×0: El poder de ser nadie.

1.8 – Dones Estelares.

El campo de entrenamiento nos recibe tal como lo vi desde el pasillo: amplio y luminoso. Las plataformas flotantes descansan sobre el vacío como si ignoraran las leyes del universo; los campos de energía zumban con un resplandor tenue que vibra en el pecho; y los simuladores —prismas y anillos que cambian de forma— se reconfiguran sin pausa para la siguiente prueba. Las estructuras, reforzadas con aleaciones y cerchas de azterium, parecen diseñadas para soportar ataques energéticos.
Aquí es donde todo sucede. Ahí es donde demostraré lo que valgo, me repito, mientras el olor a ozono y metal caliente me seca la boca.
Neikker se cruza de brazos y nos observa a todos.

—El objetivo es simple —explica—: deben demostrar lo que valen.
Su mirada se endurece.

—Si alguno pierde el control, intervendré.
Algunos estudiantes fruncen el ceño, sin entender a qué se refiere.
Ramser suelta una risa incrédula.

—¿Y cómo harías eso?
Neikker guarda silencio por un instante que parece más largo de lo que debería.

—Cuando pierdas el control, lo sabrás.
La sonrisa de Ramser se quiebra en el aire. Lo que queda en su rostro no es burla, sino desconcierto. Y no es el único.
El chico de la bufanda, dos puestos detrás de mí, traga saliva con fuerza. La del péndulo guarda su murmullo como si hasta su “conversación” temiera escuchar. El eléctrico deja de frotarse compulsivamente y chasquea los dedos como un conjuro improvisado. La chica de la coleta sigue sin parpadear, aunque sus nudillos se tensan. El pelirrojo arquea una ceja, más intrigado que escéptico.

Y el chico estatua… bueno, se queda inmóvil. Puede que por miedo. Puede que porque prefiere convertirse en roca antes de ser alcanzado por algo peor.

Yo sí sé a qué se refiere.

Me sorprende un poco que los demás no conozcan a mi hermano mayor. Pensé que algunos sabrían de lo que es capaz… porque, después de todo, la mayoría le teme sin necesitar verlo en acción. Pero supongo que prefieren no recordarlo. La idea de que alguien pueda silenciar todo lo que los hace especiales… choca demasiado con lo que Exter les hace creer. Aquí, tener un Don Estelar significa destino, propósito, grandeza asegurada. Y Neikker… bueno, él no comparte ese credo.

Tal vez por eso muchos lo ven solo como un asistente. Tal vez porque es más cómodo ignorar que alguien como él existe.

—Bien —mi hermano mira al profesor—. Profesor, por lo menos menciona qué harán tus alumnos. ¿O acaso ya ni puedes con una simple explicación?

Cyuvor gruñe con fastidio y se pone frente a nosotros.
—Se evaluará desempeño, control y originalidad. Se les dará un dictamen según lo que muestren, para evaluar su utilidad —añade con desdén—. Uno por uno, al centro. No se maten. Todavía no.

Un murmullo recorre a los estudiantes.
—Ja —Ramser se estira los brazos con un crujido, sonriendo con soberbia—. Esto será rápido.

—Rápido para ti, lento para mí —responde el pelirrojo, cruzando los brazos, casi retándolo con la mirada—. Ya verás quién se roba la atención.

—Ambos se equivocan —interviene el rubio, ajustándose el guante chisporroteante de su mano derecha—. Cuando termine, ni siquiera recordarán sus nombres.

Ramser suelta una carcajada que provoca algunas miradas tensas a su alrededor.

Un poco más atrás, el chico estatua traga saliva. La roca que cubre parte de su brazo se extiende apenas unos centímetros más, como si fuera un tic nervioso.
—¿Por qué frente a las chicas? —susurra, como si repitiéndolo se preparara mentalmente para el golpe.

Junto a él, el chico de la bufanda comienza a aclararse la voz, tosiendo sin parar. Cómo si intentara escupir una molestia que se le atascó en su garganta.

La chica de la coleta verde, en cambio, permanece sentada con las manos apoyadas sobre las rodillas, respirando con calma. Es como si el ambiente no la alcanzara.

Rehzah tampoco se inmuta: observa el escenario como si ya supiera qué ocurrirá, como si todo esto fuera un trámite aburrido.
Cero… él solo ladea la cabeza. Ni siquiera parece consciente de lo que significa la prueba.

—Sí… sí… sí, el péndulo lo sabe —murmura la chica rara, haciéndolo oscilar delante de su rostro—. Primero uno, luego todos, luego ninguno…

Yo, en cambio, no puedo quedarme quieta. El corazón me late con fuerza, y aunque intento sonreír como si estuviera lista, mis manos se aferran con fuerza al borde de mi asiento. Parte de mí está emocionada por demostrar lo que puedo hacer… pero otra parte tiembla al pensar en fallar frente a todos.
El campo se transforma con un rugido mecánico: paneles flotantes se elevan para registrar la energía, y el suelo se cubre con runas estabilizadoras que laten con luz tenue.

—Estarán ordenados por sus lugares: del nueve al cero —dice Neikker.

Frunzo el ceño. Normalmente debería ser al revés… pero él lo decidió así. Quizá para darme más tiempo. Quizá porque tiene un plan. Me está cuidando… ¿o cree que no estoy lista? Con Neikker nunca estoy segura.

Neikker se fija al fondo, donde el chico pétreo parece haber asumido su destino.

—Tú, Nheor, eres el primero.

El primero en avanzar es el chico petrificable. Lo hace con pasos torpes, como si dudara de cada uno.




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