—¡León!
—¿Ma?
Trato de levantarme de la cama, pero por hacer eso me doy cuenta de que mis hermanitos siguen prendidos a mi torso.
—Vení —ordena la mami.
Con cuidado despego a Jeremías y Matías de encima y dejo la almohada como reemplazo de mí. Salgo a la cocina, bostezando y rascándome la panza mientras escucho que la lluvia lleva almas ahora es una llovizna aburridora.
—¡¿Tu hermano se olvidó de dejarte la llave de su pieza?!
—Solo me dijo que iba a llover. —Doy dos pasos atrás de la mami porque levantó la mano como si hubiera querido pegarme—. ¡Yo no tengo la culpa de nada!
—Ese chango… —La mami chasquea la lengua y exhala una queja—. ¡Sabe que cuando anuncian tormenta siempre tiene que dejarte la llave de su pieza por las dudas!
Ella va hacia la cocina y apaga la hornalla de la sopa.
—¿A qué hora llegaste a la casa?
—Llegué a eso de las dos. Fran ya se estaba yendo, como siempre. —Acomodo los platos sobre la mesa—. ¿Llovió fuerte en el centro? Acá apenas se estaba nublando cuando salí de la escuela.
—¡Uff! Fue un diluvio y se inundó la galería—. La mami suspira—. Tuvimos que estar meta araganea, aparte de que los coles que pasan por ahí le metían a lo bárbaro y nos volvíamos a llenar de agua.
La mami llega a buscar un plato.
—Andá a buscar a tus hermanitos. Les voy a dar sopa y guiso, ya que hay. ¿Querés comer eso también?
—¡Sí!
Voy corriendo a buscar a los mocosos. Cuando vuelvo, con Pili el cerdito detrás, la mami ya sirvió la sopa y pasamos unos minutos en silencio. Ella nunca habla conmigo de sus días en el trabajo, tampoco es que quiere hacerlo frente a los gemelos.
Al acabar de comer me dice que vaya a la pieza a hacer la tarea que ella va a lavar lo que queda. Apenas cierro la puerta de mi pieza, escucho la voz de Fran por el pasillo y los retos que le da la mami por no haberme dejado la llave sabiendo que habría tormenta. Niego con la cabeza y busco mi mochila para sacar las carpetas y ver qué tengo que hacer para mañana.
Después de revisar las tareas que me dieron, veo la hora en el celular y encuentro algunos mensajes de Ángel preguntándome cómo estoy. Él sabe que mis hermanitos se ponen como locos con la tormenta, además de que a veces se llueve en la cocina.
Entusiasmado, abro el wasap con la intensión de explicarle qué pasó en estas últimas horas, pero se me viene a la cabeza lo que ahora sé de él.
Ángel me dijo que no tengo que dejar que las cosas que hizo con Gastón me molesten. Soy injusto. Me enojo porque él ya lo hizo con un chico, pero cuando me tira indirectas o me dice de una para ir a su casa cuando sus papás no están, lo esquivo.
Todavía no entiendo por qué le tengo tanto miedo a… a hacer lo que tengo que hacer como novio o lo que se espera de mí. Somos pareja, se supone que eso es algo que hacen las parejas y Ángel espera hacerlo conmigo.
El problema parece que lo tengo yo. Por alguna razón, la idea de hacerlo con mi novio, el solo hecho de pensar en eso, me hace retroceder dos pasos imaginarios.
***
Ángel me envió mensajes hasta las doce de la noche, mensajes que ahora mismo estoy revisando.
León, no te forcés a hacer cosas que no querés. Tampoco es una obligación que lo hagamos.
Como estamos ahora es suficiente.
Suficiente, ¿por qué tiene que ser suficiente? ¿Por qué usa una palabra como esa al hablar de algo en nuestra relación?
Si no te parece que debamos avanzar en eso, te entiendo.
Dejo el teléfono en la mochila. Al dar vuelta mi cabeza, ahí está Ángel dejando su mochila colgada en el respaldo de la silla.
Si tan solo tuviera la fuerza suficiente como para quejarme en serio, para realmente reconocer qué es lo que quiero decirle y enfrentarme con el hecho de que no estoy del todo conforme con que él defienda a su ex y no comparta conmigo sus problemas. También, quisiera saber más cosas de Ángel, pero a pesar de que hace mucho que somos amigos, siento que solo pude ver una capa de todas las que tiene escondidas en su interior.
—León. —Cuando él me llama por mi nombre, su voz tiene dulzura y se mezcla con una sonrisa tierna—. ¿Todo bien?
—Todo bien.
Elena y Elmo llegan cuando el timbre suena por lo que tienen que tirar las mochilas en sus bancos y caminar rápido fuera del aula. Ángel y yo los seguimos.
—Vi unos chicos muy lindos cuando pasé por la entrada de la escuela. —Elena casi se tropieza por hablar rápido y no ver hacia adelante—. Santi se sorprendió tanto que casi choca con el portón de la escuela.
—Es que nuncaivisto a gente bien vestia. No deben de pasá de los ventialgo.
Cuando nos acomodamos en la fila, me sorprende que ya esté el director y algunos maestros acomodados al frente de nosotros. Al menos hoy no parece que todos estén en un velorio.