1000 y un historias antes de dormir

Solo un trabajo mas

Ciudad Delta, 1956.
Las farolas parpadeaban sobre el pavimento húmedo, el humo del cigarro impregnaba todo el ambiente.
Yo llevaba tres días sin dormir y cinco sin cobrar.
Me llamo Dante Rivas, detective privado, aunque la palabra privado suene demasiado elegante para alguien que vive en una oficina con goteras y una cafetera abollada.

Aquella noche ella entró.
Siempre hay una ella.

Tenía los ojos color azul cielo y una sonrisa que decia peligro.
—Busco a un hombre —dijo, dejando un folder en mi escritorio—. Se llama Nicolás Ferrer. Mi esposo.
—¿Qué hizo?

Dentro del sobre había una foto vieja. El tipo parecía el modelo estándar de los desaparecidos: cabello prolijo, mirada vacía, traje caro. Pero en el reverso de la imagen había un sello de la policía metropolitana.

—¿Está seguro de que está vivo? —pregunté.
—No. Pero si no lo está, quiero saber por qué.

No suelo aceptar casos de mujeres con perfume caro.
Siempre traen problemas y eso a mi no me gusta.
Pero necesitaba dinero.
Y, si soy honesto, también necesitaba una excusa para sentirme útil otra vez.

Seguí las pistas por los bares del sur, donde las botellas hablan más que los hombres.
Todos recordaban al tipo.
Dicen que Ferrer trabajaba para un senador y que un día desapareció con una maleta llena de documentos. Algunos aseguraban que lo habían visto embarcar al norte; otros, que lo enterraron bajo el viaducto.

Una noche lo encontré.
O al menos, encontré su cuerpo.

Flotaba en el río, con una bala en la sien y un anillo de matrimonio en el dedo.
Cuando la policía llegó, fingí sorpresa.
No mencioné el nombre de la mujer ni el sobre.
Aprendí hace tiempo que en esta ciudad la verdad no te da premios, solo enemigos.

Esa misma noche, al volver a mi oficina, la encontré esperándome.
Lloraba. O fingía.
—¿Lo halló? —preguntó.
—Sí.
—¿Y quién lo hizo?
Encendí un cigarrillo.
—No lo sé. Pero sé quién pagó por ello.

Ella me miró, confundida.
Saqué la foto del sobre y la puse sobre la mesa.
No era una copia cualquiera. Era una foto policial de hace cinco años.
En ella, la mujer aparecía esposada, bajo otro nombre.

—Eras tú, ¿verdad? —dije—. No buscabas a tu marido, buscabas a tu socio.

Fue silencio más largo que senti en mi vida.
No la detuve cuando se fue.
Solo la vi perderse bajo la lluvia, su silueta borrándose entre luces rojas y azules.

Al día siguiente, la noticia estaba en todos los periódicos:

“Esposa del senador muere en accidente automovilístico. Se sospecha de suicidio.”

Nadie preguntó más.
Nadie nunca pregunta demasiado en Ciudad Delta.

A la noche, volví al mismo bar, pedí whisky y me quedé viendo el reflejo de las luces en el vaso.
Pensé en ella, en Ferrer, en la mentira y el amor, que en esta ciudad son casi lo mismo.

—¿Otro caso cerrado, Rivas? —preguntó el cantinero.
—Ningún caso se cierra —respondí—. Solo se archiva hasta que vuelve a doler.

Encendí otro cigarro. Afuera, la lluvia seguía cayendo, y con cada gota juraba escuchar sus pasos alejándose por última vez.

Dicen que hay hombres que buscan redención.
Yo solo busco silencio.

Y esta ciudad nunca calla.



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En el texto hay: relatos, antologias, relatos breve

Editado: 28.10.2025

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