×0: El poder de ser nadie.

2.7 – Hogar, objetivo y camino.

El sol no distingue clases ni linajes.
Despierta sobre todos con la misma luz, pero no todos la reciben igual.

En Exter, el amanecer no solo anuncia un nuevo día:
revela dónde pertenece cada uno, qué persigue y hacia dónde cree avanzar.

Unos despiertan en templos, otros en ruinas.
Unos buscan el poder, otros buscan sentido.
Y algunos, como aquel que aún no tiene nombre,
ni buscan ni pertenecen: simplemente son.

Porque incluso en un mundo dividido por la grandeza,
cada alma camina hacia algo.
Un hogar.
Un objetivo.
Un camino.

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7.1: Hogar de Larah.

El amanecer asoma con un resplandor suave, dorando los muros blancos de la casa familiar. Larah abre los ojos antes de que el reloj lo ordene. No es la costumbre quien la despierta, sino la expectativa.

Por primera vez en mucho tiempo, no teme el inicio del día.
Hoy quiere verlo todo.

Se sienta en la cama, el cabello enredado y las sábanas hechas un nudo, como si hubiera peleado contra sus pensamientos toda la noche. Tal vez lo hizo. Aun así, sonríe: hay algo en esa ansiedad que ahora no duele. Es distinta.

No piensa en Neikker. No piensa en las comparaciones, ni en las miradas que pesan en la Academia. Piensa en él. En Bruma.
Y ese pensamiento, extraño y cálido, le basta para ponerse de pie.

—Debo llegar temprano —murmura, mientras busca su uniforme entre montones de ropa medio doblada—. No porque tenga prisa… sino porque quiero que me vea llegar antes que todos.

No está segura de por qué lo dice en voz alta, pero la frase la hace reír un poco. Su habitación parece reír con ella: un caos de papeles, libros y herramientas. En una esquina, una planta muerta se niega a aceptar su destino. Larah la observa con resignación.

—Lo intenté, ¿sí? No todos nacimos para florecer.

La ironía le da fuerzas. Se viste, cepilla el cabello, ajusta el lazo de su coleta de cometa… y entonces se detiene frente al espejo.
Algo falta.

Busca entre los cajones, debajo de la cama, entre los cojines. Revuelve todo hasta que, finalmente, encuentra lo que buscaba: una pequeña diadema negra, de tela lisa, sin brillo. La levanta con cuidado, como si fuera un tesoro.

—Aquí estás —susurra.

La sostiene frente al reflejo. No es hermosa. No resalta. Y precisamente por eso le gusta.

La coloca sobre su cabello con gesto decidido.
El espejo le devuelve una versión distinta de sí misma: no más fuerte, ni más segura… pero sí más sincera.

—No necesito brillar —dice en voz baja—. Solo… ser notada por la persona correcta.

Cierra los ojos y sonríe.
La diadema se siente ligera, casi como un secreto compartido.
Negra, como los ojos de Bruma. Como su silencio.
Como el lugar donde a veces uno se pierde… y se encuentra.

Antes de salir, baja las escaleras con pasos suaves. La casa aún duerme, pero ella no.
Frente a la sala, se detiene ante la vieja fotografía familiar. Sus padres, jóvenes, sonríen con esa calidez que el tiempo no ha podido borrar. Neikker aparece a su lado, con el ceño levemente fruncido incluso en la infancia.

Ella alarga la mano y roza la imagen con los dedos.

—Perdón… —murmura—. No estoy segura de si hago esto por él o por mí. Tal vez solo quiero sentir que valgo. O tal vez… solo quiero que él sepa que no está solo.

El silencio que sigue no duele. Es un silencio amable.
Cierra los ojos unos segundos, como si esperara que el retrato respondiera, y luego se endereza, respirando hondo.

—Sea como sea —susurra con una sonrisa—, hoy voy a hacer algo bien.

Toma su mochila, ajusta la diadema una última vez y abre la puerta.
El aire fresco de la mañana la envuelve, con ese olor limpio que solo existe antes del bullicio.
La calle aún está medio vacía. Exter brilla a lo lejos, una ciudad despierta y distante.
Larah echa a andar, decidida, sin saber que el destino le ha preparado un día distinto al que imagina.

Camina con paso ligero, el corazón un poco acelerado, pensando en lo que dirá cuando lo vea.
“Hola, Bruma.”
No. Muy simple.
“Bruma, te traje algo.”
Tampoco. Sonaría extraño.
“Te ves mejor hoy.”
… Demasiado cursi.

Suspira y ríe para sí, mientras el cielo se aclara sobre ella.
El sol apenas asoma, pero su luz ya empieza a pintar el sendero con tonos dorados.
Ella no lo sabe aún, pero ese será el día en que todos elijan un camino.

Y ella, sin pretenderlo, también elegirá el suyo.

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7.2: Hogar de Rehzah.

El amanecer llega con disciplina en el Palacio Blanco de Azter.
No se anuncia: se impone.

Los muros relucen antes que el sol toque el cielo, como si la piedra misma recordara su deber de brillar. Una sinfonía de cánticos sagrados inunda los corredores —melodías místicas que proclaman pureza, herencia y fe—. En teoría, son alabanzas al linaje de Azter; en la práctica, son el despertador de Rehzah.



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En el texto hay: humor, identidad, vida escolar.

Editado: 06.12.2025

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