#1 Criada por el vampiro.

Capítulo 41

Mi pulso se encuentra acelerado, mi frente está toda sudada y mi torso, que se encuentra desnudo, tiene enormes rasguños que me ha dejado el lobo. Él me ha logrado hacer grandes daños, mientras que yo solo he descubierto algunas cosas. La velocidad y la fuerza es de los vampiros, pero sigue siendo débil como un lobo, sus heridas no se curan y sus armas solo son sus colmillos más sus patas. Su sangre está en mi cuerpo.

—Vaya lobito... — rio — me estás haciendo sudar y eso no me pasaba ya hace algún tiempo.

Mis ojos se ponen rojos de la emoción que estoy sintiendo, la adrenalina recorre todo mi cuerpo. El lobo ha dejado de tirar baba y de hecho se ha comenzado a cansar bastante. Sonrió de medio lado al notar que la pérdida de sangre le ha comenzado a afectar. Él se lanza arriba de mí y me muerde la muñeca, aprovecho de golpearle reiteradas veces la cabeza, él no me suelta, pero la verdad es que el dolor lo único que provoca es que la adrenalina corra a mayor velocidad por mi cuerpo. El animal se aleja de mi adolorido, de mi muñeca sale grandes cantidades de sangre, pero se detiene rápidamente y la herida se cierra. Él se queja y pasa su pata por su cabeza. Aprovecho esa distracción para encajarle mi mano en su estómago, la sangre no tarda en salir. Paso mi lengua por mi mano.

—Pero que sangre más asquerosa...

Corro en dirección a un árbol, de un salto quito una vara de este y vuelvo a atacar a mi enemigo con ella, lo golpeo en algunos lugares y le incrusto el palo en su pata trasera, la del lado derecho. Así son los lobos, por más hibrido que sea, su lado animal es más grande que su parte vampírica. Los híbridos solo resultaron ser un mal chiste. Creí que tendría una lucha más peligrosa, o que por lo menos duraría hasta bien pasada la tarde, pero no. El principio fue bueno, pero solo ahí. Sigo golpeándolo, dejándome llevar por mi instinto salvaje, ese mismo que estuvo oculto desde hace ya un par de años. Le rompo las piernas, la sangre me salta a la cara y mi sonrisa endemoniada no se borra de mi rostro. Sus quejidos me causan satisfacción.

— ¡Dante! — alguien me empuja con violencia hacia un árbol y me deja su mano en mi cuello mientras que con la otra hace presión en mi estómago. En la mirada de mi compañero se puede apreciar la preocupación que está sintiendo — tranquilo amigo... — su voz sale en un susurro, su mano que estaba en mi cuello se posa en mi mejilla. Cierro mis ojos unos segundos y cuando los vuelvo a abrir, sé que mis ojos han regresado a su estado natural.

Gabriel se aleja de mí y ambos miramos al lobo, el cual ya se ha convertido en humano. Mi corazón se oprime al ver el rostro de mi atacante. Una hermosa niña de unos dieciséis años me observa con lágrimas en los ojos. Aun no muere, pero lo hará, la he dejado bastante mal. Me agacho hasta su altura y tomo su cabeza en mis manos.

—Lo siento...

—No... No se disculpe — escupe un poco de sangre y sonríe — esta es la única forma en la que podemos parar... solo así podemos volver a ser como antes — ella se queda callada unos segundos, el latido de su corazón se vuelve más lento — gracias, me salvo de convertirme completamente en un ser asqueroso.

Ella, aun con una sonrisa en sus labios, cierra sus ojos y su respiración cesa. Yo también cierro mis ojos, estoy tan molesto conmigo mismo. Al parecer esta pobre chica no es solo el animal salvaje, yo también lo soy.

—Ven hermano — Gabriel deja su mano en mi hombro — le daremos un buen entierro aquí mismo.

Me pongo de pies y juntos comenzamos a hacer un agujero con nuestras propias manos. Media hora es la que permanecemos en aquel claro, rodeado de árboles. Gabriel nota mi pesar e intenta sacar de mi mente que la muerte de esa joven ha sido todo culpa mía.

— ¿Y de quien más es?

—De ese anciano. Dante, ese hombre les ha arruinado la vida a todos esos lobos, los ha convertido en algo que ellos no necesitaban, lo ha hecho con niños más pequeños que la joven. Tú la has salvado, ella misma te ha dado las gracias de ello...

—No Gabriel, el animal aquí somos dos personas. Aquel anciano por hacer lo que hizo y yo por dejarme llevar por mi instinto asesino, ese mismo que había desaparecido cuando Shayla apareció en mi vida.

—Tenías que protegerte de alguna forma...

—No defiendas lo indefendible. Soy un ser malvado, un criminal buscado por cientos de personas en el pasado y en diferentes lugares. Soy lo que mi abuelo me ha enseñado a ser, un demonio de la noche.

Él no dice nada más, sabe que no podrá hacer que cambie de idea. Se aclara la garganta y me dice que es mejor que nos vayamos, que las chicas nos necesitan en casa. El camino de regreso es silencioso, cada uno sumido en nuestros pensamientos. El peso de la culpa me acompaña. El rostro de aquella joven no abandona mi mente, verla así, llena de sangre y sin partes de su cuerpo me atormenta. Desde hace ya un par de años que no asesinaba a nadie, más o menos desde que Shayla cumplió los nueve años. Aún recuerdo ese día. Un hombre llegó a la mansión cuando yo no me encontraba en ella, atacó ferozmente a ambas mujeres cuidadoras de la loba, dejándolas a las dos incapaz de poder hacer algo. Él quería matar a la castaña. Algo se me había quedado aquel día, es por eso que regrese justo a tiempo. Shayla estaba en el suelo llorando, suplicándole al hombre que no le hiciera nada malo a Aine ni a Riley, él sonreía y le dio un gran golpe en el rostro. Recuerdo bien la rabia que sentí en aquel momento y ni siquiera me detuve a pensar que la loba se encontraba viendo todo cuando lo asesine. La imagen de aquellos ojos llorosos observándome con miedo jamás se ha podido borrar de mi mente, pero ella no recuerda aquella, pues le borre la memoria.




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