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Mr. Big se sirvió otra copa. Ya iba en la tercera, pero la costumbre no afectaba su juicio al momento de tomar decisiones. En su despacho le gustaba estar solo, exceptuando la compañía de su fiel oso Kozlov, quien estaba quieto a un lado de la chimenea. El estéreo tocaba My Way de Jerry Vole. En una era donde la música podía descargarse gratis de la internet, Mr. Big seguía aferrado a usar CDs. Le costó cambiar el tocadiscos, sino fuera por Frufrú tendría que estar llamando a diario a un experto para que lo arreglara. El que tenía en su despacho era una reliquia, no por ello lo guardaba con tanto cariño. Kozlov movía su pata izquierda al ritmo de la canción, aunque la musaraña estuviera de espaldas, sabía lo que hacía su guardaespaldas. Se debe tener conocimiento de quienes están contigo para no correr riesgos, eso incluía a su gente y familia, aún más con lo que sucedía en Zootopia.
La musaraña volvió a sostener el teléfono entre sus garras. No levantaba el auricular, sería un error hacerlo. Le pedía que sonara, apenas el primer timbre y ya lo tendría apegado a su oreja y con la disposición de poner atención. Antes de cumplirse su deseo, alguien tocó la puerta y Kozlov atendió. Se volvió hacia Mr. Big y se agachó a su nivel.
—Ya llegaron señor.
Mr. Big asintió. Tarde o temprano pasaría y ahora tocaba arreglarse. Agarró su celular y Kozlov lo trasladó fuera del despacho.
Al llegar al segundo piso miró a los invitados entregar sus abrigos al portero. Uno de ellos revisó su celular y por imitación, Mr. Big miró la hora: 21:23. Todo el mundo era puntual cuando hay una crisis, aunque esta escaló un peldaño más del que podían controlar. Por años se manejaron bajo el radar de la policía. Ningún oficial tocaba a sus puertas o locales que controlaban. Si lo hicieran, les estaría esperando el pozo. Eso en su casa, no sabía que mañas podrían tener los demás fuera de comportarse para no demostrar debilidad. A esa hora y con ese ánimo, Mr. Big empezaba a demostrarla.
Tras vestirse con uno de sus muchos trajes, dio aviso a Frufrú de que no se apareciera esa noche por la casa. En el hogar de su esposo estaría más segura y eso que prefería tenerla con él casi siempre. La familia es lo más importante, y sus transacciones estaban casi a la par.
En el salón principal los invitados degustaban los tragos que les ofrecieron. Ninguno mostró molestia por el sabor, era una cosecha del 68 que Mr. Big guardaba en su bodega privada. Las compartía en los días de celebración y para demostrar el respeto que les tenía a los demás jefes de los distritos. Se ahorraron una botella con Johnny Rayado, pero eso a la musaraña le traía sin cuidados. Creía que la hiena llegó hasta su trono aupándose al hombro de alguien más. Nadie con su inteligencia sobreviviría mucho tiempo en este negocio, ni menos un animal que causaba daños a su territorio como una burla. Espero que la celda te sea cómoda mi odiado socio, pensó revolviendo el anillo de su garra.
En el extremo de la mesa Mr. Big hizo un saludo cordial. Todos respondieron con un gesto de cabeza aceptando sus respetos. La musaraña sabía que eso era lo que debía hacerse, sin formalidad serían simples animales como una vez le comentó a Judy Hopps. Desde Irving Homps hasta Mortimer Claws las miradas de agobio se palpitaban en el salón ocasionando impaciencia. No podían empezar si faltaba uno en el grupo, y ese alguien no se trataba de Johnny.
—Buena forma de intentar calmarnos ante esta situación Mr. Big —dijo Salt Grass, un reno proveniente de Distrito Forestal levantando su copa—. Se ha gastado uno de sus mejores tragos para mantenernos tranquilos, espero que su despensa sea vasta.
—Oh mi señor Grass, tenerlos aquí siempre ha sido un honor —respondió la musaraña con una pata en el pecho—. Me gusta tener una charla civilizada, pero sabe que no podemos empezar hasta que nuestra mesa esté completa.
Irving Homps, un camello de Plaza Sahara interrumpió la discusión.
—Recordemos señores que Johnny Rayado está en la cárcel, y con lo que hemos visto estos días, podemos decir que un Depredador no es apto para dirigir grandes territorios.
El camello observó a Mortimer Claws, un tigre, mostrar los dientes en respuesta a su opinión.
—Sin ofender Mortimer —continuó Irving arremangando su camisa de los nervios. No se confiaba en un Depredador, las noticias hablaban por sí solas—. La Sabana Central está libre y estoy dispuesto a tomar cartas en el asunto para que la policía no meta sus narices mientras hacemos nuestros negocios.
—Ya quisieras Homps —dijo Mortimer bebiendo un sorbo de su copa. Los pendientes de oro en sus orejas lanzaban destellos gracias a la luz de la lámpara que chocaba con los ojos de los presentes—. Johnny Rayado habría tenido ese distrito para él, pero yo controlo el centro de la ciudad y soy el más apto para dirigir a los animales que dejó atrás.
Discusiones, discusiones y más discusiones, era lo único que podía tener Mr. Big en su mesa. El arresto de Johnny Rayado fue una gran noticia cuando esperaba en su despacho a que la oficial coneja pudiera resolver sus achaques antes que él. Al fin no tendría que lidiar con ataques en el distrito y su gente estaría más segura sin miedo a recibir un golpe por la espalda o la sorpresa de un vehículo que frenaba en seco en medio de la calle. Sacar a un jefe de su distrito traía consecuencias, pero la ira nubló su visión.
Editado: 03.03.2020