1. Hadassah: De Huérfana a Reina

Capítulo 13: El Valor de la Reina.

*****👑*****

El tercer día del ayuno amaneció con un cielo límpido sobre Susa, un azul tan puro que parecía querer ser testigo silencioso de lo que estaba a punto de suceder.

En los aposentos reales, el aire estaba cargado de una solemnidad palpable. Ester se miraba al espejo, su reflejo una mezcla de fragilidad y determinación, mientras sus criadas la ayudaban con manos temblorosas a ponerse su atuendo más majestuoso: un vestido de seda y lino, bordado con hilos de oro y azul intenso, cuyo brillo sutil resaltaba la luz inusual en sus ojos.

Cada prenda que se colocaba parecía pesar una tonelada, pues no cargaba solo tela exquisita, sino la vida y el destino de un pueblo entero.

A su lado, Hatac, el fiel eunuco, temblaba visiblemente de ansiedad, su rostro surcado por la preocupación. Se había mantenido junto a Ester los tres días, observando cómo la reina oraba sin descanso, ayunaba con fervor y se fortalecía en espíritu, transformándose.

Al verla arreglándose para un encuentro tan peligroso, su voz se quebró, invadida por la angustia:

—Mi reina… por favor… no lo haga. —Se arrodilló ante ella con un gesto desesperado, sus manos extendidas en súplica—. Piénselo una vez más. El rey… el rey puede… —Se detuvo, tragando saliva, su voz ahogada por el nudo en su garganta, incapaz de pronunciar la palabra “matar”.

Ester dejó que sus manos, que hasta entonces jugueteaban nerviosamente con las joyas, descansaran sobre la fría mesa del tocador. Se volvió hacia Hatac, su mirada serena pero firme, con una calma casi sobrehumana, y apoyó una mano sobre su hombro tembloroso.

—Sé a lo que me arriesgo, Hatac. Lo sé. Pero ya no puedo esconderme. Si no actúo ahora, si me quedo en silencio, cada niño, cada madre, cada anciano de mi pueblo… todos morirán. Mi silencio sería su sentencia.

—¡Pero usted… usted es nuestra reina! —exclamó él, las lágrimas silenciosas recorriendo sus mejillas, suplicante—. El imperio la necesita viva. Su vida vale más que la mía… que la de muchos en este palacio.

Ester sonrió con una dulzura agridulce, una mezcla de tristeza por el peligro inminente y una extraña paz por la convicción.

Con paso decidido, sin dudar un instante más, atravesó la puerta de sus aposentos. El suave sonido de sus sandalias de cuero resonó en los silenciosos pasillos del palacio, un eco que reverberaba como un tambor lejano que marcaba el inicio de una batalla, de un destino ineludible.

*****👑*****

Al salir al exterior, el aire fresco y vivificante golpeó su rostro, un contraste con el aire cargado de sus aposentos. Cada detalle del imponente palacio de Susa, construido para la gloria y el terror, parecía estar diseñado para intimidar.

Las paredes de ladrillo esmaltado, con sus vibrantes colores, relucían bajo el sol con figuras imponentes de toros alados y leones de fauces abiertas; las gigantescas columnas de piedra se alzaban hacia el cielo como centinelas pétreos; los intrincados relieves de arqueros persas en los muros recordaban a todo visitante que allí gobernaba un monarca absoluto que se hacía llamar a sí mismo “el gran rey”.

A lo lejos, Ester distinguió los tejados dorados y las almenas del castillo real, construidos sobre plataformas elevadas que se alzaban majestuosamente cerca de las nevadas cumbres de los montes Zagros.

Las aguas del río Coaspes brillaban a los pies de la fortaleza, como un espejo resplandeciente que reflejaba la inmensidad y la magnitud del reino.

Cada paso que daba hacia el patio interior, donde se encontraba la sala del trono, se sentía eterno, un viaje hacia un abismo de incertidumbre.

En su mente, Ester repetía una y otra vez oraciones silenciosas, una súplica ferviente que era su único escudo:

Jehová, Dios de Israel, dame valor. Dame tu paz, que sobrepasa todo entendimiento. Haz que mis palabras lleguen al corazón de este hombre, del rey Asuero. Sálvanos.

*****👑*****

Al llegar al patio interior, el corazón de Ester dio un vuelco. Se detuvo unos segundos para recuperar el aliento y calmar la tormenta en su pecho.

Desde allí, el trono era visible en toda su magnificencia: un asiento colosal de madera noble recubierta en oro puro, con leones ferozmente tallados a los costados y tapices de ricos colores púrpuras y escarlatas colgando detrás, creando un aura de poder.

Y en ese trono estaba Asuero, con su porte regio y distante, su barba cuadrada y rizada al estilo persa, su mirada fija en documentos importantes que un escriba leía en voz baja, ajeno a la presencia que lo observaba.

Ester sintió su corazón golpear con violencia inusitada dentro del pecho. Cada latido era un tambor que anunciaba el peligro inminente, el dilema de vida o muerte.

¿Me verá? ¿Reconocerá mi rostro? ¿Se enojará por mi osadía? ¿Extenderá el cetro de oro, su símbolo de misericordia… o llamará a mi propia sentencia de muerte por esta transgresión?

Se atrevió a dar un paso hacia adelante, luego otro, hasta que los primeros rayos de luz que entraban por los ventanales altos la iluminaron por completo, destacando su figura, su vestido, su rostro.

En ese preciso momento, el monarca alzó la vista, interrumpiendo su concentración. Al principio, sus ojos mostraron una sorpresa evidente, como si no comprendiera lo que veía, una aparición inesperada.

Luego, la tensión en sus cejas se suavizó, sus labios se distendieron, y la incredulidad dio paso a un destello de aprecio y asombro en su mirada.

El gran rey Asuero, con un gesto pausado pero solemne, digno de su autoridad, tomó el cetro de oro que descansaba junto a él en su trono y, lentamente, lo extendió hacia Ester.

El brillo del oro pareció encenderse con la luz matinal, un faro de esperanza en el gran salón.

En el pecho de la reina estalló un grito de alivio tan inmenso que apenas contuvo. Las lágrimas de gratitud se acumularon en sus ojos. Avanzó hacia el trono con pasos que ahora se sentían seguros y firmes, se inclinó con reverencia y, tal como marcaba la antigua ley persa, tocó la punta del cetro, aceptando la gracia real.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.