HEATHER
Intenté sonreír, mantener ese gesto en mi cara, pero fue imposible. En el fondo estaba aterrada, pero no iba a demostrarlo. No quería estar ahí, pensar en el simple hecho de morir, de conocer el dolor, me tenía aterrada. Porque no tenía idea de qué era 00:00, había escuchado rumores, sabía qué clase de cosas iban a sucederme—incluso, por más que lo evitaba, me las imaginaba—pero me negaba a querer aceptar que estaba sucediendo. Mi vida estaba en juego, estaba entrando en un terreno desconocido y eso no podía significar nada bueno.
Así que alcé la mirada y observé el techo gris. Podía sentir cómo la camioneta se sacudía y cada vez que pasábamos por una mala zona pegaba un bote. Pero me sorprendí al entender que no nos deteníamos, era avanzar y avanzar, nunca parar. Eso me hizo saber que ya no estábamos en la ciudad, ya no había tráfico o semáforos.
De verdad estaban llevándonos lejos.
Sentí que alguien tocaba mi hombro, pero lo ignoré. Entonces oí la voz de Maia.
—¿A dónde crees que nos llevan?
Bajé la mirada en su dirección y fruncí el ceño, intentando decirle algo como «¿Es en serio, Maia? ¿Cómo mierdas voy a saberlo?». Mi amiga asintió y se alejó de mí. Volvía a suceder, otra vez lo estaba haciendo. Pero me dio igual, me sentía un poco enfadada con ella. Sabía que no era su culpa, sabía que era yo la que había metido la pata, pero a veces me hacía rabiar el simple hecho de que alguien me hablara cuando yo no quería hacerlo.
Esperé a que pasaran unos minutos, entonces tuve que ceder.
—¿A dónde mierda nos llevan?—cuestioné, observando a Victoria.
Me devolvió la misma mirada que yo le había echado a Maia.
—Si lo supiese, si alguien tuviese idea, pelirroja, créeme que no estaríamos yendo—masculla, hablándome como si tuviese que explicarle a una niña qué diferencia hay entre hola y ola—. Así que ponte cómoda, el viaje es largo.
La observé fijamente mientras ella se volteaba para darme la espalda. Estaba utilizando conmigo ese tipo de juegos de «te hago lo que me haces», y sí, estaba comenzando a sacarme de quicio. Antes de poder responder, tomé aire. No quería empezar una pelea, no mientras estaba al borde de otro ataque de histeria.
Así que acomodé mi cabello y me giré hacia Maia. Mi amiga alzó la mirada.
—¿Tienes tu móvil?—le pregunté.
Al parecer hablé lo suficientemente alto como para que todos me escuchen. Por eso cada uno excepto Victoria recordó en ese instante la existencia de ese aparato y comenzaron a buscarlo entre sus bolsillos. La chica de cabellera negra nos observaba por encima de su hombro y, cuando todos entendimos que no los llevábamos encima, puso los ojos en blanco con notable fastidio.
—¿Qué creían?—se burló—. Ah, ¿de verdad pensaron que iban a dejarlos venir con sus móviles? Espero que la verdad no les duela, pero lamentablemente se los quitaron, como si se los hubiesen robado.
Me rendí, Victoria de verdad estaba comenzando a hartarme. Su actitud de superioridad, como si ella fuese la adulta encerrada con un par de niñitos, de verdad tocó mis límites. Usualmente no me hartaba rápido de las personas, podía tolerar incluso ese tipo de cosas, pero ella tenía algo que hizo que me enfadara y dejara de querer mantener la calma.
O quizás era el hecho de estar en una camioneta dirigiéndome a quién sabe dónde... para morir.
—Pero... ¿por qué?—preguntó Esther.
Victoria lanzó una carcajada, cargada hasta más no poder de ironía.
—Venga, creía que era demasiado obvio—farfulló—. Desapareces, ¿crees que tu familia no se dará cuenta? Los necesitan para mentir, siempre lo hacen.
Aarón frunció el ceño, quizás algo confundido.
—¿Mentir?—preguntó en un susurro ahogado, no parecía estar muy seguro de querer meterse en la charla.
Me removí, bastante incómoda.
—Sí, mentir—aclaró Victoria—. Ya sabes, el arte de ocultar la verdad. Encuentran la forma de hacer que no haya dudas, pueden incluso utilizar una manipulación de tu voz para que crean que te escapaste del país y lo hacen tan bien que sonará tan real que incluso, en el hipotético caso de que vuelvas, no te creerán si les dices que era mentira.
—Tampoco exageres—masculló Zayn—. ¿De dónde iban a sacar nuestra voz?
—Las cámaras—respondió automáticamente Victoria—. Nos mantienen bajo control, también nos graban. Lo tienen todo bien pensado para que idiotas que se creen superiores, justo como tú, no puedan ni siquiera intentar escapar.
Estuve a punto de responder cuando me di cuenta de que, haciéndolo, estaba defendiendo a Zayn.
Maia habló.
—No creo que sea necesario hablarle mal a nadie, ¿sabes?—cuestionó.
Editado: 07.02.2019