De repente, el silencio que había descendido sobre Buenos Aires tras la reconciliación se desgarró con ruidos extraños, un murmullo creciente que se transformó en un lamento aterrador. Un fuerte viento se levantó de la nada, un torbellino invisible que arrastraba el polvo y los escombros, y un extraño tornado, de una oscuridad sobrenatural, apareció en el corazón de la ciudad. Aquello surgió como por arte de magia, una manifestación abrupta de un poder ajeno a la voluntad divina.
—¿Qué es eso?
Castiel miró a su amada, Tamara, sus ojos, un pozo de preocupación, ya que no todos podían ver ese fenómeno meteorológico; solo aquellos con la esencia divina, o la oscuridad, podían percibir su verdadera naturaleza.
—No tengo idea, pero… se ve muy mal.
Tamara miró el tornado atentamente, su rostro, una máscara de asombro y un temor creciente, una premonición de que algo terrible estaba por ocurrir.
En ese instante de terror, los recuerdos de Rubby fueron implantados nuevamente por la gracia de Dios, una oleada de conciencia que le devolvió su identidad, su pasado. Ella abrió los ojos, un grito ahogado brotó de su garganta.
—¡Ma! ¡Pa! —Desapareció, desvaneciéndose en el aire, absorbida por la furia del torbellino.
—¿Rubby? —Ambos padres gritaron al mismo tiempo, la desesperación pura, cruda, desgarrando sus almas—. ¡Rubby!
El tornado, un coloso de oscuridad y furia, arrasó con todo lo que estaba en su camino, las calles, los edificios, la esperanza. Y en su imparable avance, arrastró también a esos padres desesperados, a Castiel y Tamara, que corrían tras la estela de su hija, impotentes ante el poder que los consumía.
—¡Rubby! —Gritaron en conjunto, sus voces ahogándose en el rugido del viento, un lamento final antes de que el torbellino los engullera.
El colosal tornado se mantuvo en pie, un monstruo de sombras, devorando la ciudad. Luego de unos minutos, tan largos como una eternidad, su furia se agotó, y se acabó, desapareciendo tan misteriosamente como había surgido, dejando a su paso solo devastación y un silencio sepulcroso.
Mientras tanto, dentro del tornado, la realidad se había torcido en un horror indescriptible. El aire era denso, sofocante, y el hedor a azufre y desesperación quemaba las fosas nasales.
—Hola, Rubby —Una voz fría, cargada de una malevolencia antigua, resonó en el vacío.
Un sujeto sonrió ampliamente, sus ojos, pozos de oscuridad, revelando la identidad de la entidad: Lucifer.
—Hola… —Rubby lo miró aterrada, sus ojos desorbitados, su voz apenas un susurro al ver el lugar donde estaba, el mismísimo infierno.
Almas condenadas, encadenadas a la roca, se lamentaban en un coro macabro.
—¡Rubby! —La voz de Dios, Padre, un grito de angustia, resonó en el abismo—. Tranquila. —Su figura, encadenada, maltratada, pero aún con un atisbo de divinidad, se reveló.
—¿Dios? —Rubby sollozó, viéndolo, la desesperación tiñendo su voz al comprender la magnitud de la trampa.
—Tranquila, mi padre está aquí junto a nosotros —dijo una voz familiar, pero distorsionada por la maldad.
Lucifer sonrió ampliamente, sus ojos fijos en los rostros de aquellas personas, el cruel titiritero de sus destinos.
—Ya basta, suéltalo, Lucifer —La voz del Padre, débil pero firme, intentaba desatar las correas de una energía oscura que lo mantenían cautivo, que lo torturaban, que tenía en su piel.
—No, linda. —Lucifer se acercó a Rubby, su voz, un susurro venenoso—. Él es mi nuevo proyecto y hace todo lo que le ordeno.
—¿Qué? —Rubby miró a Lucifer con desprecio y asco, asombrada por lo dicho, la incredulidad, una bofetada en su rostro—. No es posible.
—Lo es… dejé que tu madre viva —dijo Dios, su voz un murmullo de desafío, justo antes de que Lucifer le propinara un golpe brutal que resonó en el infierno.
—¡Ya basta! —Gritó Rubby, su corazón estrujándose al ver cómo Dios caía desmayado, su luz divina parpadeando.
—Lo siento —Lucifer sonrió, una sonrisa de pura malicia—. Es muy divertido.
—Ya, no sigas —La voz de Rubby era una súplica, una orden.
Pero Lucifer, ignorante de su dolor, le pegó a Rubby con una fuerza brutal, y toda la vista se volvió negra, un vacío absoluto. Se oyeron risas, guturales y demoníacas, junto con lamentos y alaridos de dolor que retumbaban desde el mismísimo infierno, el infierno que Lucifer había teletransportado en ese extraño tornado que absorbía todas las almas a su paso, una prisión de pesadilla.
¿Qué sucederá con Rubby, la hija de un ángel y la Oscuridad, atrapada en las garras de Lucifer? ¿Dios, el Creador, desvalido y desmayado, qué hará para detener tal atrocidad, para liberar a su nieta y a su hijo del yugo de su hermano renegado? El destino del universo pendía de un hilo, y la oscuridad, por primera vez, parecía haber ganado la partida.
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Editado: 20.06.2025