1) El ángel pecador

Capítulo 1: "Ángel guardián"

 

 

 

Cassiel

 

Era un día normal. Un día de esos para nada extraños en los que esperas que algo genial te suceda, pero nada pasa. Aunque lo intentes, decidas hacer o crear una manera de que algo pueda suceder, pero de todas maneras, no sucede y es bastante frustrante para nosotros y para los mundanos.

Era mucho más agobiante para los humanos que para nosotros, pero de igual manera, tratábamos de que eso no arruinara nada de lo que se había planeado para estas hermosas personas, que venían a pedir a Dios.

No había ni una sola nube en el cielo, se encontraba de un color azul marino, mucho más claro que el mismo mar; estaba despejado, en él se observaba la estrella más grande que todos conocemos como el sol: este estaba en su mejor momento, brillaba con todas sus fuerzas.

Todo se encontraba a la perfección, parecía que a las personas no les importaba mucho eso, para ellas, era un día como cualquier otro; la gente seguía con su vida cotidiana y yo observaba sus pasos, era algo de todos los días o, al menos, eso creía. Ya que las personas no hacían siempre la misma rutina, a veces, ellos cambiaban de recorrido y tomaban una dirección diferente y no solo de su camino, también cambiaban de dirección en la vida, quizás no era lo único, ya que también lo hacían con sus atuendos (esas extrañas cosas que tapaban sus cuerpos, por alguna razón, a ellos les gustaba andar así por las calles, hasta a veces competían por quién tenía una ropa mejor y de mayor calidad); muchos se ellos se peinaban de manera diferente, un día con colitas que sostenían su cabello, otro un gran rodete, muchas veces lo llevaban suelto y caminaban con personas diferentes, las cosas no siempre eran iguales. Pero, para mis ojos y mi pensar, así era.

Abel, uno de los ángeles que trabajaba a la mano de Dios, muy pocas veces se comunicaba con nosotros o con cualquier ser, a menos que tenga que hacerlo por alguna extraña razón; ese día llegó a mi vida y pude oír lo que este me había dicho y me encontré completamente estupefacto al oírlo hablar.

Abel se encontraba vestido de una manera bastante extraña para mis ojos, en un momento llegué a creer que era uno más de los mundanos, pero evidentemente, no lo era. Llevaba puesto una camisa a cuadros azul y negra, que tenía un aspecto bastante interesante para la vista de todos mis hermanos y mucho más para mí, algo de esa camisa me atrajo; los pantalones eran de una tela que se pegaba a su piel, parecía eso, ya que estaba tan ajustado que mi mente lo asociaba de ese modo, el pantalón era negro y en partes se encontraba roto. Llevaba unas zapatillas Nike blancas, que sabíamos que en la tierra no dudaría mucho ese hermoso color; su cabello estaba algo alborotado. Parecía estar en mal estado, pero si eso era así no importaba; él podía arreglar eso, en tan solo un pequeño chasqueo de dedos, pero aquí no le importaba como vestía, ya que era su casa.

Ese día, Abel me informó sobre una misión que Dios me había encomendado; yo esperaba ansioso que eso volviera a suceder, ya que hace mucho tiempo no tenía una misión delegada por mi padre.

Abel me miraba, con una dulce sonrisa en su delicado rostro, era uno de los únicos ángeles que lograban una bella y grande sonrisa, y con esta iluminaba todo. Era el único ángel que sonreía y lo hacía de verdad, con sentimiento.

La mirada de los ángeles no era siempre la misma, pero aquella era idéntica a la mía, muchos poseían colores y miradas que ocultaban demasiado; yo era diferente, no tenía necesidad de ocultar, al menos, no aún.

—Cassiel, Dios tiene una misión para ti. Y como sabes, no puedes rechazarla —me informó este con esa gran sonrisa impregnada en su rostro.

Su voz era algo áspera, como si tuviera un fuerte dolor de garganta, pero aun así, lograba sonar de una manera dulce ante mis oídos y los de Dios. Por eso, era su mensajero celestial. El único capaz de enviar un mensaje de nuestro padre, muchos ángeles habían traicionado a Dios, pero Abel siempre estuvo a su lado en todo lo posible y lo imposible, ya que para nosotros nada es imposible. Hay cosas, pero muy pocas.

—¿De qué se trata? —pregunté con tono desinteresado, aunque estaba algo nervioso por ello. Mi voz no mostraba ningún sentimiento, ya que no me agradaba la idea de la situación y esperaba que Abel lo comprendiera.

—Cassiel, no debes tener miedo —dijo haciendo una pequeña pausa—: Dios me pidió que fueses a la tierra como un ángel guardián. Sabes que asentiste a esa misión, no hay manera de que ahora renuncies a ella. —No entendía por qué me decía esto. Él sabía con claridad que yo no podría cumplir lo que salía de sus labios y los de Dios.

Entre carcajadas por fin respondí de un modo sarcástico—: Ni lo sueñes. Antes que digas la tontería de “Soy un ángel, yo no sueño”, quiero que sepas que es una expresión humana, que oigo muchas veces últimamente, creo que es algo que está de moda, pero no lo sé... —Fue lo que dije para que él comenzará a entender los modismos humanos de la nueva era.

—Sé que tuviste muchos problemas como ángel guardián. Sé lo que pasó en ese año... sé cómo quedaste después de eso, sé que te dolió demasiado la pérdida —me informó cosas que yo ya sabía.

—Entonces, sabrás que la respuesta es no y seguirá siendo un no. —Él sabía lo que yo sentía respecto a la tierra y a los humanos, pero aun así no podía ir. No podía vivir esa experiencia nuevamente.

Me levanté de golpe de la banca en la que me encontraba sentado, ya no quería decir otra palabra, tampoco quería oír su voz, y al dar media vuelta, Abel tocó mi hombro con su mano derecha; mí ceño se frunció inmediatamente y sentí un ardor. Un ardor que solo una vez logré sentir, era algo horrible aquel picor que fue formando algo sobre mi hombro: esa era la única manera de entrar a la tierra. Al darme cuenta de lo que sucedió, ya estaba allí, ya era tarde. Estaba en el lugar donde no quería estar. No quería estar aquí de nuevo.




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