1. ¿qué quieren los aliens? (primera edición)

Capítulo 6

Estoy desayunando a las nueve y media de la mañana porque la misa es a las diez y la mami nos despertó temprano para ir. Ella, aparte de sacarnos a la rastra de la cama, se pasó varios minutos frente al espejo del baño pintándose y poniéndose en más de una posición para ver cómo le quedaba a la luz del baño de la casa una camisa rosa con vuelitos en las mangas que la hace ver como una niña de veintitantos.

—Ma, estás bonita —le digo y unto la manteca en mi pan—. Me gusta cómo te queda el color rosado.

Ella se arregla unos pelos sueltos que caen de su coronilla, sonriendo.

—Por lo menos uno de los hombres que tengo en la casa se dio cuenta de que su madre está presentable hoy.

La mami sigue dándoles el desayuno a Matías y Jere. Mi hermano toma café mientras revisa algunas cosas en la tablet de su novia que también ayuda con los gemelos.

Carina es una chica buena y sencilla. Es la mejor cuñada que tuve. Es muy inteligente y está en tercer año de arquitectura.

La anterior novia de mi hermano era muy fría, pero eso no era lo malo, siempre la veía hacer cara fea cuando Fran le pedía ayuda para cuidar a mis hermanitos. Era todo lo linda que se quiera, pero realmente no valía la pena.

—Vamos. Cuando volvamos, recogemos las cosas, si no, no hallamos lugar —dice la mami, alcanzando una bolsa de tela.

Carina ayuda a Mati y Jere a ponerse sus zapatillitas porque andaban con crocs y acompaña a la mami afuera. Mi hermano deja a un lado la tablet, estirándose apenas se levanta de la silla.

Aprovecho los segundos a solas para darle otra advertencia a mi hermano sobre mi cuñada.

—Fran, no la cagués, Carina es una linda chica. —Golpeo la panza estirada de mi hermano que se dobla en dos al instante—. Es el ángel que no te merecés.

Él curva sus cejas, revolviendo mi pelo cuando se compone del golpe.

—¿Ahora te gustan las chicas?

Intento golpearlo de nuevo, pero él esquiva mis puñetazos y sale corriendo hacia el pasillo. Lo sigo y trato de pegarle más fuerte hasta que la mami nos frena la pelea.

Afuera, algunas señoras mayores llevan a sus nietitos que quieren agarrar todo lo que sus ojitos miran. Los Cardozo, la pareja de viejitos que vive a la vuelta de la casa, caminan uno al lado del otro con sus sombreros de campo color negro y caqui, camisas combinadas y siempre enganchados del brazo del otro. Los Peloc también caminan a misa, enganchados a sus hijas mayores que charlan entre ellas y empujan los cochecitos de sus hijos.

Otros vecinos de la cuadra van a la vicaría a la tarde-noche porque quieren pasar el domingo en la mañana durmiendo o adobándose para hacer el asado. Nosotros preferimos gastar la mañana y dormir en la tarde.

Para llegar a la vicaría toca hacer el mismo camino que hago para llegar a la escuela, pasar por delante de la escuela sin ninguna mosca zumbando por ahí y caminar por el puente o las escaleras del canal frente a la iglesia. Como recién estamos en cuaresma, todavía no hay una procesión de gente asistiendo a misa; solo hubo una oleada de humanos en la vicaría el miércoles de ceniza, y seguro habrá otra para pascua.

Con mi familia cruzamos el canal por las escaleritas de cemento que lo atraviesan, llegando hasta la pequeña placita donde está la virgen en una grutita de colores pasteles.

En la puerta de la vicaría hay un muro de personas, tal como sucede en Navidad y creo escuchar algo difícil de describir. Es como si estuviera sucediendo la caída de los ángeles dentro de la iglesia. La armonía tan bonita de las voces allá adentro no es algo que se oiga en este mundo terrenal y pecaminoso, o tal vez estoy exagerando porque nunca oí algo así.

—Que hermosa voz. —Carina cierra sus ojos y se apoya en mi hermano—. ¿Siempre se escucha así?

—No —le digo—. Nunca tenemos ángeles cantando, aunque los del coro hacen su mejor esfuerzo.

Recibo un pellizco de mi mamá.

—León, por favor.

Atravesando la marea humana que no se decide a entrar o desmayarse en la entrada, nos persignarnos. Apenas veo hacia donde están las banquetas del coro, mi alma se sacude dentro de mi cuerpo.

—¡Benjamín! —Señalo al chico—. ¡El de voz celestial es mi compañero de clase!

Dos señoras que estaban delante de mí me miran, luego ven hacia donde apunto.

La voz de Benjamín es una sinfonía, una ópera, ¡lo más lindo que escuché en mi puerca vida! Grave, poderosa y encantadora hasta el punto en el que en toda la iglesia se ilumina ante los ojos de los mortales que jamás conocimos algo tan deslumbrante.

La mami me arrastra hasta unas sillas con asiento forrado de cuero de vaca, pero yo sigo torciendo el cuello para ver al ángel que nos eleva al cielo.

La misa empieza y sigue su ritmo normal, pero esta vez presto atención hasta al evangelio y la explicación del diácono Rodri porque quiero escuchar el momento preciso en que la hermosa voz de Benjamín hace su introducción. Creo que cada persona en este lugar espera lo mismo.

La eucaristía, el ofertorio, todo se siente mágico porque la voz de Benja está ahí.



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Editado: 07.06.2021

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