Ramser camina con paso firme, murmurando entre dientes, el ceño fruncido como una tormenta contenida. Su irritación es palpable, y los pocos individuos que se cruzan en su camino se apartan instintivamente, como si su sola presencia pudiera estallar.
No los ve. No los escucha. Su mente sigue atrapada en el mismo punto del día: la humillación en la cafetería.
Se suponía que ese sería su momento.
Su presentación ante todos.
La demostración de que el hijo de Keylah, la más poderosa de Exter, había heredado su gloria.
El más competente.
El más fuerte.
El mejor.
Pero no.
Cero.
Neikker.
Ese imbécil inexpresivo. Ese vacío con piernas.
Detuvo sus ataques sin hacer nada.
Ni escudo, ni evasión, ni siquiera un gesto. Solo esa mirada muerta, esa calma insoportable.
¿Y luego, encima, tuvo el descaro de preguntarle…?
"¿Acaso te sientes insuficiente?"
La frase retumba en su cabeza como un eco venenoso. Por eso lo atacó. No por rabia… sino porque nadie tiene derecho a dudar de su poder.
Aprieta los puños hasta que sus nudillos crujen.
Su orgullo sangra en silencio.
Recuerda el instante en que activó Fuerza Nuclear Fuerte.
El rugido interno de su Don.
El aire partiéndose a su alrededor.
El poder vibrando en su pecho.
Y justo cuando iba a liberarlo…
Neikker.
Esa voz seca, autoritaria. Ese Don maldito que despoja de sentido todo esfuerzo.
"Perdiste el control. Ahora ya sabes cómo intervengo."
Solo bastaron esas palabras para apagarlo.
Para dejarlo vacío.
Como si su poder no fuera más que un interruptor que otros pueden apagar a voluntad.
Como si su madre se hubiera equivocado al creer que él era el indicado.
Respira con fuerza, casi gruñendo.
No está furioso por el castigo. Eso fue lo de menos.
Lo que lo devora es la impotencia.
La idea de que todo esto empezó por culpa de un don nadie.
Si Cero hubiera caído como todos, nada habría pasado.
Nada.
Pero no. Ese tipo ni siquiera pareció notarlo.
Ramser no soporta no tener una explicación.
Si Cero tiene un Don Estelar, no lo mostró.
Y si no lo tiene… ¿entonces qué demonios es?
¿Qué clase de monstruo ignora la energía estelar sin romperse?
Y lo peor:
¿por qué no tuvo miedo?
El miedo es el primer reflejo ante la fuerza. Es lo que separa a los fuertes de los muertos.
Pero ese chico no tembló, ni retrocedió, ni respiró más rápido.
Nada.
Era como si la energía lo atravesara sin tocarlo.
¿Qué significa eso para él? ¿Qué su fuerza no es suficiente?
No. No puede aceptarlo.
El día fue demasiado.
La humillación frente a todos.
Ser detenido por dos tipos que ni siquiera considera sus iguales.
Y luego, como si no bastara, el sermón.
Tres horas de Neikker hablando de control, de responsabilidad, de “honor en la contención”.
Palabras huecas para quien nació para dominar, no para contenerse.
Y después, el castigo: reparar la cafetería.
Reparar.
Aún le hierve la sangre al recordarlo.
Mientras los demás se iban a entrenar, él estaba allí, rellenando grietas como un simple obrero.
Una tarea indigna. Un insulto a su Don.
Aunque, claro, la completó antes que nadie.
Cada hueco quedó perfectamente nivelado, cada borde pulido con precisión.
Si Neikker quería humillarlo, fracasó.
Lo terminó rápido. Perfecto.
Y cuando el propio instructor le permitió retirarse, lo hizo sin mirar atrás.
No iba a quedarse para ver cómo ese idiota de Cero seguía jugando con rocas.
Pero aun así… no puede borrar la imagen de su mente:
Neikker concentrado en él, ignorándolo por completo.
Cero, lanzando piedras como si tratara de reconstruir una montaña inexistente.
Y todos los demás mirándolo con esa mezcla de compasión y burla que tanto detesta.
Ramser aprieta los dientes hasta que su mandíbula cruje.
El orgullo duele.
La humillación arde.
Y detrás de todo eso, una voz vieja y familiar se asoma desde lo más profundo de su memoria:
"El poder no se lamenta, hijo. El poder se perfecciona."
La voz de su madre.
Fría.
Inapelable.
Respira hondo, intentando que el temblor en su pecho se disuelva.
Si Keylah lo viera ahora, decepcionada… sería peor que la derrota misma.
Así que no.
No va a dejar que esto lo defina.
No va a permitir que nadie lo vea débil.
Ni Cero, ni Neikker, ni nadie.
Porque si el universo entero se atreve a desafiarlo…
entonces lo reescribirá con sus propias manos.
Después de unos minutos llega a su hogar, una mansión imponente, severa, casi marcial.
No hay un solo rincón que no respire disciplina: estatuas de guerreros petrificados en poses de gloria, banderas con insignias de Exter ondeando sin viento, vitrinas que exhiben armas de élite como si fueran trofeos sagrados.
A los ojos de cualquiera, aquel lugar sería un monumento al honor.
Pero para Ramser, es un recordatorio constante de lo que aún no ha alcanzado.
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Editado: 14.11.2025