Descuento activo de mi novela Corazón Herido
Quedo con el moreno, en el reducido espacio del coche. El ambiente cambia entre nosotros cuando estira el brazo para descansarlo en mi asiento, rodeándome. Yo sonrío, tentadora ante su mirada.
—Hola Gaby…—se acerca y me susurra al oído—anoche me torturaste en los sueños con tus labios rojos que te quedan de infarto pero ahora que te veo en la mañana, fresca y sin maquillaje, me doy cuenta que tienes unos labios rosados, carnosos y apetecibles… te confieso: me vuelve loco no poder besarlos—remata la frase con un beso en la comisura de mi boca.
Madre del amor hermoso. La infartada seré yo si sigue con estos sutiles juegos de seducción. No estoy acostumbrada a este tipo de frases, usualmente usan conmigo un lenguaje más vulgar y directo, los hombres no enloquecen por mis labios cuando pueden estrujarme otras partes de la anatomía.
Sonrío encantada con el moreno que es la cereza que le faltaba a mi día perfecto.
Nos vamos de paseo ya que Gonzalo está manejando a velocidad muy lenta como si no quisiera llegar al pueblo cercano porque está disfrutando de mi compañía y eso me hace sentir, no sé, ¿estúpidamente especial? Por momentos roza mi pierna al hacer los cambios con la palanca o acaricia mi mejilla o ladea la cabeza y sonríe al mirarme… sé que debería detener esto…
Pero es tan bonito que me resulta imposible poner límites.
—¿Por qué tienes estos arañazos y raspones? —dice acariciando uno de los múltiples raspones de mi brazo—Anoche no los tenías.
—Son cortesía de la estúpida de Topacio—mascullo.
—Mmm… ¿la morena que me dijo que era gay?
Asiento apretando los labios. El moreno se suena el cuello poniendo la cara del que se chupa un limón.
—Es una arpía.
—Por eso no quiero que te acuestes con ella jamás—exijo, impulsivamente.
—Me pides que no me acueste con ella pero tú te acuestas con todos Gabriela—dice al cabo de un rato con voz muy serena pero sin despegar la mirada del camino, como si odiase la verdad que acababa de salir de sus propios labios.
Gabriela activa tu GPS y deja de pasar pena. Gonzalo acaba de ubicarte en tu realidad de prostituta.
—Lo siento, Negro, tienes razón—digo avergonzada de ser lo que soy, una sensación que trato de evadir pero que con él me pesa como yunques—No tengo derecho a pedirte nada. Olvídalo… Es solo que es mala persona, es peligrosa, incluso ayer dijo que me haría llorar lágrimas de sangre y como ella sabe usar la navaja…
—Por Dios Gabriela, esa mujer te amenazó.
¿Quieres conocer la historia de Gaby y el Moreno? CORAZON HERIDO
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