Familia Anderson:
—¡Por favor! Mamá, dime que es una broma… ¿es broma? —repitió sin estar seguro de haber oído bien. No puede ser cierto. Es una maldita broma. Eso es. En dos segundos se va a reír y se burlará de mi cara—. ¡Ya tú ganas con tu chiste de mal gusto!
— Kai Anderson. No es broma, ni chiste —la tristeza nubló sus facciones—. Lo que te acabo de decir es cierto. Por eso no estamos en casa, y tuvimos que salir al extranjero.
——¿Es casarme sí o sí? —hizo comillas. Con alguien que ni conozco.
—Si. Muchas cosas están en riesgo con esa boda. No podemos complicar más el asunto.
—¿Qué historia hay detrás de este compromiso? …ya acordado desde mi nacimiento, con una extraña de pareja y para toda la vida. Tal vez hay una maldita solución a todo —la sien de Kai, palpitaba.
Ella, no lo notó, estaba demasiada ocupada alisándose las arrugas inexistentes de la falda negra. Alzó la mirada. Esos ojos azules estaban fijos en el par casi iguales a los suyos: para subrayar la importancia de lo que iba a decir y sería, aunque él, lo ignoraba entonces, lo que cambiaría su futuro.
—Todo comenzó con algo tonto —la ceja rubia se frunció—. Es como lo veo yo. Se retaron un Anderson y un Tremblay en un juego de póquer.
—Eso no es tonto, es bobería infantil—soltó, él—. ¿Quién era el mejor?
—Ambos. Ellos, quería demostrar quién era el mejor de los mejores y, dejar su huella por siempre —resopló—. Ninguno ni ganaban, ni perdía. Un espectador mencionó que alguno estaba haciendo trampa. Los dos, se levantaron rápido. Sacaron su revolver…
—¿Revolver? —la ceja café del chico se alzó.
La mujer, afirmó con un movimiento de cabeza.
—El cantinero no quería revuelta, ni pérdida en su negocio. Ellos, hombres de honor: se retaron a un duelo a muerte.
—Por eso los tontos duelos a muerte —afirmó el chico. El inicio de los problemas para nuestra familia y la de ellos.
—Si. Cada que se topaban un Tremblay, y, un Anderson: un funeral fuera hecho.
—¿Quién de los dos ganó el duelo?
—Los Tremblay, sepultaron a su caído.
—Mamá, pero… ¿Qué época era esa?
—Tuvieron lugar entre el siglo XIX y principios del siglo XX. Somos como la trigésima generación. Hubo tantas muertes —tocándose la sien.
—Eso no explica la boda. Mi maldita boda.
—Eso se debió a los décimo sexto Tatarabuelos. Ellos, hicieron un pacto. Todo legal ante el juez Harry Wilson, unos puntos a cumplir.
—¿Qué puntos a cumplir? —se pasó los dedos por su castaña cabellera. Mientras, su madre, habría una carpeta.
—Estos documentos, son una copia de lo que se dejó estipulado. Ambas familias lo tenemos, para saber lo que prosigue y, pasarla a nuestros futuros descendientes —Ella dio inicio a la lectura.
Cláusula compromisoria.
Ojo: Desde que ambas familias tenemos memoria, nunca se ha llevado tal cosa: Divorcio. Infidelidad.
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Editado: 20.01.2022