Después de casi veintidós años he decidido divorciarme de mi mujer. Pero nada de divorcio al uso. He tomado la firme decisión de acabar con ella por la vía del asesinato premeditado. Aquí dejo por escrito diez intentos por acercarla al Creador. Tal vez en un futuro me sirva para no cometer los mismos errores. Comencemos.
Primer intento: Caída accidental de maceta.
No estaba muy ducho en esto de asesinar y menos a la peinabombillas de mi parienta así que comencé con un clásico: la maceta que “accidentalmente” cae desde las alturas.
—Calvo barrigón bajo a comprar mi revista de cabecera —me espeta la foca de mi señora con voz de pito atragantado—. ¡Ah! Mamarracho, no te olvides de regar los geranios y en lo que llego pasa la aspiradora…
—Sí, mi lucero, no te preocupes que regaré tus plantitas y pasaré la aspiradora por cada esquina y por cada rincón…
La pelazarzas de mi esposa es fea, sí, muchísimo. Tan fea que cuando se acuesta los monstruos se asoman para ver si está dormida. Dejando las bromas a un lado como cada jueves bajó al quiosco a comprar su revista de cotilleos favorita. Siempre que lo hace se detiene a hablar con doña Eulogia, la vendedora de cupones que tiene su modesto puesto en la calle.
Mi plan no podía fallar. Yo ya había tomado posiciones en la terraza. Plantado como un manzano agarraba la maceta (geranios) con cierto nerviosismo pero totalmente decidido a llegar al final. Mediante el uso de fórmulas avanzadas de trigonometría, complejos diseños 3D, energía oscura reabsorbida y reentrada espacial calcularía, sin margen de error, en qué momento soltar el tiesto.
En la calle la muerdesartenes de mi señora parecía un punto ancho entre dos paréntesis. Por no variar ya estaba de palique con la de los cupones. Seguro que le faltaba vida para poner a parir a esa panda de vagos y vividores que salen en las portadas de las revistas. Por una vez me venía como anillo al dedo y una cosa era evidente; desde un octavo piso el golpe sería incompatible con la vida.
¡Bien machote! Vamos allá. Extiendo los brazos y voilá, dejo caer la maceta. ¡Qué despiste! Un triste accidente, por desgracia el mundo está lleno de ellos. Adiós querida mía, no veré más tu bigote de cerdas metálicas ni tus patillas de bandolero andaluz. Me meto para adentro y, frotando las manos, espero acontecimientos…
Llegan gritos desde la distancia. Ha debido ser una muerte rápida y al mismo tiempo traumático para quienes hayan tenido la mala suerte de presenciarlo. Dejo pasar unos segundos antes de asomarme y entonces…
¡Maldita mi suerte! No necesitaba ser un lumbreras para desgranar lo sucedido. Una rata asquerosa había emergido de algún sumidero o de algún callejón de mala muerte, corriendo por la acera como Pedro por su casa. Debió asustar a mi esposa, ésta tuvo que ser la de los berridos de castrón en celo que escuché.
Pero puedo sacar más punta al lápiz, desmenuzando los hechos hasta el último dato. Quizás entrase en pánico al imaginarse al roedor subiéndole por las piernas. A saber qué podría hacer la rata pululando a sus anchas por la cueva de los horrores. Pero ese pensar tan perturbador debió proporcionarle arrojos…
Echándose hacia atrás de forma poco elegante pero efectiva se libró tanto del bicho como de la zona mortal de impacto. La física nunca falla, la maceta en caída libre no podía corregir la dirección que llevaba, golpeando a la rata y espachurrándola como a una cucaracha. Un par de geranios quedaron allí, a modo de improvisadas flores para la tumba del roedor desconocido.
Segundo intento: Un clásico: secador a la bañera.
—Cabestro caraflema ¿te importaría no hacer tanto ruido? —Rumia mi morsa desde la bañera.
—Lo siento pastelito mío, estoy pintando mis soldaditos de plomo y se me ha ido al suelo el sargento de artillería.
—A tu edad y con boberías de chico —espeta la muy ignorante. ¡Qué sabrá ella de coleccionismo!
Ni soldaditos ni hostias; tengo el secador del pelo (del suyo porque el mío hace años que ni se le ve ni se le espera) en la mano y el interruptor diferencial deshabilitado (está mal que lo diga pero soy un manitas para las pequeñas chapucillas del hogar).
La repugnante de mi esposa está sumergida en la bañera. No hay rincón allí dentro que no esté ocupado por alguna vela aromática. Madre mía que cuadro, parece un cachalote que se ha comido a otro cachalote.
Tiene el cabezón echado para atrás, reposando sobre una pequeña toalla plegada. Se ha puesto dos rodajas de kiwi en los ojos y una crema apestosa en la cara ¿para qué? Le salen las ubres fuera del agua… con esos dos globos reflotaban el Titanic. Menos mal que el resto de su cuerpo queda sumergido y no puedo verlo…
¡¡Es el momento!! ¡Con un par Carlos! Entro al baño sigilosamente. Tan callado que escucho un cuesco. Burbujea en el agua antes de salir al exterior, apestando el baño. Es lo que tienen las lentejas y las hemos comido a lo largo de la semana. No tardaré en sumarse a esta peculiar sinfonía flatulenta…
Voy hacia la pared y ¡¡ea!! Enchufo el secador con la discreción de una madame encamada con el señor ministro, casado y con cuatro hijos. La miro, ella no se entera, está en el Nirvana de la espuma y apuesto que soñando ser encalomada por uno o varios de esos actores pipiolos que tanto le gustan. ¡Pobre ilusa!...
Me alejo un poquito, un par de pasos nada más. Tropiezo con una pantufla rosa y resbalo con una cáscara de naranja ¿qué diantres hace ahí? A pesar de mi cuerpoescombro he nacido con los reflejos del puma y me recompongo sin ser descubierto. Viéndola por última vez la boca me adquiere regusto a cebolla quemada ¡qué curioso! ¡Allá va! Tiro el secador a la bañera y salgo de allí con presteza de gacela joven…
¡Recórcholis! ¿Qué ha pasado? No escucho gritos, no huele a cuerno quemado. Entro atropelladamente y allí sigue, con el secador flotando bajo sus domingas. ¿Pero qué demonios ha sucedido? Otro cuesco burbujea antes de emanar al exterior.