Ha finalizado el día escolar. Uno que probablemente no voy a olvidar.
Empezó con entusiasmo, se congeló en desilusión.
Apareció la sorpresa, se transformó en confusión.
La ilusión apareció, se quebró en angustia.
Regresó la confianza, se desarmó en vacío.
Rebotó en furia, se dobló en tristeza.
Y, contra todo pronóstico… terminó en alivio. Porque Cero, inexpresivo y extraño, fue quien me sostuvo sin proponérselo, humillando a Ramser con nada más que su mera existencia.
Terminé el día con algo que no esperaba conseguir:
No un amigo todavía… pero sí un acompañante. Un alguien al que ahora admiro, aunque me cueste entenderlo.
Cero está aquí. No habla, no observa nada en particular. Está y, al mismo tiempo, es como si no estuviera.
Es como una sombra que no depende de la luz. Una presencia que contradice al mundo.
Y, aun así… para mí basta con verlo.
El viaje de regreso a casa es rápido en el transporte flotante, ahora lleno de exterianos normales. Nada que ver con la mañana, cuando partí sola, tan eufórica que ni me fijé en ellos.
Ahora sí noto sus miradas de reojo. No son abiertas ni directas; son cuchillas veladas, como si me midieran a la distancia, intentando decidir si soy amenaza o intrusa.
Llevamos puesto el uniforme oficial de la Academia, y eso basta para marcarnos como “especiales”. Aunque el uniforme en sí ni siquiera es tan especial. Es un blanco raro, no del todo puro, como si quisiera imitar la perfección sin arriesgarse a alcanzarla: una pureza técnica. En el centro, la insignia de Exter, que cambia de color según el tipo de energía estelar del portador.
La mía es anaranjada. “Energética y vehemente”, según dicen. Todavía no entiendo qué significa vehemente, pero suena como si esperaran que fuera un volcán.
Cero… el suyo es negro. Ausencia. Negatividad. Como si alguien hubiera decidido ponerle nombre a un vacío y darle un símbolo.
Que piensen lo que quieran. La ironía es que, aunque a los dos nos miren como “especiales”, ninguno de los dos encaja realmente. Yo soy una latente: incompleta, atascada a medio camino entre lo normal y lo extraordinario. Él… ni siquiera sé qué es.
Lo cierto es que los normales no tienen permitido siquiera caminar junto a nosotros. Es la cicatriz que dejó la guerra civil. Ellos eran la mayoría, pero perdieron. Y nosotros, los “elegidos del universo”, les recordamos esa derrota cada vez que usamos este uniforme. Aun así… tampoco estamos libres. La mayoría de especiales mira a los normales como inferiores. Yo también lo hacía, en parte porque así lo dicta la sociedad, en parte porque… me niego a aceptar lo que comparto con ellos: la falta de un Don.
Y, sobre todo… porque fueron normales quienes me arrebataron a mis padres.
Ese recuerdo basta para endurecerme. Los normales me observan como si yo fuera un fenómeno, pero en el fondo sé que son ellos los que no tienen un destino mayor.
El transporte se detiene. Bajamos en la estación, con el atardecer tiñendo el cielo de naranjas y violetas. Todo afuera parece armonioso: geometría perfecta, luces suaves, orden fingido. Pero nosotros caminamos como anomalías en un paisaje diseñado para excluirnos.
Avanzo rápido. No solo porque quiero conocer más a Cero, sino porque detesto estar demasiado cerca de los normales. Neikker siempre insiste en que me mantenga lejos de ellos. Y, aunque a veces pienso que exagera… después de “ese día”, no puedo contradecirlo.
Una vecina riega sus plantas al pasar. No dice nada, pero sus ojos nos atraviesan como una nota escrita a lápiz: “Ellos no son de aquí.”
Ya ni me inmuto. Ignorar a los normales es rutina. Aunque siempre queda esa punzada amarga: ellos nos ven como intrusos, cuando la verdad es que somos nosotros quienes decidimos que no merecen más.
Finalmente, llegamos. Me detengo frente a la fachada de mi casa y hago un gesto para que Cero la mire. Es igual a todas las demás. Ningún detalle que la distinga. Una copia más de un molde repetido.
—Bueno… esta es mi casa —digo, incómoda—. No es de lujo, pero es acogedora.
Cero contempla la vivienda con su inexpresividad de siempre.
—No es distinta a las demás. ¿En qué se diferencia?
La pregunta me ofende, aunque sé que no tiene malicia.
—Aquí viven los únicos exterianos especiales de la zona —respondo, con un orgullo que en realidad no es mío, sino de mi hermano.
Él ladea la cabeza.
—Si son especiales, ¿por qué viven en un lugar tan normal?
Me atraviesa sin esperarlo. Sé la respuesta. Está en cada mirada de los vecinos, en cada advertencia de Neikker para que no confíe en nadie. Pero decirlo en voz alta dolería demasiado. Solo el recuerdo del relato permanece. Mis padres...
Me limito a abrir la puerta.
Ser especial, pero vivir en un molde repetido. Ser distinta, pero incomodar. Quizás eso es lo que significa ser un exteriano especial: existir siempre en contraste.
En su lugar, abro la puerta y le hago un gesto para que entre.
—Vamos, te enseñaré por dentro.
#2399 en Fantasía
#1079 en Personajes sobrenaturales
#2976 en Otros
#299 en Aventura
Editado: 24.10.2025