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CAPÍTULO 37 | Seguimos siendo libres

ZAYN

Me pregunto si alguien estaba tan asustado como yo después de lo que pasó. No sólo habíamos visto a la que suponíamos que era la "mala" de la historia abrazando a Esther, sino que ahí había acabado todo. Me preguntaba si no seguíamos dentro del reto aún, jugando el juego sin saberlo, y pensé que eso iba a torturarme, que el hecho de no ver nada demasiado... impactante me había hecho dudar, pero, para mi suerte, lo olvidé todo ni bien puse un pie dentro de la casa y corrí para llegar al pasillo primero y ver la puerta de la que suponía era la habitación de Daniel abierta.

Observé de reojo la del final del pasillo, también lo estaba. Pero esa no era la que me importaba. Entré a la de Daniel y lo vi en su cama, de espaldas a mí como si estuviese durmiendo.

Sé que los demás llegaron en ese momento y que él podía escucharnos. Sabía que estaba despierto y él era consciente de que yo estaba al tanto de eso, pero por alguna razón capté el mensaje implícito que había tenido frente a mis narices desde que habíamos entrado a la casa: quería pasar de todos, incluso de mí, de su mejor amigo. Como antes, quizás peor que antes, prefería estar solo. Por eso fingía estar durmiendo, por eso no se volteó incluso cuando lo llamé.

—¿Daniel?

No dijo nada, no intentó responder.

Me giré. Yo estaba dentro de la habitación, pero vi ahí, en el marco de la puerta, a los demás esperando algo. Les indiqué que se fueran y sólo retrocedieron, entonces me acerqué y cerré la puerta casi enojado. Cuando me giré, Daniel estaba sentado sobre su cama con la mirada perdida. Me vinieron a la cabeza las palabras de Victoria, todo lo que ella había dicho como una advertencia: él era la herramienta de Richard. ¿Y si...?

Mierda, no eran las una. Seguía bajo el control de ese hijo de puta.

—Sé que no vas a hacerme daño—repuse, intentando sonar imponente.

Él no vaciló a la hora de responder.

—No quiero hacerlo—protestó como si estuviese enfadado mientras se ponía de pie—, pero tengo que hacerlo.

En cuanto avanzó yo retrocedí, mi espalda se pegó a la puerta y él me acorraló. Lo observé a los ojos pero él estaba diferente, tenía la mirada no perdida sino vacía, no era Daniel. Acercó un cuchillo a mi cuello y yo pensé en, mierda, ¿los sacaba del culo o qué? Busqué su mirada notando la presión que ejercía sobre mí, y sí, dolía, pero no me estaba matando.

—No quiero hacer esto, Zayn—gruñó con enojo—. Pero...

—Cúrate a ti mismo—musité, echando mi cabeza hacia atrás—, contrólate, Daniel. Controla tus emociones, sé que parece imposible pero...

—No puedo—me interrumpió, noté que presionaba el cuchillo contra mi cuello y, a la vez, intentaba alejarlo—, mi cabeza es un lugar muy oscuro ahora mismo.

Me habría reído de él si no hubiese estado sosteniendo un cuchillo contra mí.

Intenté tomármelo con toda la calma con la que podía tomarme ese tipo de situaciones, y de hecho, era nula, pero por alguna razón extraña y casi inexplicable me sentía bastante tranquilo. Confiaba en él, en mi amigo, en Daniel. Una parte de mí no se alteraba porque sabía que él no iba a hacerme daño, a pesar de que ya me había cortado y dolía como el infierno, pero confiaba. Seguía siendo sólo Daniel.

Creo que sirvió de algo porque, en algún momento, se alejó y tiró el cuchillo al suelo. Acerqué mi mano a mi cuello y busqué la herida, no era profunda ni nada pero ahí estaba. Daniel parecía más alterado que yo, creo que hasta iba a tomar el cuchillo para matarme de una jodida vez, pero en lugar de hacer todo eso, simplemente se limitó a dirigirme una mirada triste y cruda a la vez.

—Vete—me espetó—, vete ahora mismo.

Obedecí porque, mierda, el cuchillo seguía estando ahí y por tanta confianza que le tenía no era tan idiota como para quedarme con él si se enojaba. Salí de la habitación y ni siquiera alcancé a girarme cuando noté que alguien me estaba observando y había reparado en mi herida, en la sangre.

Maia.

A pesar de la oscuridad, su mirada seguía siendo muy dulce.

—¿Eso te hizo él?—preguntó con rapidez.

No dije que sí ni que no. Heather no tardó en aparecer y, echándole una vaga mirada a mi cuello, se alejó y dejó caer en uno de los sillones. Maia y yo nos acercamos a ella pero no nos sentamos.

—¿Sabéis qué creo yo?

Ni siquiera me importa.

Ella nos observó pero no dijimos nada.

—Que él va a matarnos.

—¿Me mató a mí?—la desafié.

Su mirada era divertida pero desafiante a la vez, noté que examinaba mi herida como si quisiese decirme que lejos de hacerlo no estaba. Sin embargo, no agregó nada más hasta que yo dije:



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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