En el baño, intenté aliviar mi dolor. Era un tormento horrible. Me lavé la mano una y otra vez bajo el chorro de agua fría, rogando que el líquido apaciguara la quemazón que me consumía. Me resultaba imposible explicar lo que mi cuerpo sentía; el tiempo parecía arrastrarse, lento y pesado, y el dolor se intensificaba con cada segundo que pasaba.
Me senté en el retrete, esperando que la agonía cesara. Seguramente, cuando la escuela terminara, ya habría cerrado. Pero en ese instante de desesperación, mi mente solo podía pensar en Castiel y en lo que tenía en sus manos. ¿Por qué me había lastimado de un modo tan peculiar y doloroso? Jamás me había sucedido algo así, y debo admitir que empezaba a sentir un miedo punzante ante lo que podría ocurrir.
Todo esto me afectaba de un modo extraño, que no me gustaba. Estaba asustada, no quería saber, pero al mismo tiempo, ansiaba una respuesta a mis preguntas. No sabía cómo preguntarle esto a Castiel; no quería traumatizarlo. Aunque, si lo pensaba bien, Castiel me había traumatizado a mí antes. Así que, quizá, debía devolverle el favor.
Me puse de pie y caminé lentamente hacia el salón, donde él estaba sentado como si nada hubiera pasado. Parecía no saber lo que tenía a su lado, lo que yo era. Aunque, ni siquiera yo tenía la respuesta a eso. Lo cual, extrañamente, me pareció bastante gracioso en medio de la tensión.
No había tiempo que perder, y eso era precisamente lo que estaba haciendo: perder el tiempo asustada. No debía demostrar el miedo que corría por mis venas. Él no tenía que saber nada de eso; yo debía ocultarlo todo.
—Castiel, ¿qué tenías en tus manos? ¿Alguna sustancia? —Lo miré, la preocupación grabada en mi rostro.
Mi ceño se encontraba fruncido, al igual que el suyo. Desde que lo conocí, siempre lo había visto con esa expresión. No comprendía por qué siempre tenía el ceño fruncido; no podía imaginar que nunca estuviera contento.
—¿Yo? Nada. ¿Por qué me lo preguntas? —Me miró sin comprender mi pregunta.
Creo que ni yo misma la habría entendido formulada así. Pero siempre tenía estas extrañas preguntas dentro de mi cabeza, que me volvían completamente loca.
No dije nada. Yo veía claramente su verdadero ser, veía sus alas y todo ese extraño conjunto angelical que poseía. Debo admitir que no me agradaba demasiado lo que mis ojos estaban viendo en ese momento; no podía imaginar lo que quizás él estaría viendo. Esperaba que él no viera lo que yo era, que ni lo sintiera, pero si yo sentía lo que él era, era evidente que él también sentiría lo que yo soy.
Él me vio, y me quedé perfectamente quieta. No sabía qué decir. No me daba la cara para decirle la verdad. ¿Él podía verme a mí?
Me levanté y me senté junto a una amiga, si es que así podía llamarla. Nadie sabía quién soy, ni quién era. En un momento, pensé que eso sería lo mejor que podría suceder, pero ahora que estaba sola, no creía que fuera lo mejor. Estar sola no era malo, pero no quería eso, no en ese momento.
—Hola, soy Rubby —le dije a la chica con la que me senté, tratando de sonar agradable para alguien.
—Ya lo sé, sé quién eres, ¿por qué te sentaste aquí? —Se levantó con rapidez y se cambió de lugar.
Quise responderle, pero me dejó allí plantada y no pude decir nada. Me moría de vergüenza, pero ya era demasiado tarde para hacer algo. Me sentía una tonta; no quería que me trataran así, pero no podía cambiar la percepción de las personas.
Me sentía sola, perdida. Tenía mucho miedo de Castiel; no quería que me matara, ni quería matarlo a él. Porque seguramente uno de los dos terminaría muerto en un par de horas. Lo sé, mi pensamiento no era nada bonito; siempre pensaba de ese modo tétrico. Muchas personas me decían que eso era a causa de mi signo del zodiaco, que era Escorpio. Yo no le veía nada malo a mi signo, pero otros hasta le temían.
Traté de no cruzarme con Castiel, pero su mirada estaba sobre mí, una presencia constante. No quería verlo, aunque me resultó imposible. Lo observé directamente a sus ojos azules. En ese momento, sentí una gran calma. Fue extraño, ya que había tenido miedo, pero este se había desvanecido. La calma me hizo sentir bien, fuerte y capaz de hacer lo que debía.
Me puse de pie con la esperanza de llegar al lugar de Castiel, pero me quedé quieta en medio de la sala cuando el timbre sonó. No había tiempo, así que perdí el contacto con la mirada azulada de Castiel y simplemente me fui.
Terminó el día escolar y fui a mi casa.
Entré; dejé la mochila en la silla de la cocina, saludé a mi madre. No dijimos ni una sola palabra, no era necesario. Fui a mi cuarto, me quité las zapatillas lo más rápido que pude, fui al baño y me lavé las manos, luego volví a mi cuarto y me quité la ropa escolar. Elegí lo mismo de siempre y fui al sofá del comedor para almorzar.
—¡Ya me senté! —le grité lo más fuerte posible, ya que tenía mucha hambre.
—Ya va —trajo la comida con una gran sonrisa dibujada en su rostro.
Comencé a comer y encendí la televisión. No había nada interesante. Agarré mi celular y empecé a escribir en los grupos; estaba completamente aburrida… como siempre. Ya no sabía qué hacer para ahuyentar el tedio.
Luego me fui a dormir y tuve un sueño muy raro. Supongo que era mi subconsciente diciéndome algo que aún no comprendía: me desperté gritando, sudando; estaba completamente empapada. Fue algo horrible, otro sentimiento que jamás podría explicar, ya que era algo nuevo. Desde que Castiel apareció, nuevas emociones surgieron con él. No sabía qué era lo que me sucedía.
#131 en Paranormal
#45 en Mística
#1085 en Fantasía
#663 en Personajes sobrenaturales
Editado: 20.06.2025