El cavernicola de mi jefe
Hola, soy victoria Hamilton y me encantaría invitarte a leer una fascinante historia que te hará reír a magno poder, así como a tener miles de emociones, encontradas.
Les aquí te dejaré un pequeño, fragmento de la historia y el link.
https://booknet.com/es/book/el-cavernicola-de-mi-jefe-libro-ll-atrapados-por-el-deseo-b330510
Capítulo 5
Cuando Mari abrió los ojos, sintió un terrible dolor de cabeza, en donde, también sentía que su ojo izquierdo le ardía.
Pero lo que no entendía, era ¿por qué sentía que sus labios también le ardían?
Entonces de golpe recordó todo lo que había pasado y maldijo por lo alto, no haberlos dejado que se mataran, a eso animales del demonio, que se había atrevido a golpearla.
Por otra parte, mientras Mari quería matarlo, este se encontraba aliviado de poderla verla despierta, otra vez, ya que esto significaba, que no había contusión por el golpe recibido.
—¿Estás bien?, te duele algo?, sientes algún malestar aparte del dolor — interroga Adán, con miles de preguntas más.
—¡Estúpido, cavernícola! — le grito eufórica.
—Sí, estás perfecta— ironizo él, al escuchar esa lengua filosa que tenía la muy necia—. Creo que no quedara ninguna secuela— dijo mirando sus labios, los cuales había besado antes de que esta despertara.
—Ustedes dos, son unos animales— dijo furiosa.
—Lo siento. Nunca creí que pudieras salir lastimada— se disculpó Adán, con sinceridad, más no dejaba de mirar sus labios. Era, como si estuviera hipnotizado.
Desde aquel día que la había besado, no se la había podido sacar de la cabeza y eso lo ponía más furioso, consigo mismo. Ella no debía importarle. Como nunca le ha importado ninguna.
—Le advierto que, si atreve a besarme, otra vez, no se la va a acabar— dijo al verlo acercarse hacia ella e inclinarse.
—Quien dijo que eso es lo que iba a hacer— mintió él— voy a ver tu ojo izquierdo, que está un poco inflamado. Y creo que tendrás un terrible moretón, por varios días— dijo, cuando en realidad lo que quería hacer, era volver a besarla.
Mari se sintió, avergonzada. Por haber pensado en que él quería besarla. ¿Diablos, que estaba pensando?
¡Demonio! ¿Por qué le ardían tanto los labios y porque de pronto se encontraba pensando en aquel beso?
—¿No me digas que deseas que te bese? — dijo con sarcasmo el rubio.
—En tu sueño, ¡maldito cavernícola! — lo insulto.
—Si vuelves a insultarme, te juro que lo haré y no te soltaré hasta que me ruegues que te desnude y te haga mía— dijo seguro de sí mismo.
—Te encuentras muy seguro. Pero te tengo malas noticias, no me atraen los cavernícolas, estúpidos como tú— dijo, entonando sus ojos negros en él, llenos de furia.
—Vamos a ver si sigues opinando lo mismo…
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