Un momento inesperado
Un momento inesperado
—No supimos de la familia de Ana por años, hasta que César dio contigo, recién —explicó Lucas.
Ella cerró los ojos ladeo la cabeza, hizo un gesto de resignación.
—¿No asististe al funeral de Ana? ¿Cierto? —preguntó César.
Ella negó con la cabeza, una lágrima se asomó por su mejilla.
—No supe de su muerte sino hasta una semana después, cuando debía comunicarse conmigo y no lo hizo, fui a buscarla y su empleador me dijo del accidente. No supe donde estaba su cuerpo, nada, solo la confirmación de la policía, si era ella y estaba muerta.
—Mi familia celebró el funeral de ambos, juntos —le contó Lucas.
—No sé qué decir, si fue un lindo gesto.
Ambos hombres esperaron a que ella se calmara.
—Lo siento mucho —dijo Lucas.
—Los abandonaron, los aceptaron juntos después de que ambos murieron, eso fue muy triste. Antes lo abandonaron, a ambos, ambas familias, mi familia no fue mejor.
Se escuchó una puerta abriéndose, y se asomó un niño en la puerta.
—¿Mami? —preguntó un niño.
Lucas sintió que se le caía el corazón, hizo un esfuerzo por mirarlo desde donde estaba, pero el niño no terminaba de salir de la habitación. Mariana se levantó enseguida e hizo que entrara de nuevo.
—Ya vengo bebé.
—¿Es el niño? ¿Puedo verlo?
—Basta con eso ¿Por qué quiere ver a mi hijo?
—No es tú hijo, no mientas, es hijo de mi hermano y de tu hermana. ¡Por favor!
Ella se echó a llorar.
—Es mi hijo.
—Necesitas ayuda ¿Dinero? ¿Está bien de salud? ¿Necesita algo?
—Por favor váyanse —dijo Mariana.
—Iré a la corte y demostraremos que el niño no es tuyo. Falsificaste documentos para quedártelo.
Ella se mostró asustada, se puso nerviosa, se limpió las lágrimas y tragó grueso.
—Es mi hijo. Váyanse.
El niño salió corriendo de la habitación y se paró frente a los hombres. Mariana intentó atraparlo rápido, pero se sacudía de su agarre e insistía en ver a los hombres.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Se van a llevar a mi mamá? ¿Les debe dinero? —preguntó el pequeño.
Lucas pudo verlo frente a él por fin, era idéntico a Mateo, tenía su cabello y sus ojos, lloró sin poder evitarlo. Se llevó las manos a la boca y lo miró detallando cada una de sus facciones, miró sus manos, eran idénticas a las de Mateo, gorditas. Sonrió.
—No, yo soy un amigo de tú mamá, la voy a ayudar —dijo Lucas.
—¿Ayudar de verdad o la hará llorar diciendo que la ayuda?
—¿Cómo? —preguntó Lucas.
—Biel, basta, ven, son amigos, amigos, ve a la habitación.
El niño la obedeció. Lucas lo miró entrar a la pequeña habitación. Se entregó al llanto.
—Váyase por favor —insistió Mariana.
—Voy a volver, como entenderás, quiero ver a mi sobrino —dijo con tono parco.
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