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CAPÍTULO 20 | Código de medianoche

ZAYN

Sentía una extraña punzada en la muñeca así que no dejaba de tocarla. No dolía, pero molestaba, y cuanto más la tocaba menos lo sentía. Maia se levantó de la silla en cuanto Daniel volvió para decir que Victoria seguía durmiendo y era mejor no intentar molestarla. La rubia no dijo nada, simplemente en silencio pasó al lado de mi amigo y abandonó la cocina. Noté entonces qué clase de ambiente me esperaba, con un Daniel que aparentaba estar enfadado conmigo y una tía pelirroja un tanto insistente a la hora de atacarme, y por alguna razón se me antojó alejarme de todo eso.

Hice una mueca al recordar que normalmente no lo hacía. Yo no salía del grupo, yo entraba a él para hacerlo mejor.

Las punzadas en mi muñeca se volvieron más insistentes y no sabía qué hacer, no sabía cómo hacerlas disminuir y, por encima de todo, no sabía qué significaban. Así que también me incorporé y nadie se molestó en detenerme, salí de la cocina casi arrastrándome. Observé mi mano, era la derecha, pero no vi nada. Ningún tipo de herida o rasguño. Antes de poder darme cuenta, estaba otra vez sentado al borde de la pileta con Maia a mi lado.

Ladeé la cabeza, no sabía cómo había llegado hasta ahí. Entonces la observé, ella me miraba con confusión.

—¿Por qué siento que me sigues?

De repente, sin explicación, las punzadas desaparecieron. Todo pareció volverse más claro, incluso pude esbozar una sonrisa, súbitamente cómodo.

—Quizás porque lo estoy haciendo—mentí.

Aunque en realidad no sé cómo llegué hasta aquí.

—Es lo que diría un asesino en serie—comentó Maia al cabo de unos segundos.

Entendí entonces, por la forma en la que lo soltó, qué tipo de persona era Maia. No se había ido porque estaba molesta, o cansada, o simplemente asustada. Se había alejado del grupo, llevaba haciéndolo desde que habíamos llegado porque, como yo, lo hacía de manera automática, quizás inconsciente. Yo no me alejaba pero me levanté y sentí que lo hice, el llegar a su lado, de esa forma. No me di cuenta de que lo hice, sólo... lo hice porque quería hacerlo. Y ella quería estar sola.

—También es lo que diría un violador—agregué, intentando bromear un poco.

Arrugó la nariz y creo que casi, casi, ocultó la sombra de una sonrisa.

—O alguien que está a punto de robarme algo.

No supe qué decir, me quedé en blanco, así que simplemente solté lo primero que se me vino a la cabeza.

—¿Quizás el corazón?

La mirada que me dirigió, entre sorprendida y algo más, me hizo lanzar una carcajada. Era muy tierna, la forma en la que abrió los ojos y luego corrió la mirada, ruborizándose y alejándose un poco de mí.

Aunque, claro, cuando lo pensé dos veces me sentí como un idiota. Ni que fuera a traficar órganos.

Había algo difícil de describir, que quizás no quise entender, de lo que quizás pasé, a lo que quizás le saqué importancia en ese entonces, pero que me atrajo de ella. Podría haber sido la tranquilidad que transmitía, la cual parecía relajarme cuando estaba a su lado y me hacía olvidar lo que con constancia me molestaba: el miedo, los nervios y la ansiedad. Porque generaba algo positivo, algo que me gustó y llamó mi atención.

Pero supuse que no había tiempo para eso, para rayarme pensando en esas cosas, y en definitiva pasé de todo cuando las punzadas volvieron y noté que no me atacaron sólo a mí. Maia hizo una mueca y, como yo, apretó con el pulgar su muñeca.

—¿También lo sientes?—pregunté.

Ella asintió. Súbitamente observó su muñeca y comenzó a temblar, se alejó de mí hasta incorporarse y no tardé en hacerlo yo también.

—¿Qué ocurre?—cuestioné, presionando mi muñeca.

La observé, y noté que algo extraño ocurría. Como con la hoja de las cajas, un dibujo comenzaba a trazarse, en negro, y con lentitud. No entendía qué era pero dolía, como si miles de agujas atravesaran esa parte de mi piel, como si me estuviese tatuando. Las líneas eran rectas y quemaban, pero vi que debajo de ellas iban apareciendo varios números.

5. 1. 100. 22. 8R. 1. A. Eran los carteles de las habitaciones.

En algún momento dejó de doler, y oímos varios gritos. Parecía que a Maia todavía le dolía, pero de todas formas ella ladeó la cabeza en dirección a la casa y fue la primera en entrar en busca de los demás. Yo seguía observando mi muñeca, el dibujo que había ahí, las letras...

Parecían un código.

Todos estaban en la sala principal, Heather gritaba.

—¡Me da igual qué mierda haga esa perra!—exclamaba observando a Daniel, levantó la mano y señaló el pasillo. Observé su muñeca. No había nada—. ¡Vamos a levantarla!



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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