Con el entusiasmo renovado, me acerco al chico que contempla su roca como si le estuviera contando un secreto cósmico.
Este sí. Este tiene que ser mi primer amigo.
Pero...
¿Y si este también me rechaza?
No, no. Ya basta, Larah. Solo di hola. Tal vez esta vez sea distinto.
Me inclino levemente hacia él y, con la misma energía de antes, levanto los brazos enérgicamente.
—¡HOLA!
El chico no se inmuta. No huye, no me ignora, no se convierte en estatua.
En cambio, levanta la vista y me observa con una mirada serena pero analítica.
Sus ojos son oscuros, profundos. Como el vacío del espacio. Sin constelaciones, ni estrellas ni nada.
—¿Por qué le gritas a todos? —pregunta, ladeando la cabeza-. ¿Acaso te gusta asustar a la gente?
Parpadeo.
—¿Eh?
No es la reacción que esperaba.
—E-Es que... así demuestro quién soy —me justifico, nerviosa.
El chico baja la mirada a su roca y la sostiene con ambas manos.
—Las rocas son inmutables —dice, como si aquello fuera lo más normal del mundo—. Si una roca cambia, ¿Se convertiría en una piedra?
Mi mente se queda en blanco.
—¿Qué?
—Las piedras no gritan, al igual que las rocas -añade, sin apartar la vista de la suya.
Por un instante, me pregunto si estoy hablando con alguien de verdad o con un acertijo viviente.
Pero no importa. ¡Me está respondiendo! ¡Eso ya es un logro!
Ya me vi: en tres días estaremos en el comedor compartiendo secretos, riéndonos juntos, tal vez salvando el mundo. O, bueno... saludándonos al menos.
Intento despejar mi cabeza de sus preguntas raras, y de las mías, y decido hacer lo más lógico en este momento: presentarme.
—No sé qué decir... ¡Pero soy Larah! Mucho gusto.
Levanto ambas manos, las junto y luego las coloco frente a mi rostro en el tradicional saludo exteriano.
Espero que repita el saludo. Pero no sucede. En cambio, el chico me observa en silencio.
—¿Los nombres te definen?
—¿Cómo?
—Porque me dicen Cero.
Frunzo el ceño.
Cero... Qué nombre más extraño. Nunca había escuchado que alguien se llame de otro modo.
La cultura exteriana solo permite un nombre y nada más. Siempre nos diferenciamos con un nombre aleatorio que suene espectacular o algo por el estilo. Porque, después de todo, si el universo escoge a sus propios elegidos, entonces ¿Por qué nosotros no podemos escoger nombres que nos dé más individualidad?
Mi nombre se escuchará simple pero es único. Pero como los demás también comparten ese mismo factor, más bien diría que mí nombre es exclusivo, no único.
Lo cuál me descuadra que este chico no tenga un nombre exteriano como dicta la tradición.
—Eso no es un nombre. Es un número.
No quería ofenderlo ni nada, pero hice esa pregunta para saber más información.
Entonces él asiente, como si confirmara algo.
—Entonces no tengo nombre.
—¿No tienes nombre? —digo, sorprendida.
Lo dijo sin tristeza ni orgullo, como si simplemente estuviera nombrando un hecho.
Su tono es tan neutral que no sé si me está tomando el pelo o si en serio no tiene idea de su propia existencia.
Quiero seguir preguntándole, quiero entender qué le pasa a este chico. Ya que, por alguna razón, me siento... familiarizada. Como si yo también tuviera un cero pegado a la espalda.
Pero antes de que pueda insistir, un sonido estridente recorre toda la academia.
¡La alerta de inicio de clases!
¡No! ¡No puedo llegar tarde en mi primer día!
—¡Tengo que irme! —exclamo, dando un paso atrás—. Oye, tú también deberías ir a tu salón.
Y sin esperar respuesta, salgo corriendo como un cometa.
Mientras avanzo por los pasillos, mi mente sigue dándole vueltas a la extraña conversación que acabo de tener.
¿Quién no tiene su propio nombre?
Pero justo cuando estoy a punto de llegar, una sensación extraña me recorre la espalda.
Algo... alguien está detrás de mí.
Me giro de golpe.
—¡¿Cómo llegaste hasta aquí?!
El chico —no, Cero— está parado a mi lado, tranquilo. No luce agitado, no parece haber corrido. Simplemente apareció. De la nada. Como si el mundo hubiera olvidado que debía anunciarlo.
—¡No hagas eso! —me llevo una mano al pecho, intentando recuperar el aliento—. ¡Casi me da algo!
—¿Qué cosa? —Cero me mira sin pestañear.
—¡Eso! ¿Cómo lo hiciste? ¿Usaste teletransportación o qué fue eso?
Él ladea la cabeza, pensativo.
#1605 en Fantasía
#881 en Personajes sobrenaturales
#2135 en Otros
#177 en Aventura
Editado: 16.08.2025