Después de unos diez meses en total de un descanso forzado, un período de reclusión que me había permitido alimentar mi resentimiento, decidí volver a comenzar mi venganza hacia mi querido hermano. La idea, pulcra y devastadora, se encontraba arraigada en lo más profundo de mi mente, y no había manera de que saliera mal; cada detalle estaba meticulosamente planeado.
Caminé un par de cuadras, mis pasos silenciosos como la misma sombra, hasta llegar a General Paz, el último bastión de su dominio. Allí, vi a algunos guardias angelicales, sus auras brillantes destacando en la penumbra. Siempre debe estar protegido por sus bebés, al parecer; mi hermano no podía defenderse solo, una ironía que me hacía reír amargamente.
—¡Abran paso! —Alcé una ceja, mi voz cargada de una autoridad que pocos mortales comprenderían.
—No, es nuestro deber proteger este sector. —Me miró mal, sus ojos, un pozo de lealtad ciega.
—Cambiá esa cara, bonito. —Sonreí, una sonrisa que no llegó a mis ojos, y me acerqué a él, mis movimientos lentos, depredadores.
—Vete, Dios nos encomendó… —dijo furioso, su voz temblaba ligeramente.
—Siempre lo mismo… ¿nunca podré hablar con mi hermano cara a cara? —Hice una exageración con mis manos al hablar, un gesto de exasperación teatral.
—No es nuestra culpa, váyase. —Su voz, un eco de la obediencia.
—Sorry… —Me acerqué, mis manos extendidas. Tomé sus mejillas, sus ojos se abrieron con terror, y aspiré su gracia, su esencia divina, un festín para mi alma. Sus fuerzas se agotaron al instante—. A ver si de tal manera te dignas a aparecer. —Apenas terminé la frase, oí un ruido inconfundible de alas aletear, un sonido familiar que anunciaba su llegada.
Y Castiel se hizo presente, su figura proyectándose como una sombra.
—Ya basta. —Frunció el ceño, sus ojos, un reproche silencioso.
—Castiel, no tengo intención de matarte, así que sal de mi camino. —Rodé mis ojos, mi paciencia se agotaba—. A menos, claro, que quieras morir.
—¿Qué quieres, Tamara? —Me vio con sus hermosos ojos azules cristalizados, un pozo de dolor y confusión.
—Quiero… hablar con mi hermano, la destrucción de los humanos y ángeles. —Agarré su mentón, mis dedos fríos, mi mirada implacable—. Lo siento, cariño.
Cerró sus ojos con fuerza, un gesto de agonía.
—No, yo lo siento… pero no. —Abrió sus ojos, y una luz azul brillante, cegadora, invadió mi vista, una energía que me repelió con una fuerza que no esperaba.
—¡Ya basta! —Grité, la furia se apoderó de mí, y por la fuerza de su vista caí al suelo, un golpe seco que resonó—. ¿Cómo hiciste eso? —Alcé una ceja, mi orgullo herido, mientras me levantaba del suelo, sacudiéndome el polvo.
—Dios me mejoró. —Sonrió, una sonrisa de triunfo que me irritó profundamente—. Escucha, vete y no te lastimaré.
—¿Tú?, ¿a mí? —Reí a carcajadas ante su respuesta, un sonido hueco que resonó en el aire—. Ajam… —De repente, me dio una hoja de árbol, la misma hoja de jacarandá que había visto antes, pero ahora en sus manos—. ¿Qué es esto?
—Un recuerdo. —Sonrió ampliamente, sus ojos llenos de una extraña compasión—, un recuerdo que jamás olvidarás. —Chasqueó sus dedos, y desapareció, dejándome sola con la hoja y una creciente sensación de pavor.
Volví hacia la provincia, mi mente un torbellino de emociones, y me senté en mi trono, un asiento de poder forjado de sombras. Envié a mis tropas para acabar con la Capital, la última ciudad en pie, y luego observé la hoja con una pequeña sonrisa sobre mis labios, una curiosidad que me quemaba.
«Veremos qué me ocultó mi hermanito», pensé, la anticipación mezclada con una punzada de miedo.
Sonreí, y la hoja se iluminó, proyectando el recuerdo en mi mente, un torbellino de imágenes y sensaciones olvidadas. Era mi pasado, el Jardín de la Creación, yo con mi hermano, con Castiel… la revelación de su hija. Y mi propia traición.
—¡No! —Grité, un sollozo desgarrador brotando de lo más profundo de mi ser, mientras recordaba cada instante de ese recuerdo borrado, cada detalle de la manipulación de Dios, de mi propia pérdida. La ira y el dolor se fusionaron en un torrente incontrolable.
—¿Está bien, señorita? —Se acercó uno de mis súbditos, su voz teñida de preocupación, ajeno a mi tormento.
—Vete… —Sollocé, mi voz ahogada por las lágrimas.
—¿Está bien, señora? —Alzó una ceja, haciendo un gesto de preocupación que me pareció una burla.
—¡Que te vayas! —Limpié mis lágrimas con furia, mi voz un grito ahogado.
—No, señora.
—¿No? —Chasqueé mis dedos, mi poder desatado por la ira, y este estalló en miles de pedazos, su existencia reducida a polvo. La crueldad, una respuesta visceral a mi dolor—. ¡Busquen y asesinen a Castiel y a los Jinetes del Apocalipsis! No habrá tal Apocalipsis sin la muerte de estos.
Nubes rojas, forjadas de mi ira, volaron por doquier, buscando y matando a dichas personas, mis objetivos.
Luego de cuatro meses de búsqueda implacable, mis súbditos regresaron con dos jóvenes incoherentes, sus ojos vacíos, sus cuerpos consumidos.
—¿¡Quiénes son!? —Grité, una premonición de muerte invadiéndome, un augurio de un poder que se acercaba.
—Hambre y Peste, señora. —Sonrió mi súbdito, entregándomelas.
—Genial, son perfectas. —Sonreí, una sonrisa macabra—. Pero… no inteligentes. Eligieron el bando equivocado, deberían luchar contra Dios, no contra mí.
—No, ya basta… estamos en el bando correcto. —Sonrieron, sus voces, ecos huecos, y se agacharon de rodillas al suelo, una sumisión escalofriante—. Mátanos.
#131 en Paranormal
#45 en Mística
#1085 en Fantasía
#663 en Personajes sobrenaturales
Editado: 20.06.2025