1) El ángel pecador

Capítulo 21: "El fin es solo el comienzo"

Sin querer, casi asesinaba a mi hermana, la Oscuridad misma. Por suerte, Castiel se encontraba allí cerca, un faro de luz en mi tormento. Pensaba, lleno de tristeza en mi corazón, y mi rostro se desfiguraba con cada pensamiento interno, cada cálculo de un plan que me exigía la crueldad.
Oí cómo lentamente se acercaba Castiel, sus pasos, un eco de mi propia conciencia.
—¿Cómo pudo? —Bajó hasta donde me encontraba, su ceño fruncido, su mirada, un reproche mudo.

La situación no había sido para nada de su agrado, ni para el mío, aunque mis razones fueran más elevadas.
Tampoco había sido de mi agrado lo sucedido; cada decisión me pesaba como una losa.
—Yo… no lo pensé, solo lo hice. —Alcé una ceja, la mentira deslizándose suavemente de mis labios—. ¿Usted no debería cuestionarme en lo absoluto.
—Casi muere, Padre. —Su voz era un lamento, una acusación directa.
—Castiel, perdón, pero estás fuera. —Puse su cabeza en alto, una imposición de mi voluntad, sin importar lo que eso sería para el pobre Ángel.

Él lo sabía, lo presentía, pero no le importaba, ya que sabía que algo muy malo sucedería luego del fin de los tiempos, así es el fin de todo lo que conocemos. El sacrificio era necesario.
—¿Por qué, Padre mío, no lo comprendo? —Frunció el ceño y alzó una ceja, demostrando su ira, gesticulando su rostro de manera tal que me apiadé de su sentimiento.

Pero era inútil; yo tenía un plan, un gran diseño, y no dejaría que nadie ni nada se interpusiera en este, ni siquiera mi amado hijo.
—Porque ahora sabes todo —le dije luego de sonreírle de una manera dulce, una calma que esperaba apaciguara al pobre Ángel que no entendía nada del porqué de mi decisión.

Castiel sabía todo, la profecía, el plan, pero eso no impediría mi misión, ¿o sí? Todo era posible, el destino siempre puede torcerse. Nunca podría saber este pobre mis intenciones, la magnitud de mi amor, el peso de mis decisiones.

—No podrás acabar con Tamara. No puedes.
—Sé que no, pero… puedo ayudar. Sé que puedo ayudar. —Su voz, una súplica desesperada, un deseo genuino de servir.
Sabía que él podía ayudar, que su fuerza era invaluable, pero yo tenía mi plan, mi guion divino, y Castiel debía hacer lo que ya tenía planeado para él, incluso si era doloroso.
—No, vete… Abel tiene tu misión de ahora en más. —La crueldad era una herramienta necesaria.
—No, por favor… es mi misión. —Su voz se quebró.
—Ya no. —Mi decisión era inamovible.
—¿Y ahora qué haré? —Preguntó el pobre Ángel con una triste sonrisa en su rostro, su alma despojada de propósito, sabiendo que sin su misión no había razón para seguir con su vida; la vida la cual llevaba hacía siglos o más, mejor dicho, siglos antes de Cristo.
Esa pregunta era justamente lo que estaba esperando, la puerta a la siguiente fase de mi plan.
—Ahora eres un simple humano, cuídate y salva tu alma del pecado. —La transición sería brutal, pero necesaria.
—¡No! —Sollozó este de una forma sin igual, un lamento que me partió el corazón, al ver que a mí no le importaba un pepino lo que a él le pasase, que parecía no importarme mi propio hijo.
Actuar de ese modo me estaba rompiendo el corazón, cada palabra, un desgarro en mi ser divino, pero debía seguir adelante o las cosas no saldrían respecto al plan, y el universo se desharía.
Desaparecí dejando a Castiel en su agonía y caminé por la Capital sin mirar atrás, el pasado, un eco lejano. Hoy era el fin, lo sentía en cada fibra de mi ser, sabía que pronto llegaría. Sabía exactamente lo que estaba por suceder a la vuelta de la esquina, así que caminé hacia su destino y vi a Tamara con sus súbditos, un ejército de ojos rojos, la personificación de la oscuridad.
—Hermanito. —Sonrió victoriosa al darse cuenta de que yo estaba allí, su mirada, un triunfo anticipado. Parecía que estaba rendido ante ella, pero solo parecía; era parte de mi juego—. ¿No traes a nadie? —Alzó una ceja, su arrogancia palpable, demostrando que aunque los hubiese llevado ella ganaría sin despeinar ni uno de sus cabellos rizados rojizos.
—No, es mi fin y debo aceptar mucho de mis errores. —Mi voz, un susurro de humildad—. Como también tú deberías.
Ella tenía que hacerse cargo de sus errores, tanto como yo lo hacía; el arrepentimiento era una pieza clave.
Se acercó lentamente hacia mí con una sonrisa impregnada en su rostro al escuchar mis palabras, el gozo de la victoria prematura.

—Muy bien, ya era hora ¿Sabés todo lo malo que me hiciste pasar? Un infierno.
Sus palabras eran ciertas, cada una de ellas, eso fue lo que le hice vivir, un tormento diseñado para un propósito mayor.
—Lo sé… yo lo siento y mucho, perdón —Me arrodillé ante ella, un acto de humildad calculado, mostrando respeto hacia esta—. Hazlo, mátame. Aquí estoy, cumple tu misión, véngate.
Esperé que ella entrara en mi juego, en la trampa que le había tendido.
—Ay, qué lindo. —Sonrió, una sonrisa cruel, y acarició mi rostro con delicadeza, una burla a mi vulnerabilidad—. Pero no… no te mataré, aún no, y los dos sabemos que alguno debe quedar con vida para que Lucifer no se quede con todo.
Ella fue directamente a mi juego, su codicia de poder superando su sed de venganza.
—Hazlo, aún está Rubby para acabar con Lucifer. —Respondí con sinceridad, ofreciéndole una última tentación.
—¡Ni lo sueñes! No tocará a mi niña. —Su voz, un rugido de protección maternal.

Tamara estaba cuidando de su hija, eso era más de lo que me habría imaginado, una chispa de amor en su oscuridad.
—Hazlo, adelante… ya sabes todo, hasta a quien dejaste en el cielo. —Traté de molestarla sutilmente, de incitar su ira—. Vamos, véngate, hermanita.
Esperé que ella cayera de nueva cuenta en mi juego mental, que la tentación fuera demasiado grande.
—Eso haré —dijo con toda su furia, sus ojos negros brillando con malevolencia. Se acercó hacia mí y clavó un "Chin" en mi vientre, la hoja se hundió sin dudar ni un segundo más.
Ella cayó en mi juego una vez más, pero me hirió, un dolor punzante que me recordó mi mortalidad autoimpuesta.
Caí al suelo de rodillas, miré mi herida punzante, el hilo de vida que me quedaba, y respondí, mi voz apenas un susurro.




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