Doy un paso. Uno solo. Pero se siente como cruzar un abismo. Cada pisada pesa más que la anterior, como si el suelo quisiera retenerme. No me detengo. No puedo. Avanzo hasta estar al frente de todos.
Me observan. Expectantes. Esperando descubrir de qué estoy hecha.
Abro y cierro los puños. Respiro hondo. El aire entra con un leve temblor, como si hasta el oxígeno dudara de mí.
Exhalo. No. No voy a temblar ahora.
Es mi momento.
La energía estelar naranja comienza a emanar, envolviéndome como un fuego danzante: cálido, vibrante, casi vivo. No es un Don Estelar. Pero es mía.
Recojo los escombros que dejó la demostración de Ramser: piedras agrietadas, fragmentos torcidos de metal. Mis restos de escenario. Mis armas improvisadas.
Los lanzo al aire. Altos. Caóticos. Imposibles de calcular. Perfectos.
Mis ojos se afilan. Mis músculos responden.
Antes de que las rocas empiecen a caer, mi cuerpo ya se está moviendo.
Mi velocidad se dispara. Mis uñas, reforzadas por la energía, brillan con un filo anaranjado, como cuchillas de fuego.
Respiro al ritmo de cada golpe. Uno. Dos. Tres.
Cada fragmento interceptado antes de besar el suelo.
Golpe. Grieta. Estallido.
Sombra. Movimiento. Impacto.
Todo lo que practiqué en secreto. Las madrugadas sola, los nudillos sangrando contra dianas improvisadas.
Todo lo que tengo. Todo lo que soy.
Lo convierto en precisión.
Las rocas estallan en una lluvia de polvo que flota como ceniza dorada. El aire queda suspendido. Yo también.
Cuando aterrizo, el mundo entero parece contener la respiración.
Las partículas luminosas descienden despacio, apagándose sobre mis hombros como brasas rendidas.
Silencio.
Un segundo.
Eterno.
Después, murmullos.
Asombro.
Incluso Neikker me observa con una expresión que no logro descifrar. ¿Orgullo? ¿Sorpresa? ¿Duda?
El dictamen llega con la voz firme de mi hermano:
—Control preciso. Ejecución impecable. Originalidad suficiente. Aceptable.
No necesito más. Una chispa arde en mi pecho.
Lo logré. Finalmente lo logré.
La adrenalina recorre mis venas, pero no es miedo. Es triunfo. Es pertenencia.
Demostré que merezco estar aquí.
Hasta que…
Ramser inclina la cabeza, una ceja en alto.
—Si eso fue… genial…
La palabra cae como una piedra en el agua. El tono arrastrado, la ligera pausa antes de pronunciarla. No es un halago.
Un frío me recorre la nuca. Me sorprende —me hiere— que sea él, Ramser, aquel a quien admiro tanto, quien me hable con ese tono.
—Pero eso solo fue una demostración física —continúa, encogiéndose de hombros—. Cualquier exteriano con entrenamiento podría hacerlo.
Su voz suena ligera, casi despreocupada, pero cada palabra se clava como una daga que sabe exactamente dónde cortar.
—Después de todo, la energía estelar nos da habilidades superiores a las de otras razas.
Sus ojos se fijan en los míos. Me mira directamente, como si desnudara lo que trato de ocultar.
—Lo que realmente nos distingue… son nuestros Dones Estelares.
Su sonrisa se ensancha, burlona, depredadora. Una trampa de la que ya no puedo escapar.
—¿Por qué no usaste tu Don Estelar?
Un murmullo inquieto se desliza por el grupo.
—Pero… ella ya demostró ser rápida y precisa —interviene Lynnh, alzando la voz por primera vez—. ¿Eso no cuenta como un Don Estelar?
Drayr gruñe, brazos cruzados.—No. Podré odiar a mi rival, pero lo que dice es verdad. No demostró un Don Estelar.
Mi corazón se paraliza un instante.
No. No. No.
Intento responder, pero las palabras se atoran en mi garganta. Antes de que pueda balbucear una excusa, Neikker interviene.
—Esta prueba es para demostrar sus capacidades —dice con firmeza—. No es necesario que usen sus Dones Estelares.
Le lanzo una mirada de gratitud, como si me aferrara a un salvavidas.
Pero Ramser ni se inmuta.
—¿Y qué con eso? Un verdadero exteriano especial demuestra su Don Estelar. ¿Qué sentido tiene mostrar tu capacidad sin lo que te representa?
Hace un gesto con la mano, señalando al grupo.
—Todos aquí lo hicieron. ¿Por qué ella es la excepción?
Las miradas de mis compañeros caen sobre mí, inquisitivas, punzantes.
Neikker da un paso hacia adelante, dispuesto a responder, pero el profesor lo detiene.
—Tiene razón —sentencia Cyuvor.
Un escalofrío me atraviesa.
Cyuvor lo dice como si hablara del clima. Con calma, con flojera incluso, pero cada sílaba pesa más que un martillo.
Se vuelve hacia Neikker.
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Editado: 05.09.2025