LA SUERTE DEL MILLONARIO EN DESCUENTO
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La suerte del millonario
Fragmento:
—No repitas eso delante de él —dijo con tono de advertencia.
—Mamá ¿Quién fue mi papá? ¿Por qué no me dices? Ese pobre diablo de Juvenal no pudo ser.
—¡Claudia! —gritó, se puso roja. Algunas lágrimas le recorrían ya las mejillas. Sus labios temblaban.
Me di cuenta de lo que dije, siempre lo pensé pero ahora lo decía en voz alta. Mi madre me veía con expresión de dolor en su rostro.
—Mami perdón —dije juntando mis manos frente a mi pecho.
—Juvenal, hizo tanto por ti, por mí, por tu hermano, él construyó esta casa donde vivimos, malagradecida, si no hubiese sido por él, tú habrías dormido en la calle, porque en la calle estábamos. Nunca conocí a un hombre tan bueno, tan amoroso y dedicado a su familia y tú malagradecida reniegas de él llamándolo pobre diablo.
—Lo siento, perdón —lloré sincera—, yo lo quería, lo quiero, pero sé que no es mi padre, toda la isla lo sabe, lo que nadie dice es quien es mi padre.
—Tu papá se murió, tu papá era Juvenal.
—Sí claro. Tu eres rubia, Juvenal era muy blanco, Ab es tan blanco como un frasco de leche y mírame a mí, mira mi piel oliva, suave, brillante.
—También tienes pecas
—Por ti mujer ¿Si soy tu hija al menos?
—¡Que insolente eres Claudia!
—Todos ustedes van de rubios a castaños. Mi cabello es negro como petróleo. Mira —dije frustrada señalando mis cabellos.
—Quizás yo tenía familia morena.
—Mentira. Merezco la verdad, tengo dieciséis años mamá, no soy una chiquilla tonta como Ab.
—Deje de menospreciar a tu hermano.
—¡Mamá!
—Ojos cafés, todos tenemos ojos cafés.
—No soy hija de Juvenal.
—¿Y de quién crees que eres hija? ¿De un magnate? No eres hija de Juvenal; Sí, eres hija de un pescador más pobre de lo que era Juvenal.
Sentí mi cara arder, comencé a llorar, retiré mis lágrimas con altivez sosteniéndole la mirada.
—Venían muchos turistas.
—¿Qué crees que sabes Claudia?
—Lo que la gente dice, que tú eras novia de un chico rico ¿Él te dejó embarazada mami? ¿Él es mi padre?
—¿Todo esto porque quieres ortodoncia? Ya te dije que te llevaré a la clínica comunitaria, allí hay médicos que hacen trabajo social, hacen eso de vez en cuando.
—¡Qué horror! No mamá, así no, que vergüenza, ¿De gratis en la clínica comunitaria?
—¿Pero qué quieres? ¿Qué no construyamos el tanque subterráneo y que tengamos que seguir llenado a mano con tobos el tanque aéreo para darte el dinero por algo que puedes recibir gratis?
—Repara el tanque aéreo y dame ese dinero para mis dientes —supliqué.
—Estás loca. Me das miedo. ¿A dónde vas así vestida? Esa falda es muy corta y ese top también. No saldrás así.
—¡Mamá!
—Cuando las muchachas bonitas como tú no se conforman con la vida que tienen y quieren dinero para sus caprichos, hay que vigilarlas mucho.
—Tu andabas realenga por ahí, te preñaron a mi edad y yo ni novio he tenido —grite.
Mi madre se acercó y alzó la mano para abofetearme pero se detuvo, lloré.
—Perdón mami.
—Tenía dieciocho —dijo con la mandíbula temblando. Tragó grueso, bajo la mano y salió de mi habitación.
Limpié mi maquillaje y me cambié con ropas de andar en casa. Me eché sobre la cama a llorar, esperaría a que llegara mi vecina para que encendiera su modem de internet para poder buscar en internet información sobre las compañías que habían operado en la isla. Era rutina, revisaba muchas, conocía la historia comercial de la isla ya.
Catalina, la mujer del dueño del Café de Pedrico me dijo que mi mamá salía con el hijo del dueño de una de esas compañías, solo debía conseguir los nombres de esas compañías, buscar foto y ver si me parecía a alguno de esos hombres. «Yo no soy pobre», me decía, siempre lo presentí. Juvenal me amaba como a una hija y si fue mi padre, pero sabía que no era mi padre biológico, en el colegio todos me lo decían. Todos rubios y yo morena.
No me importaba cuando me molestaban por eso, creían que me ofendían pero me gustaba escuchar que ellos no eran mi familia, al menos no Juvenal, soñaba entonces que otro era mi padre. Yo amaba a Juvenal, nunca le hice un desplante y siempre lo respete, pero no quería ser su hija, después sí me acostumbre, lloré y sufrí mucho su muerte, sobre todo porque fue horrible y no la merecía, pero siempre quise buscar a mi verdadero padre. «Lo haré» pensé.
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