El aula se queda muda. Un joven exteriano entra como si pisara un escenario. Cabello azul rey, ojos rojo intenso, sonrisa deslumbrante. Viste una capa que parece diseñada para ondear con el viento incluso en interiores.
Ramser.
El hijo de la general Keylah. Al igual que su madre, él también es extremadamente poderoso. Una leyenda en ascenso. Un prodigio. Un ser tocado por los astros mismos… y ahora, al parecer, un estudiante más.
Es imposible ignorar su presencia. Su porte imponente, la seguridad con la que camina, la forma en que su capa ondea con un dramatismo perfecto.
—¡Wow…! —susurra el rubio eléctrico, con los ojos tan abiertos que casi brillan por sí mismos.
—Hmph, finalmente llegó mi futuro rival —murmura el pelirrojo del asiento cuatro, sin molestarse en disimular.
El chico de la bufanda se encoge en su asiento, como si el aire se hubiera vuelto demasiado pesado. La chica del péndulo sonríe débilmente, como si hubiera estado esperando esta entrada desde el principio.
Yo, en cambio, me quedo inmóvil. Como si mi cuerpo temiera moverse demasiado y arruinar el momento. ¿Cómo puede alguien ser tan brillante… y tan puntual para hacer una entrada tardía perfecta? Es todo lo que yo no soy. Ruido, luz, confianza… como si el universo lo hubiese diseñado para ser visto.
Rehzah, sin embargo, no lo mira. Ni una ceja levantada. Como si ya supiera de antemano que él aparecería. Y esa indiferencia suya… me resulta aún más imponente que todo el brillo de Ramser.
Cyuvor lo mira con la misma energía que uno piensa lo que cenará después. Pero una cena genérica.
—Tarde —gruñe, sin moverse—. Qué curioso. Esperaba más puntualidad de alguien… entrenado por tu madre.
El aire se vuelve denso, como si alguien hubiera bajado de golpe la presión del aula. El comentario no suena inocente. Todos lo saben.
Ramser, sin perder la sonrisa, levanta la mano como si bendijera a la clase.
—Cuando se trata de un futuro gran guerrero de Exter, el tiempo debe adaptarse a su ritmo.
Algunos estudiantes contienen la respiración. El chico de la bufanda tose por accidente y se disculpa con un susurro. La chica del péndulo asiente, como si alguien hubiera dictado una profecía en voz baja.
Pero Ramser no termina ahí. Su mirada se afila un instante, como el filo oculto detrás de una sonrisa impecable.
—Y deberías agradecerle a mi madre. Después de todo, ella fue quien te reveló tu verdadera vocación: un vago incompetente.
Un murmullo se esparce como fuego en la sala.
Yo siento un escalofrío recorrerme la espalda. Es como ver a dos estrellas chocar, y yo atrapada en medio de la onda expansiva. Parte de mí quiere aplaudir la audacia de Ramser… otra, quiere hundirse bajo el pupitre y fingir que no existo.
Cyuvor no reacciona de inmediato. Solo exhala un suspiro, lento, pesado, como si toda la arrogancia del universo no fuera suficiente para arrugarle una ceja.
—Toma asiento. Pero no me hables como si ya tuvieras una estatua en tu honor… aún.
Ramser se inclina levemente, como si aceptara el reto en silencio, y sigue sonriendo.
—Lo haré. Pero no porque me lo pidas —responde Ramser, sin perder la sonrisa.
Ramser se planta frente al chico pelirrojo que ocupa el asiento junto a Rehzah.
—Muévete, ahora mismo —dice, sin dejar de sonreír con esa suficiencia que parece hecha para irritar.
El pelirrojo no se levanta de inmediato. Lo mira fijo, ojos encendidos, como brasas que amenazan con encenderse. Sus dedos tamborilean contra la mesa, cada golpe marcando un latido que todos podemos sentir.
Por un segundo creo que va a levantarse… pero no para ceder el lugar, sino para lanzarle un puño. La clase se queda muda. Hasta el aire parece contenerse.
—Hmph… —masculla el pelirrojo, con voz grave—. No te lo voy a dar tan fácil.
Ramser ladea la cabeza, divertido.
—Entonces, ¿quieres probar si tu asiento puede convertirse en tu tumba?
Un murmullo recorre las filas. Yo me inclino hacia atrás sin querer, atrapada entre el miedo y la fascinación. Esto va a terminar mal…
Pero antes de que la chispa se vuelva incendio, una voz fría corta el aire:
—Ya basta.
Rehzah.
No levantó la voz, pero todos la escuchamos. Su mirada es un filo que detiene a ambos en seco.
—Si quieren pelear, háganlo fuera. Este no es el momento. Ya estamos en clases.
Su tono no deja espacio a réplica. Es una orden disfrazada de sugerencia.
El pelirrojo aprieta la mandíbula, sus nudillos crujen. Finalmente, suelta un resoplido y se levanta de mala gana.
—Está bien… asiento siete me servirá por ahora. Pero escucha bien, Ramser: juro que te derrotaré.
Ramser se deja caer en la silla con la elegancia de alguien que cree haber ganado sin mover un dedo. Su capa cae perfectamente sobre el respaldo.
—Dudo que tengas la oportunidad.
Un nuevo murmullo recorre la clase. Y yo… yo no puedo apartar los ojos de ellos. Dos estrellas en curso de colisión, con Rehzah en medio, impasible.
Cyuvor se acomoda en su silla, los brazos cruzados y una sonrisa apenas insinuada.
—Al menos esta vez no tuve que detener a un par de idiotas con delirios de grandeza. Me ahorraron la fatiga.
Su tono es tan seco que arranca algunas risitas nerviosas entre los estudiantes.
Rehzah lo mira de reojo, y con esa voz suya que nunca sube el volumen, suelta un comentario que corta como hielo:
—Lo importante es que siga siendo clase… y no espectáculo.
El silencio que sigue no es de incomodidad, sino de respeto. Cyuvor sonríe como quien acepta un golpe bien dado.
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Editado: 05.09.2025