Daniel Alejandro Morales

El cuarto oscuro nombra un estado vivido y reconocido. No es metáfora: es experiencia registrada. Un lugar físico y espiritual donde la vida se volvió pesada, el aire escaso y el tiempo lento. Un espacio al que se entró pocas veces y siempre acompañado, porque el cuerpo sabía que solo no se podía. Ese cuarto nació con una carga previa: allí iba lo que molestaba, lo que sobraba, lo que debía apartarse. Aunque tuviera comodidades y buenas intenciones, el mensaje estaba en el aire. Y ese mensaje se volvió sensación, peso, soledad. Con el tiempo, estar “arriba” dejó de ser una ubicación y se transformó en una caída continua. No hubo golpe final, no hubo fondo. Solo una caída sin cierre, sostenida, que desgastaba cada día un poco más. Una oscuridad que no se disipaba ni con la luz encendida. El