Ángel y yo miramos una película en su pieza. Él no despega los ojos del tele, tampoco deja de moverse o llevar las manos a sus cachetes cuando la música dramática aparece. Las voces de los protagonistas y la música que acompaña las escenas son un espectro que invadió la pieza y la casa. Ni siquiera los ronquidos del papá de Ángel pueden competir contra eso.
—León, ¿estás mirando?
—Sí, que triste lo que pasa ahora…
—Eso es bueno. Se supone que el chico tenía que abrir los ojos y darse cuenta de que la chica lo engañaba.
—Ah. —Vuelvo a mirar la película—. Me perdí un poco.
Intento poner atención a lo que pasa en la película, pero mi mente zapea hacia lo que quisiera estar haciendo ahora. Uno de esos deseos tiene que ver con Ángel. Me gustaría no estar en la alfombra de felpa al costado de su cama.
La mamá de mi novio aparece de repente y se apoya en el marco de la puerta. Acomoda las bolsas de mercado, que supongo llevan toda la casa por lo llenas que están, y espía lo que estamos viendo. Menos mal que no hay escenas de la pareja dando señales de que va a acostarse y no para dormir. Hubo momentos en los que eso pasaba y con Ángel estábamos viendo la puerta, no la pantalla.
—Ángel, me voy a ver a mi comadre. —La señora Gauna acomoda los rulos negros que caen sobre sus hombros—. Acordate que tenés que ir a la Costanera a entregar esa parrilla que terminó de hacer tu papá.
—¿Ya le pagaron al pa?
—La mitad. Cuando te den lo que falta, contá bien. —La mamá de Ángel da una última mirada a la pieza—. Bueno, me voy. Portate bien.
La señora Gauna sale por el pasillo que va a la puerta de calle. Apenas escucho el ruido de la puerta metálica cerrándose y la llave jugando en la cerradura, me levanto y entrecierro la puerta de la pieza para poder escuchar por si acaso el señor Gauna se despierta. Al darme vuelta, Ángel ya me dejó un espacio en su cama.
—Tal vez ahora sí podamos…
—No le voy a decir a mis papás sobre nosotros. León, no importa cómo se lo diga, ellos seguirán prohibiéndome tener novio hasta que por lo menos acabe la secundaria. ¡Y eso! ¡hasta que me reciba de algo!
Manteniendo el brazo sobre los hombros de mi novio, aprovecho que estoy a solas con él. Alcanzo su mentón y le doy un beso.
—Tu mamá dice que soy un buen amigo, conoce a la mía y vivimos a tres casas de distancia. —Pongo mis manos en sus cachetes siempre rojos por culpa del sol en esta época del año—. Si tu papá quiere castrarme por robar la pureza de su hijo, la tiene fácil.
—Sabés que no es por eso. Hace un año que estamos así, ¿por qué cambiar algo ahora?
Me tiro contra los almohadones que se hunden hasta casi tragarme entero. Ángel vuelve a acurrucarse a mi lado.
—No te pongás así cuando estamos solos —murmura.
Lo acerco más a mí y comienzo a besar su frente, la nariz pequeña que no le ayuda a sostener sus anteojos cuando los tiene puestos, sus cachetes tibios por la corta distancia entre nosotros; disfruto de sus caricias lentas y sonrisas pequeñas al separarnos de cada beso.
Las cosquillas en mi panza son aplastadas por el chirrido de la puerta al abrirse. Doy una vuelta despatarrada hacia el lado derecho y caigo como piedra al agua porque no me acordé de que la cama es de una plaza.
—¿Qué hacen? —El papá de Ángel frunce el ceño mientras me mira —. ¿Qué te pasa?
—León se durmió sentado y se cayó hacia atrás —explica mi novio, tosiendo para disimular la risa.
El señor Gauna vuelve a mirarme con la cara arrugada por renegar con cualquier cosa que tenga que ver con la izquierda o la derecha del país, y también por espantar a cualquier chico que se le acerca a su hijo. Con un chasquido de la lengua y un movimiento de cabeza, traslada su mirada hacia Ángel.
—¡Ya te vas a entregar la parrilla de don Gonzáles! ¡Desde el viernes que me viene jodiendo! ¡Que si ya está! ¡Que si los materiales! ¡Que esto y lo otro! —Luego de renegar, apunta con su dedo índice—. ¡Y no te encerrés con este en la pieza!
Sus ojos se convierten en dos rendijas oscuras debajo de las cejas gruesas y ceño fruncido. Me siento un bicho a punto de ser aplastado.
—¡Ojito, Tebis, ojito! ¡Sé dónde vivís y tu mamá nos dio permiso para fajarte si lo merecés!
El señor Gauna sale de la pieza entre sonidos nasales y murmullos.
—¿Todavía querés hacer pública nuestra relación? —Mi novio baja de la cama, busca sus zapatillas y cierra la ventana—. Levantate, vamos a entregar esa parrilla.
Salimos de la pieza. En el baño. el señor Gauna parece estar sacándose los sesos por la nariz.
Ángel abre la puerta corrediza del fondo. El olor a pasto recién cortado se junta con el motor de la cortadora de pasto de algún vecino. Seguro estaba cansado de vivir en la selva del Amazonas o se puso las pilas porque mañana empiezan las clases, y no es bueno tener yuyarales donde les pueda salir cualquier cosa a los chicos.
Mi novio va hacia el damasco seco del fondo de su casa donde está apoyada la parrilla que tiene que llevar. Ángel intenta alzar esa cosa, pero le salen más puteadas que fuerza. Como parece que eso le va a tomar un buen rato, me distraigo mirando el resto del fondo.