×0: El poder de ser nadie.

Prólogo

0.1

En los márgenes del cosmos, un cadáver celestial flotaba en la inmensidad, consumido por años de explotación. Alguna vez había sido un mundo vibrante, lleno de océanos tempestuosos y cielos crepitantes de energía, pero ahora no era más que una roca estéril, perforada hasta sus entrañas en busca de recursos. Las cicatrices de la minería orbital lo cubrían como heridas abiertas, y su atmósfera, si es que aún se le podía llamar así, estaba reducida a un velo de polvo y gases inertes. Sin embargo, en sus profundidades, entre túneles olvidados y ruinas tecnológicas, algo seguía con vida.

Un laboratorio subterráneo, oculto incluso de las miradas del Supremo y del Alto Círculo Azterista, pulsaba con actividad. Oficialmente, no existía. Era una reliquia del viejo conflicto, sostenida por la obstinación de quienes creían que la grandeza exteriana debía preservarse lejos de los escrúpulos políticos.

Luces parpadeaban en las consolas, monitores proyectaban hologramas de datos genéticos, y un grupo de científicos exterianos discutía con intensidad en una de las salas de comando.
La mayoría de los científicos allí reunidos eran exterianos normales: antiguos académicos caídos en desgracia, técnicos sin hogar ni propósito, y soñadores condenados al olvido. Muchos aceptaron participar porque no les quedaba nada más.

—La guerra está casi terminada —dijo uno de ellos, su voz cargada de duda—, pero seguimos produciendo más especiales. ¿Cuál es el objetivo si ya estamos tan cerca de la paz?

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire como una amenaza. Un zumbido mecánico de fondo, el latido artificial del laboratorio, fue lo único que rompió el silencio incómodo que se formó.

Yhuler, un exteriano de complexión robusta y mirada severa, giró lentamente la cabeza hacia él. Su expresión era la de un depredador estudiando a una presa que ha cometido el error de mostrarse vulnerable.

—No es cuestión de paz —su voz era profunda, cada palabra pronunciada con el peso de una convicción absoluta—. Es cuestión de supremacía.

El científico que había hablado bajó la mirada, incómodo.

—Los normales no deberían existir —continuó Yhuler, alzando la voz para que todos lo escucharan—. Los especiales, seres con habilidades que el mismo universo nos regaló, son la clave de la pureza exteriana. Sin ellos, la victoria no era más que una ilusión.

En una esquina de la sala, apartado del debate, Doppler permanecía en silencio. A diferencia de los demás, no tenía un lugar entre ellos. No poseía el linaje exaltado de los especiales, ni la devoción ciega de los fanáticos que trabajaban en ese laboratorio. Era solo un normal. Un sobreviviente sin raíces.

Años atrás, había tenido un hogar, una familia, incluso sueños de un futuro digno. Pero la guerra lo había cambiado todo. Su gente había sido desplazada, diezmada, convertida en carne de cañón en un conflicto que no les pertenecía. Los exterianos como él, los que nacieron sin habilidades extraordinarias, habían sido dejados atrás, considerados un error cósmico. Para todos, él era un don nadie.

Apretó los puños al escuchar a Yhuler hablar con tanta firmeza. Cada palabra era un recordatorio de lo que él no era, de lo que nunca podría ser.

—El equilibrio nunca fue nuestra meta —prosiguió Yhuler, con los ojos brillando de fervor—. Es la victoria. La guerra civil fue solo un síntoma de un problema mayor: las nuevas generaciones de especiales son cada vez menos. Si seguimos a este paso, nuestro propósito desaparecerá.

Las palabras resonaron en la sala, cargadas de un peligroso sentido de urgencia. El destino de Exter estaba en juego, pero no todos estaban seguros de que el camino de Yhuler fuese el correcto.

Doppler tragó saliva. No dijo nada, pero en su interior, una inquietante sensación de inevitabilidad comenzaba a arraigarse. Algo grande estaba por suceder. Algo que ninguno de ellos podía detener.

El aire en la sala de mando se volvió espeso, cargado de la presencia imponente de Yhuler. Sus palabras aún flotaban en el ambiente, como una sentencia inapelable.

Doppler sintió que la garganta se le cerraba. Sabía que interrumpir a Yhuler era una mala idea, pero el silencio era insoportable. No podía quedarse callado. No ahora.

—Supervisor Yhuler… creo que… sería prudente hablar sobre los resultados de nuestra última selección.

Yhuler desvió su mirada de los otros científicos y la posó sobre él, como si recién notara su presencia. Sus ojos eran fríos, afilados como una hoja de azterium. Cruzó los brazos, su expresión endureciéndose con desdén.

—Muéstrame, idiota.

Doppler no se ofendió. Había aprendido a vivir con el insulto. Para ellos, ni siquiera era un nombre: solo una función con piernas.
Respiró hondo y asintió, manteniendo la vista baja para no provocar más la ira del supervisor.

Se dirigieron a una sala más pequeña dentro del complejo, un laboratorio secundario iluminado por luces parpadeantes de un tono azul verdoso. Las cápsulas de contención estaban alineadas en filas simétricas, flotando en una solución estelar que emitía un leve resplandor. La temperatura aquí era más baja, y el sonido del líquido burbujeante dentro de las cápsulas era el único eco en el silencio tenso del lugar.




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