Ella es dejada en el altar y está embarazada.
El nuevo día llega y con el rostro pegado en la taza de baño, la sospecha que surgió hace un par de días se hace cada vez más fuerte. En la noche de bodas hablaré con Fernando y tal vez mañana recibamos una buena noticia.
La peinadora y maquillista llegan y justo a tiempo me coloco el vestido, como aquella vez en que me lo medí, me siento la mujer más hermosa del mundo, me miro en el espejo de cuerpo completo y me coloco de perfil, llevo mis manos hasta el vientre y sonrío.
Mis abuelos y mi amiga me esperan al pie de las escaleras, todos lucen muy bien.
—Mi pequeña, jamás imaginé ver este día. Cuando llegaste a nosotros eras tan pequeña e indefensa y no me creí capaz de cuidarte, pero lo logramos y ahora puedo decir que esta es la culminación de mi trabajo.
—No llores, abuelo, mejor dicho, padre, porque eso es lo que eres para mí. Eres mi padre porque así te comportaste siempre, jamás me dejaste sola y en los momentos en que necesitaba un hombro para llorar ahí estabas para consolarme. Gracias por todo, porque ahora soy la mujer que soy gracias a ustedes.
Tomo sus manos y respiro para no llorar.
—No es momento de lágrimas, este día es para estar felices, así que vámonos antes de que el novio piense que la novia se ha arrepentido. —Decidimos hacerle caso, y a su señal, hacemos el ejercicio de respiración.
Ya con las emociones calmadas, salimos de casa y nos dirigimos a la iglesia. Quiero enviarle un mensaje a Fernando y preguntar si sus padres llegaron con bien y entonces me doy cuenta de que por los nervios se me ha olvidado traer mi celular conmigo.
No le doy más importancia, cuando lo vea le pregunto o más bien, veré a su familia.
Al llegar, mi abuelo me ayuda a salir, lo hago después de tomar una respiración profunda, al poner un pie fuera siento un ligero mareo, ¿será por la emoción de día?
Llegamos hasta la entrada en donde la poca gente que hemos invitado se encuentra arremolinada. Conforme me voy acercando, no logro ver a Fernando y todas las caras son conocidas, eso quiere decir que su familia tampoco ha venido.
Con cada paso que doy el presentimiento de que nada bueno está por ocurrir se hace cada vez más fuerte. Mi corazón late más a prisa de lo normal y mi abuelo también lo noto algo tenso.
Al llegar a la multitud, no me atrevo a preguntar por el novio, es mi abuelo quien lo hace, las caras de los invitados me confirman lo que ya sospechaba, no ha llegado y su familia tampoco. Debo calmarme y esperar a que llegue, no puede hacerme esto.
Nada me había preparado para lo que viene a continuación. Frente a mí tengo a un hombre que no conozco, que me mira de arriba abajo, puedo notar que quiere decirme algo, pero no se atreve. Se me hace familiar, tiene un aire a la persona que estoy esperando, pero, no puede ser, no es el mismo.
Como si de una regresión se tratara, el tipo se hace presenta, si lo conozco, lo he visto.
—¿Quién eres tú y dónde está mi novio? —pregunto con la voz entrecortada.
—Me ha pedido que te diga que no va a venir. —No sé quién es él, pero su voz, es la misma de la persona que iba a ser mi esposo; sin embargo, eso no es lo que más me preocupa, lo que hace eco dentro, es él diciendo: ayuda—. El hombre que esperas está muerto.
Se da la vuelta sin que le pueda preguntar nada.
Todo se vuelve oscuro, caigo al suelo y desde aquí puedo verlo caminar lejos de mí, cierro los ojos y su imagen es lo última que veo.
1 comentario
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IngresarHola
Me dices por favor el hombre de la historia por favor
Jimena Montes Orduna, La venganza del millonario de Mary Cervantes.
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