por este motivo podía sentir calor, tanto así que comenzó a quitarse la ropa. Sus tejidos morían provocando necrosis, su cuerpo, literalmente, estaba siendo sometido a un auténtico torrente sanguíneo de cuchillas; su sangre ya tenía cristales de hielo así como todos sus fluidos corporales...
Los primeros instantes bajo el agua de aquel hombre eran muy angustiosos.
Sus pulmones seguían secos gracias a que su laringe cortaba el paso de agua a ellos mediante espasmos, pero ni eso lo salvaría...
Su tráquea comenzó a cerrarse cuando el estómago comenzó a llenarse de agua, con los consiguientes espasmos de la laringe.
El agua anegó su estómago, y la falta de oxígeno le amorató el rostro, comenzando a interrumpirse la llegada del oxígeno a su cerebro.
El anciano bañado en sangre comenzó a sentir un dolor de cabeza 100 veces superior a cualquiera conocido. Ocurrió un fallo renal y la sangre comenzó a envenenársele quedándose más espesa de lo normal. Sus riñones se le hincharon como un globo, lo que le dolía como una puñalada, y sus ojos se le sacaron formando cristales. Las vías aéreas se le resecaron. Surgió la sensación de escozor. Los ojos se le hundieron, su respiración se volvió corta y jadeante, su corazón bombeaba con dificultad y estaba por producirse un shock circulatorio.
En la noche del mismo día fueron encontrados los cuerpos de una mujer, un hombre y un anciano, de 35, 30 y 65 años de edad respectivamente. El cuerpo de Cordelia Adams confirmó muerte por congelamiento. Eczon Slorah confirmó muerte por ahogamiento y Angelo Denson, confirmó muerte por intoxicación alcohólica, cada uno de ellos fue hallado con el cuerpo desnudo dentro de su propia habitación. Lo extraño fue que la policía no halló ninguna rana en la habitación de Cordelia, ningún insecto en la habitación de Eczon y ninguna mancha de sangre en la habitación de Angelo, y sólo hallaron varias botellas de vino tinto vacías cerca del cuerpo del anciano.
Después de despertar de la visión que me impuso el haber tocado aquellos tres objetos, que me mostraba aquellas tres muertes inexplicables; decidí que era mejor dejarlos donde estaban e irme rápidamente de aquel lugar maldito.