×0: El poder de ser nadie.

Parte dos – El sendero que uno debe tomar.

2.1 – No por lo que falta, sino por lo que ya eres.

El sermón de Neikker continúa, como él acostumbra. Reglas, disciplina, méritos. Pero esta vez, algo arde dentro de Larah. No es solo frustración. Es… orgullo por alguien más. Y por primera vez, alza la voz:

—¡No puedo creer que desconfíes de él! ¿Acaso no te sorprende lo que dicen de Cero? —dice, usando su antigua etiqueta para que entendiera mejor.

Hasta este punto, nadie entiende lo que hizo. Probablemente piensen que fue una tontería darle un nombre. Pero para ella… fue lo más valiente que ha hecho.

Neikker, sin embargo, no se deja llevar por habladurías.

—No voy a decir que los rumores sean falsos —admite, cruzado de brazos mientras la observa con la severidad de siempre—. Pero eso no cambia nada. Ese chico oculta algo.

Aprieta los puños, frustrada.

—Lo que vi fue real, Neikker. Bruma detuvo el ataque de Ramser como si nada. No se inmutó, ni siquiera reaccionó.

Su hermano la estudia con sus ojos afilados, impasible.

—¿Y qué? Eso no prueba que sea alguien en quien puedas confiar.

Neikker se endereza, y su voz adquiere un tono más grave, como si la conversación lo obligara a recordar algo que preferiría olvidar.
—¿Sabes qué hizo durante su castigo? —pregunta sin esperar respuesta—. Después del incidente en la cafetería, los obligué a ambos a reparar los daños. Cada uno debía encargarse del área que destruyó. Ramser terminó en media hora, y eso sin usar su Don, porque yo mismo lo anulé. Lo hizo bien, con precisión.

Hace una breve pausa, y su ceño se endurece.
—Pero Cero… —dice, con una mezcla de exasperación y desconcierto—. Le asigné una tarea simple: rellenar los hoyos del suelo. En lugar de cemento, echó rocas. Rocas, Larah. Como si estuviera armando una pared de montaña. Le di las instrucciones tres veces, lo corregí, lo supervisé… y aun así siguió haciéndolo mal. Ni siquiera por rebeldía. Era como si no comprendiera la lógica más básica de lo que estaba haciendo.

Su tono se enfría, cargado de esa frustración seca tan propia de él.
—Perdí toda una jornada intentando que entendiera algo tan simple como nivelar el piso. Al final, preferí terminarlo yo mismo. No porque me rindiera… sino porque no soporto la incompetencia. No me importa si tiene o no un Don Estelar, pero si no es capaz de cumplir una tarea básica, no puedo confiar en que cumpla algo mayor.

Larah se queda en silencio. La historia la descoloca. Se imagina a Cero —a Bruma— arrojando rocas una tras otra, con esa calma inmutable suya, mientras Neikker pierde la paciencia a cada minuto. La escena roza lo absurdo, casi cómica… pero al mismo tiempo, algo no encaja.

¿Por qué lo haría así? ¿De verdad no entendía lo que hacía… o simplemente no le daba importancia?

—Aun así —dice al fin, con la voz más suave pero firme—, me defendió.

Neikker alza una ceja, incrédulo.

—¿Defenderte?

—Sí. Ramser se estaba burlando de mí, y él… lo detuvo. Tal vez no sea eficiente ni disciplinado, pero hizo algo que nadie más se atrevió a hacer.

Por un instante, el silencio los separa como una línea invisible: él, firme en su lógica; ella, aferrada a la emoción.

Neikker no se sorprende. En cambio, su expresión se endurece.

—¿Y sabes de dónde ocurrió la burla de Ramser?

Frunce el ceño, confundida.

—Por la actividad de demostración… —murmura, recordando el evento—. Demostré que soy atlética, rápida y precisa, pero Ramser me menospreció porque aún no he despertado mi Don Estelar.

Su hermano mayor suspira. No con cansancio, sino con esa paciencia contenida que suele usar cuando repite una lección importante.

—Larah, te lo he dicho antes, y te lo volveré a repetir las veces que haga falta: no estás aquí para demostrar lo que te falta. Estás aquí para descubrir lo que ya tienes.

Larah lo observa, perpleja. En su mente, ser alguien aún significa despertar su Don, ser reconocida, tener amigos, no solo “existir con valor propio”.
Pero Neikker no habla de eso. Habla de otra clase de valor.
Un valor que el mundo exteriano no celebra, pero que él se empeña en enseñarle.

—Tú eres especial —afirma Neikker, con una seriedad casi solemne—. Pero no por un Don, ni por un título. Eres especial porque eres tú. Porque sigues intentando brillar aunque te digan que no tienes luz.

Larah parpadea. No porque no lo haya escuchado antes, sino porque una parte de ella todavía no sabe cómo creerlo.
En Exter, todos nacen midiendo su valía por el color de su energía. Especialmente el tipo de Don Estelar que logres despertar. ¿Cómo puede él decirle que basta con ser ella?

—Insistí para que te admitieran en la Academia —continúa Neikker— no para que despiertes tu Don, sino porque tienes algo más difícil de encontrar: la capacidad de sobresalir sin depender de poderes.

El silencio se instala entre los dos.
Neikker baja un poco la voz, pero no su firmeza.

—Yo también tengo un Don Estelar —agrega—, pero no llegué aquí por Negador de Virtudes. Llegué porque me esforcé el doble. El Don fue una herramienta, no un atajo.



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En el texto hay: humor, identidad, vida escolar.

Editado: 14.11.2025

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