1. Hadassah: De Huérfana a Reina

Capítulo 8: La Advertencia de Mardoqueo.

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Mardoqueo no pudo pegar ojo en toda la noche. Las palabras de los conspiradores resonaban en su mente como tambores de guerra, una melodía macabra que lo mantenía en vilo.

Sabía que debía actuar con una rapidez implacable, pero también con la sabiduría que solo la experiencia otorgaba. El destino del rey, pendía de un hilo.

Al amanecer, cuando los primeros rayos del sol comenzaban a teñir de oro las imponentes torres del palacio, Mardoqueo se acercó al muro del jardín interior. Se movía con la precisión de quien conoce cada rincón de aquel laberinto de piedra y sabía el punto exacto donde uno de los guardias más discretos haría su ronda matutina.

—¡Elías! —susurró con una urgencia apenas contenida cuando vio al joven guardia pasar, su voz apenas un siseo en la bruma del alba—. Necesito que lleves un mensaje a la reina Ester… es de vida o muerte.

El joven guardia se acercó con respeto, su ceño frunciéndose al percibir la seriedad en el rostro del anciano.

—¿Está en peligro, Mardoqueo?

—No. El rey. Dos de los porteros han planeado asesinarlo. Quieren aprovechar la euforia desmedida del pueblo y la distracción de la celebración para atacarlo. No hay tiempo que perder. Dile a Ester que necesito verla… hoy mismo. Sin falta. Guarda silencio no le cuentes a nadie, confío en tí.

Elías asintió con una firmeza que denotaba su comprensión de la gravedad de la situación, y desapareció veloz entre los corredores de mármol y las cortinas de lino, sus pasos resonando apenas.

Sin embargo, las horas se estiraron con una lentitud exasperante… y no hubo respuesta.

Al atardecer, mientras Mardoqueo aguardaba impaciente, con el alma en un puño, Elías regresó, su rostro denotaba seriedad y una pizca de pesar.

—La reina recibió tu mensaje, Mardoqueo, pero no pudo atenderte hoy. Está rodeada de innumerables compromisos reales, audiencias y reuniones por la coronación. Me pidió que te dijera que mañana, al primer canto del gallo, te verá en los patios internos. A esa hora el lugar estará desierto.

Mardoqueo bajó la vista, una sombra de preocupación cruzando su semblante… pero entendía la inmensa carga que Ester llevaba ahora. Al menos, había una cita asegurada, una esperanza.

Antes de marcharse, se detuvo un momento en el pasillo que conducía a los aposentos de Hegai. El eunuco, al verlo, frunció el ceño inicialmente, sorprendido por su presencia inusual, pero luego su expresión se suavizó al reconocer el brillo en los ojos del anciano.

—¿Mardoqueo? ¿Hay algún asunto que atender?

—Solo vine a darte las gracias —dijo él con voz sincera, cargada de una gratitud genuina—. Por todo lo que hiciste por mi sobrina. Sé que sin ti, y sin tu bondad, no habría llegado hasta aquí.

Hegai respiró hondo, una sonrisa apenas perceptible asomando en sus labios. Asintió levemente, conmovido.

—Ella… no es como las demás. Yo solo obedecí a lo que sentí en el corazón.

—Y ahora, más que nunca, necesita ese favor —susurró Mardoqueo, su voz llena de un significado más profundo—.

Ambos se despidieron con un gesto breve, pero lleno de un respeto mutuo y tácito, la comprensión de un destino compartido.

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Esa noche, mientras la luna aún colgaba alta sobre el palacio, bañando el mármol con su luz plateada, Ester se acercó con paso decidido a Hegai, quien revisaba los últimos detalles del día, asegurándose de que todo estuviera en orden para la realeza.

—Necesito un favor, Hegai —le dijo en voz baja pero firme, su tono inusualmente urgente—. Mañana, al alba, ¿podrías asegurarte de que los patios internos estén completamente vacíos? Necesito encontrarme con alguien muy importante… un familiar. Solo serán unos minutos, pero la privacidad es esencial.

Hegai frunció el ceño, sorprendido por la prisa en la voz de la reina, pero asintió sin hacer preguntas, confiado en la sabiduría de Ester.

—Lo prepararé todo, mi reina. A esa hora no habrá nadie más que tú y quien esperes. Yo mismo estaré atento en la entrada. Nadie entrará sin mi permiso expreso.

—Gracias, Hegai —susurró Ester, tocándole el brazo con un gesto de profunda gratitud—. Eres, de verdad, parte de todo lo bueno que ha pasado en mi vida.

**********

A la mañana siguiente, mientras los primeros rayos del sol se filtraban entre los imponentes pilares del palacio, tiñendo el aire de un color dorado, Ester apareció acompañada por Hegai.

Él la guio discretamente por uno de los corredores laterales, donde el mármol aún conservaba el fresco del alba, hacia el patio interior.

El espacio estaba perfectamente despejado, en un silencio reverencial, cubierto aún por la tenue bruma de la madrugada.

—Está todo listo, mi reina —le dijo Hegai con una leve reverencia, indicando que el camino estaba libre.

Ester asintió, su corazón latiéndole con una mezcla de emoción y creciente ansiedad. Y entonces lo vio: al otro lado del patio, bajo la sombra de una de las columnas talladas, Mardoqueo la esperaba. Su rostro, surcado por la preocupación, se iluminó al verla, y sus ojos la buscaron solo a ella.

Cuando sus miradas se cruzaron, una oleada de emociones invadió a Ester. Soltó un suspiro emocionado y echó a andar, sus pasos acelerándose. Los de Mardoqueo también se apresuraron, hasta que se encontraron a mitad del patio, donde se abrazaron con una fuerza que transmitía años de afecto y preocupación mutua, como si el tiempo y la distancia no hubiesen pasado.

—¡Tío…! —susurró ella, su voz temblaba por la emoción, y sus ojos brillaban con lágrimas contenidas—. Un año… ¡un año sin verte! Cómo te extrañé.

—Mi niña Hadassah —respondió Mardoqueo, conteniéndose para no llorar ante la visión de su sobrina, ahora una soberana—. Estás tan cambiada… más madura, más fuerte. Pero sigues siendo tú.

Se separaron un poco, y él la miró con una ternura infinita, acariciándole el rostro.




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