Agradezco al universo que me haya tocado el grupo círculo. Ahora si tengo más posibilidades de hacerme amiga de la chica más popular de la Academia.
Allí está Rehzah, en todo su resplandor. Me habría gustado sentarme junto con ella, pero las dos sillas a su lado ya están ocupadas. Es una lástima...
Ahora que me detengo a observar bien…
El aula es más pequeña de lo que imaginaba.
Las sillas están dispuestas en forma de media luna, cada una numerada. Solo hay diez en total. Diez. Nada más. Tres de ellas aún están vacías: la número siete, la número uno y... ¿La número cero?
¿Por qué están ordenadas del nueve al Cero?
Bueno, no importa eso.
Cuento a los presentes con disimulo. Uno, dos, tres… nueve, incluyéndome.
Somos pocos.
Menos de lo que me atreví a imaginar.
Todo el día estuve tan emocionada por estar aquí, tan ocupada intentando hacer amigos y soñando con ser reconocida, que no me di cuenta de lo evidente: esta generación apenas cabe en una sola fila.
¿Es normal tener tan pocos alumnos?
¿Entonces lo que dicen es cierto?
Exter está en crisis. Cada generación tiene menos especiales. El circulo Azterista dijo que el universo ahora escoge a seres más únicos.
Sí, pero... ¿solo somos diez?
¿Y si...?
No. No debería pensarlo.
Pero lo pienso.
¿Y si solo me aceptaron para rellenar el número?
¿Y si no soy especial, sino conveniente?
Trago saliva. Miro mis manos. No tiemblo, pero siento una pequeña presión en el pecho.
No. No. No vine a pensar así.
Estoy aquí. Eso es lo que importa.
Me concentro en mi entorno, intentando ignorar ese pensamiento que todavía me ronda la cabeza como un insecto persistente que zumba justo fuera del alcance de mis pensamientos.
Sacudo la cabeza y obligo a mi mente a enfocarse en algo más tangible: los otros estudiantes.
En el asiento nueve, al fondo de la derecha, está el chico estatua. El mismo que se petrificó cuando intenté hablarle. Su expresión sigue igual de perdida, como si aún no se hubiera descongelado del susto. Creo que ahora está hecho de piedra caliza. O algo así.
A su lado, en el ocho, se sienta una chica de cabello verde atado en una coleta alta. Se ve tranquila, serena… como si el caos a su alrededor no pudiera tocarla. En su muñeca lleva una pulsera metálica con hojas holográficas que parpadean muy lentamente.
El asiento siete está vacío. Por ahora.
En el seis hay un chico de ojos alerta y cabello corto, con una bufanda delgada enrollada con demasiado cuidado. Cada tanto aclara la garganta y mira al frente como si el simple hecho de hablar en voz alta pudiera desencadenar un terremoto.
El cinco es de Rehzah. Y, por supuesto, su presencia ocupa más espacio que su silla.
En el asiento cuatro hay un chico fuerte, con el cabello rojo y un brazalete brillante. Su postura es perfecta. Mira al frente con un aire de superioridad serena, como si supiera que el mundo le debe algo… y está dispuesto a cobrarlo con intereses.
En el tres, un chico de cabello rubio se frota los brazos de manera compulsiva, como si estuviera generando electricidad con cada movimiento. Lleva unos guantes que no terminan de cubrir sus manos del todo, y su sonrisa parece decir: “voy a hacer algo, y probablemente no esté permitido”.
En el dos hay una chica de cabello violeta y mirada ausente. Murmura algo para sí, como si estuviera teniendo una conversación con alguien… que no está presente. Su collar lleva un pequeño péndulo que se balancea suavemente, aunque aquí no hay corriente.
Con que todos ellos son mis compañeros. ¡Perfecto! Puedo hacerme amiga de todo el grupo.
La ventaja de tener un grupo pequeño es que, poco a poco, me haré amiga de todos y así me acercaré más a Rehzah.
O puedo aprovechar para conversar con ella. Pues todavía no llega nuestro profesor designado.
Por un momento pienso en acercarme a ella. Tal vez preguntarle algo, iniciar una conversación casual, sonreír como si no me importara fallar otra vez.
Doy un paso… y me detengo.
La imagen de lo que pasó hace un rato, en la fuente, me golpea como un eco incómodo.
La chica gélida huyendo. Las miradas incómodas. El silencio. Esa sensación de quedarme plantada en medio de la nada.
No quiero repetirlo. No ahora.
Además… las clases están por empezar, ¿no? Sería raro interrumpirla justo antes.
Sí. Mejor me siento y ya.
Eso pienso mientras camino hacia la esquina, donde está el asiento uno.
Tomo este lugar no solo porque estaba libre. No me importa estar al frente. Elijo el uno porque me hace sentir que tengo la oportunidad de destacar. O al menos… de intentarlo.
Miro el último asiento, el número cero, que está casi pegado a la pared.
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Editado: 22.08.2025