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Nick Wilde se humedeció los labios y reprimió una carcajada que hace mucho tiempo Johnny Rayado se había ganado a pulso, pero que nunca tuvo la oportunidad de regalar. Era irremediable su situación, esperaba que nunca llegara caer en sus patas, cosas de la vida y del destino. Finnick se mantuvo quieto sin perder de vista el rostro sereno de la hiena. Bajo su templanza se encontraba un odio abismal que, al mínimo de cometer una estupidez, se desataría sin poder frenar. Sin embargo, también sentía un ápice de gracia que no podía pasar por alto.
Cuando empezaron con el negocio de las Pawpsipatitas se dieron cuenta de lo difícil que era conseguir los materiales, siendo el mejor método conseguir las Jumbo Pop de las heladerías destinadas a grandes animales. Se ahorraban dinero, tiempo y cantidad tan solo con una de esas monstruosidades. La dificultad radicaba en conseguir una, el dinero no era problema, el obstáculo más grande se hallaba en el odio hacia los zorros del que ambos estaban acostumbrados. Gracias a Nick pudieron solucionarlo y las primeras ventas fueron las mejores, parecía que nada los molestaría. Salvo tal vez, la llegada de Johnny Rayado.
Aquella hiena salida de la cárcel hace tiempo, tomó posesión de La Sabana Central, y eran pocos los que se atrevían a darle cara. Los negocios tenían sus límites y más de una vez habría chocado con otros grandes criminales de los demás distritos. La fuente de ingresos eran los «locales protegidos» que tenían su nombre escrito. Nick conocía a todo el mundo y sabía de esta nueva condición, pero eso no alteró que siguieran estafando bajo sus narices y argumentaba a Finnick que nunca podría atraparlos. El sistema del zorro rojizo era infalible, o parecía serlo. Nunca tomó en cuenta a un molesto roedor como principal destructor y es que lo rayado del gran Johnny no era solo su apellido.
—¡Vamos hablen! —exclamó la hiena a unos centímetros de Nick—. Esto será más rápido si se dignan a soltar sus lenguas traicioneras.
Finnick suspiró.
—No tiene caso mentirte Johnny—dijo recordando al grupo en la heladería—. Sí hemos estado comprando en uno de tus negocios.
Johnny Rayado retrocedió y dio la vuelta mirando a sus compañeros. No necesitaba estar enfrente para reír de una manera tosca en el almacén.
—¿Comprando? ¿uno? —preguntó volviendo rápido junto a Finnick—. Me tomas el pelo de nuevo Finley, o cómo te llames ya ni me importa. Creyeron que estarían bien estafando por La Sabana Central, pero ahora deben pagar por todos esos dólares perdidos muchachos.
—¿Tienes cambio? Dejé las monedas en mi casa—bromeó Nick sin miedo a las consecuencias. Estaba aprendiendo de Judy en ese sentido, mejor tarde que nunca, aunque en un mal momento la verdad.
Johnny se irguió y admiró la picardía de Nick. Ameritaba que fuera enterrado bajo tierra dentro de unas horas, o el favorito clásico que había visto en una película hace unos días; zapatos de cemento para caminar por el mar. La hiena mostró sus garras ante los presentes, el único recuerdo que los enemigos de este se llevaban consigo. El zarpazo dio un arco en el aire antes de aterrizar sobre Nick, quien por instinto cerró sus ojos esperando el dolor que ya estaría cerca. El golpe atravesó las cuerdas de Nick, rompiéndolas como simples hilos.
—Te conozco, Nick—dijo Johnny limpiando su pata—. Tienes contigo mucha información del funcionamiento en otros términos de Zootopia. Pero a pesar de ser un maldito oficial traidor, no se te ha ocurrido comprometer el sistema. Porque créeme—encaramó su rostro a un hombro del zorro rojizo—, si te atreves a decir algo sobre mí, tú y esa coneja no verán otro amanecer en esta ciudad…
Nick tragó saliva. El valor prestado de Judy se desvaneció y miró sus brazos liberados. Era un hecho que podía delatar a muchos animales que trabajaban en las calles, sin embargo, tales detalles decidió guardarlos para siempre inclusive de Judy. Bueno, no sería la primera cosa que le ocultaba desde ese día. Johnny repitió el proceso con Finnick y luego se retiró unos pasos hacia atrás.
—¿Nos dejas libres? ¿Así y ya? —preguntó Finnick bajando de la silla.
—Para suerte de ustedes sí, que les sirva de advertencia. No los condenaré tan rápido, y tampoco quiero tener que deshacerme de un policía, por más que quisiera hacerlo. Ya tengo suficiente con esa rata de Mr. Big…cree que es divertido destrozar mis negocios. Le estoy devolviendo el favor, oh sí…
El detalle de Johnny le pareció curioso a Nick, quien asoció el destrozo que mencionó con la joyería destruida en La Sabana Central. Mr. Big, la musaraña dueña de Tundratown, ¿golpeando a la competencia? No era su modus operandi y de ser así, se estaría armando un conflicto lo bastante grande como para manejarlo la policía, aunque era tan solo una suposición. Nick se levantó y se acercó a Finnick.
—Ya van dos Finnick, y ambas han tenido que ver con las Pawpsipatitas—dijo con picardía recibiendo una sonrisa sarcástica de su amigo.
Editado: 03.03.2020