ZAYN
Desperté al día siguiente sin tener demasiadas ganas de hacerlo. No recordaba cómo había llegado a mi habitación, más específicamente a mi cama, sin embargo ahí estaba. Observaba el techo en silencio mientras jugaba con mis dedos sin estar nervioso, sólo aburrido. No tenía idea de qué hora era, de si alguien estaba despierto o de si todos estaban durmiendo, pero tenía miedo de cerrar otra vez los ojos. No por la oscuridad, no por las imágenes. Sólo sentía que mi mente estaba a punto de colapsar y que dormir sólo era una excusa para escapar de lo que sí o sí tiene que llegar en algún momento.
Pensé que mis dedos iban a convertirse en huesos y decidí ponerme de pie, pasarme una mano por el cabello y sacudirlo antes de ponerme de pie. Fui al baño para lavarme la cara pero me detuve dos segundos a verme en el espejo. Noté que ciertas cosas habían cambiado pero mis ojos parecían estar tan vivos como siempre; más lo otro parecía estar muriendo. Mis labios curvados y no hacia arriba, mi cabello caído y desordenado, mi piel aceitunada y esa extraña manía que nunca me abandonó de mirar siempre directo a los ojos, incluso si era mi propio reflejo.
Me dije a mí mismo que eso daba igual. Todo eso era lo de menos. El espejo es sólo vidrio y soy más que eso.
Salí de mi habitación y caminé hasta la cocina al ver que la casa estaba vacía. Pensé que todos debían de estar durmiendo pero me encontré con Heather sentada en una de las sillas observando las manzanas con recelo.
—¿Te hicieron algo?—pregunté, tomándola por sorpresa.
Desvió la mirada en mí dirección al tiempo en el que yo me acercaba para sentarme a su lado, y creo que puso los ojos en blanco cuando tomé una manzana ante su atenta mirada para darle un mordisco. Finalmente esbocé una sonrisa y ella se relajó dejando salir todo el aire.
—¿No dormiste?—cuestioné, observando cómo ella clavaba sus ojos en un punto fijo.
Negó con lentitud, y durante unos segundos me dio miedo verla actuar de esa forma como si estuviese muerta.
—Creo que sólo dormiré cuando muera—susurró.
Creo que casi escupí mi manzana, pero ella ni siquiera se inmutó. No pude evitar reír.
—Amiga—repuse—, eso sonó demasiado...
—Lo sé—me interrumpió, y de repente su mirada se alzó. Me observó en silencio durante unos segundos, como si estuviese aguardando al momento adecuado. No supe qué esperar de esa mirada, de esa lentitud con la que se movía, pero supuse que se debía al sueño—. ¿Crees que soy una mala amiga?
Me tomó por sorpresa, sé que ella lo notó pero tampoco reaccionó a eso. Mi mente divagó a la noche de la fiesta, esa noche que me esforzaba por olvidar, pero recordé el momento exacto en el que me acerqué a ella, cuando la vi por primera vez, cuando quise que besara a Daniel. Y luego vi cómo subían por las escaleras y ella actuaba como ahora, como si fuese un zombi que no quiere matar a nadie e intenta contener su naturaleza.
—No. De hecho, eres una muy buena amiga.
No esbozó ninguna sonrisa, pero tampoco se lo esperaba.
—¿Eso crees?
—Claro que no—admití, dejando de tener hambre. De todas formas, no pensaba tirar la manzana, así que le di otro mordisco antes de continuar—. Heather, desde que llegamos a la casa no he visto en ningún momento algo que pueda decirme que tú, Maia y Esther sois amigas. Si no lo supiese porque ya os había visto antes juntas, habría creído que incluso os odiáis.
—Ni siquiera actuamos como si nos odiáramos—dudó Heather.
—Ni siquiera actuáis como amigas—corroboré, y luego lancé un suspiro—. ¿Sabes qué es la amistad? Estar ahí para la otra persona, pase lo que pase. ¿Ellas...?—me detuve, decidí cambiar la pregunta—... bueno, ¿Maia está para ti?
No vaciló a la hora de responder.
—Siempre.
Su mirada vacía seguía sobre mí. Tragué saliva.
—¿Tú estás para ella?
Tampoco vaciló a la hora de negar con la cabeza. Yo enarqué ambas cejas y súbitamente me miró con cierto odio, aunque en parte tuvo que admitir que un poco de razón tenía. Sé que fui un poco duro, quizás demasiado sincero, pero supuse que no tenía que conformarla con una mentira. La veía triste y sola, y decirle que lo estaba haciendo bien no iba a solucionar nada de nada.
De repente, un par de lágrimas descendieron por su rostro, y se inclinó sobre mí para abrazarme. Noté que sus brazos me envolvían y no pude moverme, tampoco iba a hacerlo. La escuché tomando aire, buscando la forma de dejar de llorar, y fue entonces cuando le devolví el abrazo y ella no lo resistió más y simplemente lo dejó salir. Me pregunté si había hecho bien al ser tan sincero. ¿La verdad vale la pena si significa dolor? No lo sé, sigo sin entenderlo, pero creo que algunas veces es preferible vivir como un niño que no tiene idea de nada, no le preocupa dar lo que recibe, hacer amigos es la cosa más sencilla del mundo, las tormentas pueden incluso ser divertidas en lugar de un desastre. Pero no lo sé. De verdad que no lo sé.
Editado: 07.02.2019