1) El ángel pecador

Capítulo 3 : "Los mejores momentos"

—¿Tú quién eres? —pregunté, mi voz teñida de una preocupación que rara vez me permitía sentir. ¿Acaso era Rubby Ebay esa joven, esa hermosa y altiva muchacha frente a mis ojos?— ¿Tú quién eres? —Volví a inquirir, la urgencia creciendo en mi pecho.

Pero muy dentro de mí, una voz se negaba a creerlo. No podía imaginar que aquella mujer, tan llena de descaro, fuera mi misión. Sabía que Rubby jamás cometería tales indecencias. No era mi lugar criticar a los humanos, claro, pero aun así, esa certeza me carcomía. No quería creerlo, supongo que no estaba listo para algo así, no estaba preparado para lo que vendría. Esta vez, no era capaz de aceptar una misión similar a la primera que tuve; ya no estaba para juegos.

Recordé las palabras de mi Padre sobre mi misión, y aquello me confirmó que ella jamás podría ser Rubby; aun así, preguntar nunca estaba de más. Muchas personas evitan las preguntas, pero yo no era una persona, y debo confesar que me gusta mucho hablar con desconocidos, me gusta aprender cosas nuevas cada día.

No comprendo por qué a los humanos no les agrada hacer preguntas. Si yo fuera un ser humano, estaría preguntando todo el día. Los únicos que preguntan son los pequeños; a ellos no les incomoda y quieren saberlo todo. Definitivamente, los niños son una porción de humanidad que se salva. Sé que mis pensamientos e investigaciones sobre la humanidad no me otorgan el conocimiento absoluto sobre ellos, pero tengo gran certeza en mis palabras. Hacer preguntas no está mal; hacerlas significa que te preocupas por aprender sobre algo que no sabes o que quizás no hayas comprendido la primera vez. Los maestros tienen la obligación de enseñar lo mismo cuantas veces sea necesario. Me encantaría ser maestro en la Tierra, pero no puedo; tengo una misión y debo llevarla a cabo.

—Mi nombre es Samantha —respondió ella sin dudar. Su tono de voz era francamente arrogante; ya no había ni una pizca de miedo en su interior—. No creo que seas un ángel —rió con desdén, negando con la cabeza una y otra vez—. ¿No tienes nada mejor qué hacer? —Me miró directamente a los ojos, con una incredulidad irritante—. Si fueras un ángel, ¿no tendrías alas?

Mi ceño se frunció de inmediato al oírla. Jamás una persona me había hablado con tal peculiaridad y arrogancia; no me gustó en absoluto verme en esa situación incómoda. Había algo diferente en esta joven, algo que no podía reconocer. Esas cosas habían estado ocurriendo desde hace un par de años: las personas cambiaban repentinamente y las situaciones se volvían extremas, pero yo no lo entendía, no sabía la razón. No podía ayudarlas, y eso me frustraba; quería ayudar. Esta jovencita estaba sufriendo ese cambio, y aunque quisiera, no podía hacerlo.

—¿Ni siquiera me dirás "gracias"? —La miré, preocupado por sus horribles modales. Yo solo quería encontrar a Rubby Ebay, y lamentablemente, ella no lo era.

—Gracias —dijo ella, y luego se dio la vuelta, aún con el ceño fruncido, alejándose lentamente para continuar con su trabajo.

Me retiré de la esquina donde todo había sucedido y me dispuse a reanudar mi búsqueda. Tenía que encontrar mi misión, debía hacerlo. Quería y debía. Ya no había tiempo que perder; tenía que hallarla lo más rápido posible. Esto era otra de esas cosas humanas, el deseo de tenerlo todo al instante; según los nuevos paradigmas de la sociedad, así era.

La sociedad, sin duda, es mágica. Todo tiene un porqué, todo está vinculado con algo, y no hay nada que se desligue. En el cielo no es así; allí no hay un porqué, solo tienes que hacer lo que debes hacer sin decir una sola palabra, solo aceptar tu misión y cumplirla. No importa cuántas vidas cobres, todo es por una causa: el bien común. En la Tierra, todos piensan en sí mismos, no se detienen a considerar cómo afectan al prójimo. Ellos actúan y tratan de hacer lo necesario para obtener algo a cambio.

Caminé por las calles en busca de Rubby. Quiero encontrarla y ayudarla en todo lo que esté a mi alcance. No comprendo por qué Dios me ha dado esta misión, pero no podía negarme. Tenía que aceptar, y lo he hecho. No hay manera de volver el tiempo atrás; es decir, sí la hay, pero no me gusta hacerlo. Detesto retroceder en el tiempo; aquello nunca sale bien, es más, sale peor. Me he dado cuenta de que las pocas veces que lo he hecho, todo salió mal, y por eso, nunca más lo utilicé. No quiero que las cosas salgan mal, no quiero arriesgarme y terminar muerto. Tengo que ayudar a mi misión, y morir no está en los planes. Si tengo que hacerlo, lo haré por ella, no por otra cosa.

El mundo está dividido en diferentes dimensiones; la Tierra es una de los millones de dimensiones existentes. Pero según Dios, la Tierra es la única que ha dejado algo mágico. Cuando Él contaba eso a sus primeros hijos, ellos luego nos lo contaban a nosotros. Nunca supimos cuál era esa dichosa magia de la Tierra. Dios siempre estaba presente para nosotros y, por supuesto, para los mortales, pero Él los elegía a ellos por encima de nosotros, sus ángeles. Recuerdo discusiones a causa de eso; nunca terminaron bien, pero no las puedo recordar con exactitud. Solo recuerdo que eran castigados.

Las cosas que he aprendido en el cielo, aquí no rigen con total seguridad. Esas diferencias me confunden más de lo que podría imaginar, ya que toda mi vida aprendí una cosa, y ahora cambió drásticamente. No puedo culpar a mis superiores; después de todo, ellos no tienen la culpa de que en la Tierra las cosas a las que estamos acostumbrados no estén vigentes. Tenemos que adecuarnos a los seres de aquí para no ser el centro de atención.

Pensé en mi mundo, en mis amigos, en todo lo que aquí no existe. Ahora estoy solo en la Tierra, en la búsqueda de mi misión, esperando con ansias hallarla y poder brindarle la ayuda que necesita, pero no la encontraba, y eso me desagradaba.




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