VICTORIA
Lo había perdido todo. La primera vez se trataba de mí, sólo de mí, de lo que hice para perderme en una simple noche sólo porque no sabía qué otra cosa hacer. La segunda vez se trató más bien de perder ya la cabeza, el alma, lo que creía que seguía teniendo pero, en el fondo, ya había perdido también hacía mucho. Ganar no siempre es bueno, ganar 00:00 no significa vivir, sólo significa haber muerto, peleado por algo que en realidad no importa nada después de todo.
No siempre se gana cuando se gana, al menos eso es lo que dicen.
No era ni de cerca la hora de medianoche, pero yo había decidido ir antes para afrontar lo que sabía que iba a terminar pasando. Así terminé sentada justo al lado de Heather sin entender por qué me preocupaba tanto si sabía que algo iba a tener que hacer para sobrevivir hasta el final, por ellos, para ellos. No podía sólo morir sin luchar. Eso era lo que había aprendido: si no lo aceptas, peleas. Así que... ¿por qué dejar que esa perra consiga lo que busca? Eva había dejado bien en claro que no iba a dañar a nadie más, que la batalla que buscaba era conmigo, no con ellos. Ciertas cosas eran evidentes en ese momento, y una parte de mi terminaba por levantarse al último momento así que eso fue lo que pensé: ¿por qué no lucho?
¿Por qué sólo había querido aceptarlo?
Me giré y observé a Heather, vi cómo su nariz sangraba y fue entonces cuando noté qué era lo que sostenía entre sus dedos, qué había manchado sus labios de azul.
—¿Pero qué mierda te sucede?—le espeté, acercándome a ella—. ¿Te esfuerzas en morir o es que cuando tus padres te hicieron estaban pensando en las musarañas?
Lo dije tan alto que casi al instante Maia apareció por la puerta de la cocina y se acercó a mí con confusión. Noté que había estado llorando y actuaba como si no supiese exactamente en dónde poner el pie, así que me giré para observarla y fui sincera.
—Va a morir.
Maia se sentó a su lado y tomó la mano de su amiga, al parecer no me había entendido. Estuve a punto de repetírselo, cuando ella abrió la boca para decir algo y tomó aire.
—¿Cómo lo sabes?
—¿No ves que le está sangrando la nariz y se tomó el puto veneno?
Con tranquilidad, Maia frunció el ceño. Quería gritarle que si no se lo tomaba en serio tendríamos que ir cavando la tumba de la estúpida de Heather, aunque me sonó demasiado cruel así que tomé aire y me eché hacia atrás, sentándome en el suelo, a los pies de la pelirroja. Su respiración era tranquila pero no sabía qué esperar del veneno. No teníamos el remedio y no íbamos a conseguir más, sólo recibimos dos frascos al día y, sin él, Heather estaba en manos de Richard.
Su mente podía estar tan lejos como su vida al borde del acantilado.
—¿Hay algo que podamos hacer para salvarla?
Si seguía actuando con tanta tranquilidad ponía a prueba mi propia paciencia.
Tomé aire.
—Darle tiempo al tiempo—dije entonces.
Maia, sin soltar la mano de su amiga, se echó hacia atrás y cerró los ojos. Observé que actuaba hasta con lentitud, de una forma un poco extraña, como si le costase moverse. Conocía muy bien la respuesta al por qué siente que la vida se le escapa de las manos y, casi como todo, se resumía en un solo punto: Richard.
—¿Viste algo?—le pregunté.
El reloj podía escucharse como si fuesen martillazos justo a nuestras espaldas, tan molestos como tranquilos. Sentía que estaba perdiendo otra vez las ganas de seguir luchando, pero eran miedos y tenía que congelarlos, volverlos mentiras creíbles al menos para mí. Sabía hacerlo a la perfección, recordaba cómo eso me había salvado tras haber ganado, tras haber vuelto a la fiesta y tras haber vuelto a subir a esa jodida plataforma. Era todo lo que me había salvado: mentirme. Funciona si no quieres buscar la verdad.
—Nada—murmuró Maia sin apenar mover los labios—, sólo estoy algo jodida.
Todos lo estamos, querida.
Volteé un poco mi cabeza para ver la puerta de cristal que reflejaba un poco de la luz anaranjada, dejaba que se filtre y le daba un poco más de color al ambiente, de alguna manera hacía que el blanco no fuese el único color que nos rodeaba.
Otra mentira.
—Eva no tiene idea de nada—dije.
—¿Qué?
Ella había fruncido el ceño.
—Que Eva no sabe qué significa ganar algo como 00:00—agregué—, ella conoce sólo un lado de la historia.
Imaginé cómo reaccionaría incluso antes de que lo hiciera. Abrió sus ojos y me observó con detenimiento como si estuviese intentando saber si lo que decía era verdad u otra de mis tantas mentiras. Ladeé la cabeza en su dirección de mala manera.
—¿Ahora vas a desconfiar de mí? Bueno, que sea como tú quieras que sea, Maia. Pero yo no estoy aquí para ayudarlos a morir—repuse, de repente poniéndome de pie—, sino para salvaros.
Editado: 07.02.2019