El ambiente se vuelve denso. El bullicio de la cafetería se desvanece, como si todos los sonidos se hubieran replegado hacia un solo punto: Ramser.
No es solo atención. Es expectación morbosa.
Cero sigue de pie, tranquilo, con esa calma insoportable que parece más desafío que neutralidad. ¿Qué está intentando hacer? ¿Es ignorancia… o valor?
Ramser rechina los dientes, y el sonido resuena como metal doblándose. Su orgullo, su máscara de prodigio intocable, se agrieta frente a todos.
Hoy cayó un ídolo. Ya no es el héroe que admiraba; es un fuego que devora todo lo que lo rodea. Pero al mismo tiempo… entiendo su furia. ¿Cómo aceptar que el hijo de la general más poderosa de Exter pueda ser cuestionado por un don nadie?
—¿Te crees muy listo, verdad? —gruñe, y su energía estelar se enciende como una hoguera azul rey.
No es un brillo. Es una explosión contenida. Chispas azules crepitan en su piel y el aire alrededor se deforma, como si se quemara solo por existir cerca de él. Cada partícula arde, tan caliente que deja estelas en el aire. El espacio mismo parece doblarse.
Un murmullo recorre la cafetería.
—Va a usarlo…
—¿Aquí? ¡Está loco!
—El Don de Ramser…
Lo sé demasiado bien. Su Don Estelar: Fuerza Nuclear Fuerte. Un poder que puede separar los átomos, desgarrar la materia más resistente como si fuera papel. Un poder que, sin control, podría borrar este edificio del mapa. Y lo va a usar… aquí. En una cafetería repleta de estudiantes.
—¡Detente, Ramser! —grito, avanzando.
Pero antes de dar un paso, siento un agarre de hierro en mis brazos. Drayr.
Su Don se enrosca en mis músculos como cadenas invisibles. Todo mi cuerpo se tensa en un espasmo helado. Mis brazos no me obedecen. Mis piernas son columnas inútiles. Lo único libre es mi rostro… porque quiere que lo vea. Quiere obligarme a ser testigo.
—No te metas —dice con calma, como si estuviera explicando algo evidente.
—¡¿Por qué haces esto, Drayr?! ¡¿No que odiabas a Ramser?!
Su sonrisa no necesita abrirse para ser cruel.
—Claro que lo odio. Pero odio más a los incompetentes. —Su voz se hunde como un cuchillo—. Así que lo dejaré limpiar la basura. Y cuando termine… —sus ojos brillan con promesa letal— te soltaré, para que termine contigo.
Forcejeo, inútil. Mi corazón late como un tambor de guerra. La energía azul de Ramser sigue creciendo, expandiéndose en círculos concéntricos que hacen vibrar los vasos y las bandejas. El aire sabe a hierro, cargado de un calor sofocante.
Y en medio de ese infierno, Cero no se mueve. Ni parpadea. Su calma es tan impenetrable que parece una burla al reactor estelar que amenaza con estallar frente a él.
Un mal presentimiento me recorre la espalda. Si Ramser libera toda esa energía aquí… no solo destruirá a Cero. Nos destruirá a todos.
Busco con desesperación. Mis ojos recorren la cafetería, rogando encontrar a alguien que lo detenga.
Alguien que se levante.
Alguien que lo ayude.
Pero no hay nadie.
Solo miradas ansiosas, fijas en el escenario improvisado. Como buitres esperando carroña.
Rehzah apenas levanta la vista de su plato. Mastica con desgano, como si la inminente ejecución fuera una simple molestia en su rutina.
—Que termine rápido —murmura—. Quiero seguir comiendo en paz.
Alrededor de ella, los otros estudiantes asienten en silencio, fieles satélites orbitando su indiferencia.
¿Por qué?
¿Por qué nadie se mueve?
¿Por qué todos aceptan mirar, como si esto fuera un espectáculo y no una condena?
El aire se vuelve más denso con cada segundo. Algunos retroceden un paso, buscando distancia, mientras otros se acomodan mejor en sus asientos para no perder detalle. Expectadores en primera fila de una tragedia anunciada.
En Exter, la debilidad no inspira compasión. Vende entradas.
Mi garganta arde.
¿Por qué nadie lo ayuda? ¿Por qué permiten que esto ocurra?
¿Por qué los latentes siempre somos tratados como errores? ¿Por qué nadie nos da tiempo? ¿Por qué somos descartables antes de tener siquiera la oportunidad de demostrar algo?
La mano de Ramser resplandece con intensidad, un azul rey que chisporrotea como un sol en miniatura. Su energía no solo brilla: titila, palpita, impaciente, como un animal encadenado que ruge por escapar.
—No planeo matarte —escupe, con furia contenida y ojos de desprecio clavados en Cero—. Solo te daré una lección que jamás olvidarás.
Su voz no tiembla. Su poder tampoco. Él sí tiene control. Y eso lo hace aún peor.
Porque yo no lo sé.
Porque, desde donde estoy, lo único que siento es que va a destruirlo.
Ramser alza la voz, proyectando cada sílaba como si hablara desde un escenario.
—¡Escúchenme bien! —su grito sacude la sala—. ¡Esto es lo que les ocurrirá si alguien más se atreve a subestimarme!
Los murmullos mueren.
El silencio es absoluto.
El aire mismo parece esperar el impacto. La cafetería entera contiene la respiración, como si el universo se hubiera reducido a una sola pregunta:
¿Será todo… o nada?
Cero no se mueve.
Ni un gesto. Ni un parpadeo.
Su calma es un muro imposible, y eso me aterra más que la furia de Ramser.
¿Cómo puede estar tan tranquilo cuando un cometa de energía azul está a punto de atravesarlo?
#1974 en Fantasía
#961 en Personajes sobrenaturales
#2604 en Otros
#253 en Aventura
Editado: 26.09.2025