Tres días después del naufragio

Thabie despertó. Su vista estaba borrosa y pasaba de un lugar a otro. Su estómago le dolía y sentía los labios resecos y la saliva ácida. Cuando por fin podía ver con claridad, advirtió el techo blanco. Estaba con los brazos adoloridos, y en estos, había pequeños algodones donde estaban las heridas para el suero. Estaba en un hospital, pero no sabía en dónde. Nunca visitó un hospital desde la última vez que Emil tuvo un accidente.

En ese momento se acordó de todo lo que había pasado, de las personas que se mordían y se golpeaban, de la cosa que vieron en la isla.

Se levantó de la cama y se puso unas pantuflas que había debajo. La cabeza empezó a latirle, caminó hacía la puerta para salir, pero entonces se detuvo. Se dio cuenta de algo inquietante.

No había nadie en el hospital desde que se levantó. No escuchó a nadie caminando desde el exterior, o niños gritando o personas hablando. Se quedó con la mano en la perilla de la puerta. El viento le entraba por las aberturas de la bata azul que llevaba puesta.

Regresó hacia donde estaba su cama y busco su ropa. Estaba sobre una repisa, al verla, no sabía si ponérsela o no. Estaba manchada de  sangre, además, no podría salir con vestido. Lo dejó donde estaba y esta vez abrió la puerta. La perilla giró haciendo un chasquido, lo habían cerrado desde adentro. ¿Cómo si no había nadie con Thabie?

Tal vez pusieron el seguro por adentro y luego cerraron la puerta. Literalmente eso ya no importaba. Antes de salir, se volvió para ver la ventana. Las cortinas estaban cerradas, así que dejó la puerta como estaba y caminó de nuevo hacia adentro. La luz penetraba el cristal y daba con el piso liso blanco como el mármol.

Al ver hacia afuera, solo había un muro de ladrillos frente a ella y un callejón sin salida.

Realmente es muy extraño, no solo el hospital parece un desierto, las calles están vacías. A menos que estemos en un pueblo inusual donde los habitantes son más tranquilos de lo común, esto ya daba demasiado miedo.