Castiel
Siempre comencé escribiendo con una acción, pero en ese instante es diferente. El fin estaba llegando, ya teníamos las respuestas a algunas interrogantes. Eso facilitaba saber el fin. Pero ¿hay fin?, creo que ya sabemos que todo tiene un fin en la vida, hasta esta misma, ¿la muerte tiene fin?, claro es la vida. Lo mismo sucedía entre Dios y Tamara, uno es el fin del otro y si estos se terminan, todo termina con ellos.
Deseaba acabar con otra interrogante:
¿Cuál es el rostro borrado?
Empezaré donde todo comenzó, nos remontaremos muy atrás, en el principio de esta historia. Quizás ese sea el fin donde todo empezó, acabará. El jardín de la creación y ahora pecado, en la tierra es un parque cerca de un hospital; yo lo tenía detrás de una puerta.
Llovía demasiado, todo estaba inundado; caminé hasta una banca bajo un hermoso árbol, tomé asiento junto a una joven llorando, la miré; me miró; nos miramos mutuamente.
—¿Todo está bien? —Apoyé mi mano en su hombro.
Secó sus lágrimas y respondió—: Sí, solo... —Negó con la cabeza tan solo una vez—. Yo veo este lugar y ya no veo a mi hermano.
—Todos hemos perdido algo. —Sonreí—. Lo siento.
—No, no lo perdí —sonrió—. Bueno, no murió. Solo se hartó de mí.
—No es posible, eres su hermana.
Mi respuesta había sonado de un modo diferente del que me imaginé dentro de mi cabeza, pero ya era demasiado tarde para cambiar lo dicho.
—¿Y qué por eso no se puede hartar?
La pregunta me dejó en un aprieto, pero decidí lo que debía responder y lo hice.
—No podría, es difícil, aunque es muy complicado para aclarar, obviamente, no sé la situación. —Negué con la cabeza tan solo una vez.
—Bueno, tú argumento es... súper, me ayuda mucho. —Hizo una mueca.
—¿Usas sarcasmo conmigo?—Alcé una ceja.
—¿Acaso no puedo?—Sonrió—. ¿Quién eres tú?
—Soy Castiel, un ángel del señor —hablé de un modo obvio.
Soltó una carcajada—: Sí, bueno... no deberías presumirlo así.
—¿Por qué?, es un honor. —Sonreí.
—Sí, entonces, debo culparte a ti y para mí no lo es, solo eres un perrito de mi hermano.
—¿A mí? Yo.... ¿qué hice?—Negué con la cabeza y me agaché—. Tamara, es un gusto conocerte. —Sonreí amplio.
Sonrió—: Okay... no te culparé a ti.
—Bueno, supongo que debo agradecer.
—Sí, eso deberías. —sonrió.
—Mmm... Gracias.
—De nada... ahora sí ¿Dónde está mi hermano?—Alzó una ceja.
—Yo, no sé, no soy tan importante para él.
Eso era lo que yo pensaba en ese momento, creía que no era importante para Dios, pero…
—Sé que me mientes. Te lo estoy pidiendo amablemente lo que te podría arrancar si lo quisiera. —Sonrió—. No me obligué a pedirlo a mi modo.
Me levanté con rapidez—: No lo sé, no me harás nada.
—¿No?—Alzó una ceja, tomó mis mejillas apoyando sus labios en los míos y absorbió un poco de mi alma—. Gracias, ya sé donde está. —Se levantó y desapareció en una nube negra.
—¿Qué?—Me alteré.
Chasqueé mis dedos para seguirla y así fue, la vi arrodillada suplicando hacia su hermano. No parecía la mujer que encontré en el parque, era otra, muy diferente, pero no podía hacer nada, solo ver y tratar de ayudar cuando pudiera hacerlo.
—Por favor, no hagas eso... esas cosas no son tu familia. —Sollozó—. Yo lo soy.
—Tamara, ponte de pie. —Sonrió—. Ya es tarde, las personas son mis hijos y los querrán.
—No, me niego rotundamente. —Negó con la cabeza.
—Cállate y vete. —Frunció el ceño—. Llévatela.
—¿A quién le hablas?—Caían lágrimas de sus ojos.
—A Castiel, pasa, sé que estás ahí.
Me armé de valor y entré.
—Yo... disculpen. —Bajé mi cabeza.
—Está muy mal lo que hiciste y lo que tú hiciste —Miró a Tamara—. Váyanse ahora, los dos. —Chasqueó sus dedos y desaparecemos de ese lugar.
Me asombré por la conducta de mi padre.
—Lo siento, yo... te seguí.
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Editado: 03.09.2022