ZAYN
Muy de vez en cuando suelo tener ese tipo de problemas conmigo mismo en los que siento que no hago una mierda por las personas que me rodean. Me ocurre todo el tiempo con mi familia y, en especial, me ocurría con mis amigos, más que nada aquellos cercanos que consideraba los más importantes. Es como si una parte de mí sintiera esa insaciable necesidad de hacerlos sentir bien para verlos de esa misma manera.
Puede ser que, en parte, yo haya tenido mucho que ver con cómo las cosas ocurrieron aquella noche. Y no sólo yo, sino mi gran problema, el único que siempre he etiquetado como tal.
—¡Oye, amijo*!—exclamé una noche cualquiera en una dirección, la de Daniel, utilizando el tono extraño que más de una vez consiguió sacarle una sonrisa.
Por aquellas semanas notaba que mi casi único amigo se notaba mucho más triste que de costumbre y decidí seguir mis instintos e invitarlo a mi casa con una que otra sorpresa. Pensaba que debería haber intentado ayudarle de alguna forma como siempre terminaba por hacer en ese tipo de circunstancias. De vez en cuando sólo necesitaba recordarle ciertas cosas, como que era genial y todo aquello que él ya tenía más que claro, pero en aquel entonces, por más que lo intentase, no alcanzaba a funcionar. Mis métodos que siempre cambiaban su cara larga sólo conseguían extenderla más, como si de repente recordar que tiene un amigo que se preocupa por él ya fuese algo terrorífico para su propia existencia.
Aquel día me había encontrado de camino a casa a un grupo de idiotas repartiendo volantas y llamando la atención de cualquier persona que cruzara frente a ellos para sólo decir que organizaban una fiesta muy loca. Creía que, quizás, llevándolo ahí, podría hacer algo por él. No sé, distraerlo, lo que sea, pero quitarle esa maldita cara que tiene alguien que desea estar muerto.
—¡Te estoy hablando!—grité al notar que él me ignoraba, y no por primera vez—. ¡Daniel!
Puso los ojos en blanco y ladeó la cabeza en dirección al techo, sin ánimos, como única respuesta. Permaneció de esa forma, observando la nada y pasando de mí.
Mientras lo observaba en silencio, intenté sacar conclusiones. Alguna chica podría haberle roto el corazón, aunque en realidad dudaba de eso. Daniel no había tenido novia desde aquel mes de noviembre en el que salió con una chica que terminó por romper con él para declararse homosexual. Y si la hubiese tenido después de eso, seguramente yo habría sido el primero en enterarse porque, después de todo, era su mejor amigo. O eso me gustaba creer. Algunas veces el cabrón parecía olvidarlo y, como aquella vez, tomaba la decisión de ignorarme en mi propia casa.
Mi propio terreno, mi zona de guerra, maldita sea.
Le tiré una almohada con precisión consiguiendo darle de lleno en la cara. Esperé con impaciencia a que reaccionara y me devolviera el ataque, lo cual habría sigo algo normal en él, pero lo único que hizo fue girarse en el sofá, volviendo a permanecer en silencio y sin dar la cara.
—¡Amijo!—insistí, acercándome a él—. Oye, por favor...—le toqué el hombro, molestándolo y en parte, alterándome, mientras me sentaba justo a su lado. Sonreí—. ¿Planeas quedarte tumbado en el sofá otro sábado por la noche?
Me aseguré de enarcar ambas cejas en plan «sígueme la corriente, incluso podría ser divertido, venga» cuando se atrevió a echarme una mirada por encima del hombro. Fue ahí cuando la gran idea que supe que le gustaría llegó a mi cabeza.
—Podemos jugar al GTA—propuse.
Ahí logré que por fin se dignara a hablarme. Esperaba que fuera algo bueno, pero en realidad...
—Ningún maldito juego cambiará mi estado de ánimo.
Fue entonces cuando la cagó, y muy mal. Sin pensar dos veces en mi reacción, abrí los ojos desesperadamente y me llevé ambas manos a la cara. Me estaba pasando, lo sabía, estaba exagerando una simple frase que él había soltado sólo para hacerme rabiar y lo tenía claro. Pero valía la pena actuar de esa manera si iba a hacerlo cambiar de parecer.
Estaba parándome sobre el sofá, casi sobre él, gritando a todo pulmón, solo para dramatizar la escena.
—¡¿Maldito juego dijiste?!—y lo amenacé con uno de esos almohadones de decoración que mi mamá amaba—. Es broma, ¿no? GTA no es sólo un juego más. Es el juego de los juegos, la mejor idea que un ser humano pudo tener... después de crear el sexo, claro está.
Daniel me tiró un almohadón antes de que pudiese agregar algo más idiota y lo hizo con fuerza, consiguiendo que perdiera el equilibrio y cerrara la boca al instante.
—Te llevaré a un psiquiátrico y te alimentarán a base de leche—lo amenacé, siguiendo la broma, ya sentado por obligación en el sofá luego de la caída.
Por alguna razón, mi amijo odia la leche. Tenía que tomar pastillas de vez en cuando, pero vale, no era algo tan dramático después de todo.
Editado: 07.02.2019