1000 y un historias antes de dormir

El hombre que compraba amaneceres

En el mercado viejo de Luvina había un puesto sin nombre, perdido entre los vendedores de frutas y relojes.
No tenía carteles ni precios, solo un toldo azul y un anciano sentado detrás de una mesa con un frasco de vidrio vacío frente a él.

Nadie sabía lo que vendía.
A veces parecía dormido, otras miraba al cielo como si esperara algo.
Hasta que un día, Clara, una muchacha de mirada inquieta, decidió preguntar.

—¿Qué vende, señor?
El anciano sonrió sin abrir los labios.
—Amaneceres.

Ella rió, creyendo que era una broma.
Pero el viejo levantó el frasco. Dentro había un leve resplandor anaranjado, como el reflejo del sol en el agua.

—¿Cuánto cuesta uno? —preguntó ella, divertida.
—Depende de cuántos te queden.

Clara no entendió.
Pagó con una moneda y se llevó el frasco a casa. Al abrirlo, una brisa cálida recorrió su habitación. Esa noche durmió mejor que nunca, y al amanecer el sol entró por la ventana con una intensidad distinta, como si la luz la reconociera.

Volvió al mercado al día siguiente.
El anciano seguía allí.

—Funciona —le dijo Clara.
—Claro que sí. Pero recuerda: cada amanecer que compras te roba uno del final.

—¿Cómo?
—Nada es gratis, niña. Solo intercambiamos tiempo por belleza. Tú me das tus últimos días; yo te regalo la aurora más brillante de cada mañana.

Ella quiso reírse, pero el miedo la detuvo.
—¿Y si no compro más?
—Entonces vivirás en la oscuridad que te corresponde.

Durante semanas, Clara intentó olvidarlo.
Pero cada amanecer la perseguía: colores que nunca había divisado, cantos de aves que no son de ese lugar , sombras que huían cuando las veia.
El mundo le ofrecía su belleza, y ella no podía resistirse.
Siguió comprando.

Los vecinos notaron que rejuvenecía.
Su piel parecía bañada por la luz del alba, sus ojos tenían un brillo inquietante.
Hasta que, una mañana, no salió el sol.

El pueblo entero se cubrió de una penumbra extraña. Los relojes se detuvieron a las 5:32. Solo el mercado seguía abierto, y del puesto del anciano salía una luz inmensa.

Clara corrió hacia allí.
—Devuélvame mis días —suplicó.
El anciano la miró con tristeza.
—Ya no son tuyos. Pero puedo ofrecerte algo más.

Tomó uno de los frascos de la mesa y lo puso frente a ella. Dentro, la luz era blanca, casi viva.
—Este es tu último amanecer. ¿Quieres verlo?

Ella dudó.
Luego asintió.
El viejo abrió el frasco, y el aire se llenó de calor. El cielo de Luvina se volvió de un rojo sangre . Todo el pueblo despertó solo para ver aquel sol nacer como si el mundo se incendiara por dentro.

Cuando terminó, la mesa del anciano estaba vacía.
Y en su lugar había dos frascos: uno sin brillo, otro repleto de luz.

El primero tenía una etiqueta que decía “Clara”.
El segundo, “El hombre que compraba amaneceres”.

Desde entonces, cada tanto, el mercado amanece más temprano de lo normal.
Nadie sabe por qué.
Pero si pasas por allí y ves un frasco brillando sobre una mesa vacía, no lo toques.
Podrías quedarte sin el amanecer de mañana.



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En el texto hay: relatos, antologias, relatos breve

Editado: 25.10.2025

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