×0: El poder de ser nadie.

2.6 – Preparando el Sendero.

El sol apenas asoma en el horizonte cuando Neikker aborda el transporte flotante rumbo a la Academia de Exter. No tiene interés en los rumores del día anterior; asume que se disolverán con la rutina, como siempre. Sus días en la academia son predecibles, y él prefiere que sigan siéndolo.

Al llegar a la entrada, el escáner de seguridad reconoce su identidad sin demora. La academia mantiene sus puertas abiertas, pero los sistemas de defensa son tan estrictos que ni un guerrero de élite podría cruzarlas sin ser detectado.

Neikker no puede evitar cierta ironía al pensarlo. Exter es como un planeta que parece un paraíso desde lejos: hermoso, prometedor… hasta que intentas aterrizar y chocas contra una barrera invisible. Ese es su verdadero idealismo: una ilusión de oportunidad que se desvanece en cuanto descubres que no eres el tipo de luz que el sistema desea. Así como la entrada de la Academia.

Lo sabe, lo detesta. Pero también entiende que nada cambiará. La sociedad está podrida, y aun así, él sigue siendo parte del molde. No puede corregir el mundo, pero sí mantener su pequeño rincón en orden. Aunque ese orden sea tan rutinario como limpiar la superficie de un abismo.

Y, de algún modo, eso le basta.

Sin embargo, la primera imagen que recibe al ingresar es de todo menos reconfortante: en el centro del jardín de bienvenida, el profesor Cyuvor duerme plácidamente sobre el césped, ajeno al mundo.

Neikker frunce el ceño.
—¿Por qué demonios está aquí tan temprano? —murmura antes de acercarse. Luego piensa, con un dejo amargo—: Alguna vez fue el más fuerte. Ahora apenas puede sostener una conversación sin bostezar.

Con un par de empujones moderados intenta despertarlo. Cyuvor gruñe, se acomoda de lado y se cubre con su capa. Neikker suspira, ya sin paciencia, y le da un puntapié medido en la pierna.

—¡Levántese, profesor!

Cyuvor abre un ojo con pereza y lo observa como si le costara enfocar la realidad.
—Ah… eres tú. Qué tragedia. ¿Qué hora es?

—Hora de que me explique qué hace aquí tirado.

El profesor se estira, con un bostezo tan largo que parece una burla al amanecer.
—Ayer iba a irme a casa, pero me dio pereza. Así que me quedé aquí... sin mi camita.

Neikker lo mira como quien contempla un error administrativo con piernas.
¿Cómo alguien tan incompetente sigue teniendo un puesto en la Academia?

—¿Y por qué los demás lo dejaron aquí?

—Ah, sí… también tenía que avisarte algo —dice Cyuvor, frotándose los ojos—. El director dijo que hoy será la elección de senderos para los estudiantes.

Neikker cierra los ojos con frustración.
—Por supuesto. Nadie se molestó en avisarme antes. Y ni siquiera me llamaron.

—Bueno, ya lo sabes —responde Cyuvor con un bostezo que parece más un manifiesto que un gesto—. Además, tú no eres docente. Eres… un apéndice con responsabilidades.

Neikker siente el impulso de estrangularlo, pero se contiene. Después de todo, él también fue su profesor.
—Profesor, gracias a usted aprendí que la flojera no se debe tolerar.

—Y yo te enseñé —replica Cyuvor con media sonrisa— a cargar con inútiles como yo. Es lo que hacen los alumnos ejemplares: corrigen a sus maestros.

Neikker lo fulmina con la mirada.
—Prefiero corregir el orden del cosmos antes que seguirle el juego.

Cyuvor encoge los hombros.
—Como quieras, emperador del drama. ¿Quieres ayuda o prefieres sentirte mártir desde temprano?

—Prefiero hacerlo solo —responde con firmeza—. Ya sé cómo termina cuando me ofrece ayuda.

—Perfecto —dice Cyuvor, dándose media vuelta sin molestarse en disimular su alivio—. Entonces, mientras tú arreglas el universo, yo voy a dormir mis minutos pendientes.

Da un paso, otro… y justo antes de perderse de vista, lanza una frase sin mirar atrás:
—Pero recuerda, Neikker: incluso el universo necesita una siesta de vez en cuando. La vida también se ordena en las pausas.

Neikker lo observa irse, la mandíbula tensa.
—Y a veces —responde en voz baja— necesita que alguien lo despierte.

Su tono no suena heroico, sino cansado.
—Profesor, no necesito sus consejos innecesarios. Seguiré trabajando… para que Larah tenga un respiro.

Cyuvor no responde, o finge no oírlo. Solo bosteza otra vez, largo y sincero, mientras se aleja por el pasillo.
Pero al llegar a la puerta, gira apenas, lo suficiente para verlo de espaldas.

Entre bostezos, murmura:
—Te conocí desde que eras un crío… y sigues siendo el terco de siempre.

Una leve sonrisa, casi triste, le cruza el rostro antes de desaparecer.

Antes de que alguien más llegara, Neikker ya tiene la lista en su dispositivo, los horarios sincronizados y los espacios revisados tres veces.
Su jornada empieza antes que la de cualquiera, no por ambición, sino por principio.
La incompetencia ajena no es excusa para fallar.

El aire de la mañana todavía carga esa humedad limpia que solo existe antes de que el ruido despierte. Neikker camina por los pasillos vacíos de la Academia como si estuviera recorriendo un templo que solo él recordara cómo mantener en pie.
A cada paso, su dedo se desliza sobre la pantalla luminosa, revisando nombres, fechas, áreas asignadas.



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En el texto hay: humor, identidad, vida escolar.

Editado: 06.12.2025

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