Amor y negocios: El presidente
Esta en venta y pronto en descuento el día 26.
Regresó a su oficina y vio a Valeria que tenía cara de perrito regañado.
—Ven conmigo —le dijo serio al pasar junto a ella.
Sintió los pasos de ella detrás de él, llevaba tacones y caminaba despacio como si quisiera evitar el momento, pero Arnaud estaba decidido a darle la reprimenda que se merecía, ya la había soportado mucho.
—Cierra la puerta y siéntate —dijo se quitó la chaqueta y la colocó sobre la silla.
Ella no disimulo y le lanzó una mirada descara a su cuerpo, él se dio cuenta, hizo un gesto de fastidio con la cara y le hizo un gesto con la mano de que siguiera a hacer lo que le había pedido.
Valeria se giró cerró la puerta y se sentó en silencio en la silla frente a él. Estaba seria y nada juguetona como acostumbraba, debía estar consiente del regaño que la esperaba.
—Explícame a que juegas.
—¿Cómo señor?
—Te pedí, dos veces, que me arreglaras una cita con Miriam y las dos veces no solo no lo hiciste, además me mentiste.
—No lo hice, perdón, mentí que si la había llamado pero lo olvidé, nunca la llame y mentí.
—Me mentiste entonces y me mientes ahora, porque ella llegó hasta tú escritorio y le negaste verme.
—No quería que usted se molestara conmigo por dejarla pasar.
—¿Por qué me iba a molestar si la he estado esperando? Te parece que eso tiene lógica —gritó Arnaud.
Ella negó con la cabeza, comenzó a llorar. Las lágrimas le salían con mucha facilidad, pensó Arnaud.
—Quiero una razón para no correrte ya mismo Valeria. No soporto la gente mentirosa, eso no lo voy a tolerar. No puedo contar contigo, no puedo confiar en ti.
—No quería que saliera con ella —dijo en voz muy baja, aun llorando.
Él quedó sorprendido.
—¿Cómo?
—No quería que la viera y saliera con ella.
—¿Por qué?
—Porque ella es muy bonita y todos quieren con ella, usted también iba a querer enamorarla a ella.
Arnaud ya no se sorprendía de las locuras e impertinencias de Valeria pero lo escuchaba la calificaba para otro nivel, uno de loca maniática.
Aspiró profundamente, se acomodó en la silla, y se acercó más a ella.
—¿Y por qué diablos crees que eso es tú problema?
Ella levantó la mirada, se secó las lágrimas y aspiró con fuerza por la nariz, sus ojos castaños se cruzaron con los de Arnaud, y se mantuvo en silencio, él quedó esperando una respuesta.
—Yo sé que usted nunca se fijaría en mí, pero al menos no me gustaría verlo con ella —confesó bajando la mirada.
Arnaud quedó estupefacto.
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