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Martin, una cebra de La Sabana Central, se despertó puntual a las 6:00 am ese día martes. Era la hora de empezar su rutina matutina y prepararse para el trabajo en su tintorería en el centro. Encendió la televisión y degustó un desayuno que por momentos hizo que se atragantara mientras veía las imágenes de los reporteros. Sus amigos le habían contado el día anterior sobre la bomba que explotó en la prisión de Zootopia luego de que los reos con buena conducta fueran liberados, y una molestia le sobrevino cuando supo la noticia. Podía ver como varios eran Depredadores, ese no era el problema, tenía amigos de esa clase, aunque siempre en un círculo marcado por sus límites. Cuando era niño entregar un buen servicio junto a su padre le subían los ánimos cada vez que los clientes recibían sus pedidos. Sin embargo, la sonrisa del Sr. Martin no logró que borrara del todo una de esas experiencias que quizá, todo niño en el mundo haya vivido.
En la escuela tenía sus altibajos, lo que se esperaba de un niño promedio, pero aun así ciertas cosas perduran, y cuando aquel oso tomaba su almuerzo durante la semana, se incrementó un resentimiento que no pudo superar.
—¡No puedes hacer nada rayitas! Una presa como tú apenas mostraría los dientes. —Escuchaba cada vez que intentaba negarse o pedir cierto grado de piedad.
Al crecer y dejar la escuela por el trabajo, creyó superar el problema. Como dije antes, en el fondo siempre queda una memoria. No temía a los Depredadores liberados, pero creía que podrían ser un peligro, como todo pensamiento, incluso llegó a los policías. Eso no le arruinaría el día, cerró la puerta de su hogar y fijó rumbo hasta su local. En las inmediaciones de la tarde, atendía a un castor que entregaba un esmoquin cuando la puerta tocó la campanilla anunciando a un nuevo cliente, o varios de ellos. Martin entrevió pocas cosas al tener el rostro en el suelo, pero sí varios colmillos afilados y osos entre ellos. Eran reconocibles, tenía intuición desde niño…Dio la alarma apenas vio que uno subía por el mostrador, sin embargo, cuando se fueron y los policías llegaron era demasiado tarde, los encargos de la semana y la anterior ya estaban arruinados.
La declaración fue unánime teniendo al castor de testigo, Depredadores. No robaron nada, siquiera tocaron un billete de la caja registradora, pero el daño estaba hecho además del susto. Depredadores. Remarcó esa palabra varias veces antes de que pudiera ser considerada una ofensa. Gracias a su cliente pudo saber de otro animal que también sufrió el mismo atraco, y conocía al afectado. Se puso en contacto para contarle el problema que sucedió esa misma tarde.
El caballo tenía rabia al ver su joyería hecha un desastre y pensar que su competencia, un puma a unos pasos de distancia, estaría recibiendo toda la atención mejorando su negocio sin estorbos. En sus palabras, este quería arruinarlo llevando varios Depredadores a su local, y eso era todo lo que Martin necesitaba para entender que los dientes afilados eran una amenaza que hace tiempo tenía que sobrellevar.
Los días posteriores se resumían en varias llamadas realizadas al ZPD sobre ataques a negocios locales, además de otros inconvenientes. Un camello en Plaza Sahara se quejaba de que su nuevo empleado, un tigre salido de la cárcel, sirvió como conducto y ayuda para que varios de su clase irrumpieran en su local de comida. No había pruebas que lo apuntaran como culpable directo o cómplice, pero el dueño no quería verlo más, y no le importaba la ley de Leonzález. La culpa también la tenía el león sentado en su asiento en la alcaldía, la carta venía con su firma para aceptar al tigre. Y los ataques persistían, en la mañana podía haber dos en Tundratown, luego tres en La Sabana Central para luego pasar a los cinco en Plaza Sahara. El patrón era el mismo, Presas que sufrían el acoso de los Depredadores. No podían seguir así todo el tiempo, uno de los afectados reparó su negocio en menos de dos días, pero en esa misma tarde tras la reapertura, el tornado pasó de nuevo. La seguridad y la solución que podían entregarle la ZPD no servía de nada, los locales eran destruidos sí, pero no se robaban nada y las investigaciones demorarían hasta que un grupo de animales fuera arrestado. El patrón tampoco ayudaba a la investigación, una víctima creyó reconocer que el Depredador que caminaba por la calle era uno de los culpables. Podía serlo, sin embargo, Zootopia funcionaba con leyes y estatutos, y no iban a arrestar a todo animal que sea señalado con el dedo. Al menos Bogo y Leonzález no lo permitirían, siendo este último el que no atendía como se debía el problema en la ciudad. Para suerte de los afectados, había una solución más práctica que desde hace dos semanas estaba en marcha; las elecciones de campaña para un nuevo alcalde.
Isabela Hammond era la competidora directa de Leodoro Leonzález. Había perdido dos candidaturas frente al león que hacía un buen trabajo para los ciudadanos, o lo hacía hasta ahora. Si el león no les daba una solución, quizá ella si lo hiciera. Una respuesta rápida era más eficaz y Hammond acudía a los afectados ayudando en lo que estuviera a su alcance. Tener a una Presa de apoyo era un punto a favor, Martin podía sentirse identificado con ella. Quizá también tuvo a un oso en su escuela, pero ella sería la pata que le devolvería su almuerzo al instante. Sí, ella era la respuesta. La opinión del dueño de la tintorería no se hizo esperar para sus compañeros, y cada uno tuvo un pensamiento colectivo; Hammond tenía otra visión, una que Leonzález ni siquiera tenía en mente y aunque quedaran animales que apoyaran al león, estos no serían de la proporción favorable en Zootopia.
Editado: 03.03.2020