AARÓN
—¿No crees que... el blanco es un buen tono?
Su pregunta llegó a mis oídos y, quizás por reflejo, tuve que girarme para verla. Esther y yo estábamos al borde de la pileta, nuestros pies estaban metidos en el agua, pero nosotros no. Supongo que nos aterraba un poco el símbolo que ahí estaba, el de las manos llenas de sangre, el que no tenía significado según lo que nosotros creíamos.
No había nadie más, los demás estaban dentro de la casa y ambos estábamos a solas. No habíamos dicho nada, ni siquiera había alcanzado a percatarme de que teníamos que hacerlo, pero ahí estábamos. Y ahí salió su pregunta, no supe cómo darle respuesta alguna.
—Es... puro—prosiguió ella, jugando con sus pies. No me observaba, mantenía sus ojos fijos en el agua—. Es el color de la paz interior, ¿lo sabías? Se supone que ayuda a relajar los sentidos y aclarar los pensamientos.
—No creo que sea verdad—mascullé, sin saber qué más decir—. De hecho, no me ayuda a relajarme para nada.
Esther esbozó una leve sonrisa, nuestras miradas se encontraron. Ambos las mantuvimos.
—Así que estás nervioso—repuso con notable diversión.
Parpadeé, creo que incluso casi muero cuando entendí a qué se refería.
—No... no quise decir eso—intenté corregirme, corriendo la mirada. Esther comenzó a reír—. Quiero... el blanco...
—Eres muy tierno—me interrumpió.
En definitiva, me quedé sin aire, no podía responder y eso me hizo sentir ridículo, patético, una cría. Las palabras de Britt volvieron a atacar mi mente, otra vez sentí que decían la verdad. Observé a Esther con la intención de intentar descifrar si lo había dicho en plan es una buena cualidad o todo lo contrario.
Ella se acercó a mí y bajó la voz, nuestros hombros chocaron.
—¿Sabes por qué te sientes así?—inquirió entre murmullos. Negué con la cabeza—. El blanco, demasiado de él, puede hacernos sentir en soledad.
Recordé a Victoria, no sé por qué exactamente. Pero luego pensé en mí.
—El blanco aísla—susurré, Esther asintió.
Estuve a punto de continuar, pero no pude hacerlo.
—Nos ayuda a evadirnos del mundo—me interrumpió, alejándose—. Creo que por eso hay tanto de él en esta casa, no estamos simplemente aislados, es también... como algo más fuerte, ¿sabes a lo que me refiero? No es solo la circunstancia, es como si quisiesen hacernos sentir en aislamiento hasta sin ser conscientes de ello.
Fruncí el ceño.
—Pero el blanco también significa pureza—sugerí, y señalé nuestra ropa—, y nosotros...
—Somos puros, pero van a mancharnos—volvió a interrumpirme—, vamos a ser vírgenes hasta que algo suceda.
No pude ocultar una sonrisa ante su comentario, ella la notó y me devolvió el gesto. Volvimos a correr nuestra mirada, noté que estaba más relajado, de repente había dejado de pensar, de buscar algo que decir. Simplemente fluía.
—¿Eres virgen?
Si hubiese estado bebiendo algo, lo habría escupido.
—¿Qué?
—Que si eres virgen—repitió ella, riendo.
No respondí. Evité su mirada.
—Me tomaré eso como un sí—respondió al cabo de unos segundos, y de la nada extendió una de sus manos en mí dirección—. Bueno, Aarón. Yo también lo soy. Así que no estás solo.
Qué conversación más casual.
Acepté su mano, y en cuanto lo hice, ella se tiró al agua, empujándome consigo. Mi cabeza se sumergió, todo mi cuerpo lo hizo, pero de todas formas nuestras manos no se soltaron. Cuando salí a la superficie, ella estaba carcajeándose. Verla de esa forma, tan despreocupada a pesar de todo, me hizo sonreír a mí también, y finalmente también me hizo reír. Esther tenía una extraña chispa, una que me gustó, era como si ella fuese una estrella.
Esther significa estrella, y en definitiva a esa chica le quedaba a la perfección.
No tardamos en salir para entrar a la casa en busca de toallas y ropa nueva. Ella entró a una habitación cualquiera, aún sin soltar mi mano, y tiró de mí. Entre risas, cogió del baño dos toallas y me lanzó una. Mientras ambos nos secábamos, me sentí tranquilo, a pesar de la situación, porque había cierta tranquilidad que la rodeaba y me sentí cómodo a su lado.
Britt dejó de nublar mi mente.
Estábamos saliendo de la habitación, cuando chocamos con una chica. Maia.
—¿Habéis visto a Heather?—exclamó, alterada y notablemente nerviosa, observando a Esther—. No la encuentro, no está en la casa.
No hizo falta que demos una respuesta, esta se dio por si sola en cuanto escuchamos su grito. Provenía de una de las habitaciones.
Editado: 07.02.2019